La fecunda generación del 37
¿Qué tienen en común Jack Nicholson, Dustin Hoffman, Anthony Hopkins, Vanessa Redgrave, Morgan Freeman, Jane Fonda y Warren Beatty? Que todos nacieron en 1937.
Eran la renovación, el relevo generacional apenas lógico. Cary Grant, James Stewart, Henry Fonda, James Mason, Laurence Olivier y otros galanes habían envejecido; James Dean estaba muerto; Ingrid Bergman, Katharine Hepburn, Doris Day y Bette Davis podían interpretar roles de matronas y ya Grace Kelly era de veras una princesa. Paul Newman, Richard Burton, Liz Taylor y Audrey Hepburn estaban en completa actividad, pero era necesario un nuevo aliento para nutrir el cine de finales de los años sesenta y principios de los setenta.
Es época de vanguardias: la nueva ola francesa y el free cinema inglés a ese lado del mar, el nuevo Hollywood en tierras americanas. Ya el público no quería ver en cine a los “Tabs y los Troys” (una manera despectiva de referirse a Tab Hunter y a Troy Donahue, dos galanes de matiné), sino a gente real, a “gamines” como Belmondo y Delon en Francia, a tipos insolentes y desenfadados como Albert Finney, Laurence Harvey y Tom Courtenay en Inglaterra, y a seres que lucían auténticos en su imperfección como Al Pacino, Robert De Niro o Gene Hackman. En esta nueva camada de actores están obviamente incluidos los de la generación de 1937: Nicholson, Hoffman, Beatty, Hopkins, Redgrave, Freeman y Fonda.
Las dos mujeres del grupo portan un apellido de inmediato asociado a la actividad artística. La londinense Vanessa Redgrave (30 de enero de 1937) era hija de Sir Michael Redgrave y de Rachel Kempson, y hermana de los también actores Lynn y Corin Redgrave. Mientras tanto la neoyorquina Jane (21 de diciembre de 1937) era la hija de Henry Fonda y de Frances Ford Brokaw, quien se suicidó cuando su hija tenía doce años. El hermano menor de Jane, Peter, también será actor y en su futuro estará escribir y protagonizar una de las películas fundamentales del nuevo Hollywood, Easy Rider (1969), donde aparecerá Jack Nicholson actuando. Ambas actrices parecían condenadas a seguir la vocación familiar y así lo hicieron.
Pese a no contar con tantos pergaminos, Warren Beatty (30 de marzo de 1937) tenía una hermana tres años mayor, Shirley MacLaine, que iba a convertirse en una estrella del cine y que lo impulsó a hacer una carrera como actor, inicialmente en el National Theatre en Washington. Los demás no tenían esos antecedentes familiares: Jack Nicholson (22 de abril de 1937) provenía de Neptune City, New Jersey y llegó a Hollywood en 1954 a visitar a una hermana suya. En California estudió actuación en un grupo llamado the Players Ring Theater. Aunque Dustin Hoffman (8 agosto de 1937) había nacido en Los Ángeles, y Morgan Freeman (1 de junio de 1937) en Memphis, Tennessee, ambos tienen en común haber estudiado y actuado en el Pasadena Playhouse, aunque no hay información respecto a si coincidieron al mismo tiempo. Lo que si es sabido es que Dustin Hoffman fue allá compañero de actividades de Gene Hackman, siete años mayor que los miembros de este grupo.
Anthony Hopkins (31 de diciembre de 1937) nació en Gales y en la adolescencia conoció a Richard Burton, cuyo influjo iba a ser definitivo para él. Hopkins recibió una educación formal en la Royal Welsh College of Music & Drama en Cardiff y luego de su servicio militar en el ejercito británico se enroló en la Royal Academy of Dramatic Art en Londres. No fue el único en recibir instrucción teatral de alto nivel: en el Actors Studio estuvieron Dustin Hoffman y Jane Fonda, mientras Warren Beatty estudió en Nueva York en el Stella Adler Studio of Acting, además Elia Kazan fue uno de los directores que más hizo por él en el inicio de su carrera.
Hablando de debuts en el cine, cada uno tuvo experiencias disímiles: Vanesa Redgrave apareció junto a su padre en Behind the Mask (1958), Jane Fonda debutó en Me casaré contigo (Tall Story, 1960) de Joshua Logan, mientras Warren Beatty –después de varios seriados de televisión- se estrena en la gran pantalla en Esplendor en la hierba (Splendor in the Grass, 1961), al servicio de Elia Kazan. Se trata de filmes que no se corresponden con su inexperiencia, pero que se relacionan con las influencias que la familia de cada uno de ellos tenía. Hay que destacar que sin tener tantas cosas externas a su favor, pero sí un gran talento, Anthony Hopkins apareció por primera vez en cine en un filme del maestro Lindsay Anderson, The White Bus (1967).
Los otros tres personajes de esta historia tuvieron un inicio bastante discreto: Jack Nicholson en Grita, asesino (The Cry Baby Killer, 1958), Dustin Hoffman con The Tiger Makes Out (1967) junto a Eli Wallach y, como era de suponerse, el camino más difícil lo transitó Morgan Freeman, que apareció en Who Says I Can’t Ride a Rainbow! (1971) y que solo desde Brubaker (1980) empezó a tener el reconocimiento que merecía su labor, que se vio finalmente reconocida con el premio Óscar obtenido por Golpes del destino (Million Dollar Baby, 2004).
Sin embargo los esfuerzos de todos tarde o temprano iban a verse recompensados. Poco sospechaba Dustin Hoffman que su segundo rol, el de Benjamin Braddock en El graduado (The Graduate, 1967), iba a representar para él semejante catapulta artística. Ese y el de Warren Beatty como productor y estrella en Bonnie and Clyde (1967), cambiarían el rumbo de la historia del cine norteamericano, dando la largada al nuevo Hollywood. Es en ese escenario donde Jack Nicholson va a brillar: además de la mencionada Easy Rider, le esperan Mi vida es mi vida (Five Easy Pieces, 1970) de Bob Rafelson, Conocimiento carnal (Carnal Knowledge, 1971) de Mike Nichols, y de El último deber (The Last Detail, 1973) de Hal Ashby. Jane Fonda, curiosamente, actuó en sus inicios para directores de la generación previa, como Edward Dmytryk, George Cukor y Otto Preminger, y durante su permanencia en Europa y como fruto de su relación con Roger Vadim, surgió para ella un éxito kitsch llamado Barbarella (1968). Al volver a Estados Unidos por fortuna se encauza mejor, actuando para Sydney Pollack y Alan Pakula.
En Europa Vanesa Redgrave –siempre bien relacionada- se vincula a Morgan, un caso clínico (Morgan: A Suitable Case for Treatment, 1966) de Karel Reisz, a Blow-Up (1966) de Antonioni y es Ana Bolena en Un hombre para la eternidad (A Man for All Seasons, 1966) de Fred Zinnemann. Ella y Jane Fonda van a coincidir –para este mismo realizador- en Julia (1977) que le va a dar el premio Óscar como mejor actriz. En Inglaterra Anthony Hopkins descolla con su segundo rol en El león en invierno (The Lion in Winter, 1968) de Anthony Harvey, para aparecer después en Hamlet (1969), de Tony Richardson. Ha sido desde siempre un consagrado.
Realmente todos lo han sido. Entre los siete suman cincuenta y cinco nominaciones y doce premios Óscar, por solo mencionar un galardón. Pero lo más importante no es eso. Lo más importante es que no podemos imaginar el cine norteamericano e inglés de los últimos cuarenta años del siglo XX sin su presencia, sin su voz, sin los magníficos personajes que han interpretado. Han hecho historia. Y la historia del cine se encargará de recordarlos cuando todos se hayan ido.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 30/04/17), págs. 14-15
©El Colombiano, 2017