La gran noche de Hollywood

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Juan Carlos González A.

Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 22/02/15), págs. 4-6 
©El Colombiano, 2015 

Hoy en Los Ángeles tiene lugar la 87ª ceremonia de entrega los premios Óscar. Es hora de analizar las películas que compiten por el principal galardón de la noche. 
La periodista María Isabel Rueda concluyó su columna del pasado domingo 18 de enero en el periódico EL TIEMPO afirmando que “están aburridísimas las películas nominadas al Óscar este año, empezando por el ladrillo de Boyhood“. Lamento disentir con María Isabel, pero no creo que las ocho cintas que compiten hoy por el premio de la Academia de Hollywood a mejor película sean aburridas. Lo que ella extraña –y supongo que otros espectadores también- es la presencia en esta selección de filmes de gran cartel, los famosos blockbusters de enorme despliegue mediático y el respaldo de directores que habitualmente vemos desfilando por la alfombra roja hollywoodense como Steven Spielberg, Martin Scorsese, Peter Jackson, James Cameron, Ridley Scott, Ron Howard o David Fincher.

Boyhood, de Richard Linklater
El único que quizá represente en esta ocasión a este tipo de cine y a esa clase de autor reconocido sea Clint Eastwood y su filme Francotirador (American Sniper), pero curiosamente este veterano realizador no integra la lista de candidatos al Óscar a mejor director. Ahí están tres nombres que son nominados por primera vez en esa categoría: Richard Linklater (Boyhood), Wes Anderson (El gran hotel Budapest) y el noruego Morten Tyldum (El código enigma); y dos que llegan a su segunda nominación: el mexicano Alejandro González Iñárritu, tenido en cuenta previamente por Babel, y que ahora compite con Birdman; y Bennett Miller, ya candidatizado por Capote en el 2005, y que presenta en esta ocasión Foxcatcher, por la que recibió el premio al mejor director en el Festival de Cine de Cannes el año anterior. Paradójicamente Foxcatcher no hace parte del grupo que aspira al Óscar a la mejor película, en otra incongruencia de la Academia.

Birdman, de Alejandro González Iñárritu
Lo que se observa con estos autores es una tendencia –sin duda saludable- a la renovación, a un recambio que apunta a resaltar el trabajo de realizadores menos contaminados de los resabios de Hollywood. A los ya mencionados hay que sumar otros tres que tienen sus películas compitiendo por el máximo premio de la ceremonia, pero que no fueron considerados al galardón al mejor director, puesto que solo hay cinco plazas en esa categoría. Son ellos el director de Whiplash, Damien Chazelle, de 30 años de edad y apenas una película previa; la directora de Selma, la afroamericana Ava DuVernay, de 42 años y una trayectoria de dos largometrajes anteriores a este, y el documentalista británico James Marsh, de 51 años, ganador del Óscar a mejor documental por Man on Wire (2008) y que ahora presenta su tercer largometraje de ficción, La teoría del todo.

Selma, de Ava DuVernay
La independencia creativa se nota, obviamente, desde la producción. Excepto Warner Brothers, que financió Francotirador honrando su larga asociación con Clint Eastwood, y la presencia de un hombre tan experimentado como Scott Rudin respaldando a El gran hotel Budapest, las otras seis películas son realizaciones de productoras pequeñas o de la división de filmes independientes de un estudio grande (es el caso de La teoría del todo, producida por Working Title, una compañía inglesa propiedad de Universal Studios). Este año empresas como Indian Paintbrush, Detour, Blumhouse, Celador, Harpo Films (la compañía de Oprah Winfrey), Black Bear Pictures y Bristol Automotive son algunos de los orgullosos productores de los filmes en competencia, en medio de alianzas y sinergias entre ellas que suman fuerzas para lograr respaldar proyectos tan arriesgados como el de Richard Linklater con Boyhood, que implicaba rodar durante doce años con el mismo reparto; apoyar la construcción de un universo personal cerrado y manierista como el de Wes Anderson en El gran hotel Budapest; reconstruir un evento histórico puntual como el descrito en Selma, que implicaba revivir un conflicto racial que tiene resonancias tristemente aún vigentes; presentar en El código enigma el drama de un hombre perseguido por los prejuicios que hace sesenta años existían en torno a la homosexualidad; mostrarnos los métodos pedagógicos extremos de un profesor de música en Whiplash, filme que contó con el apoyo del Sundance Institute; convertir en imágenes las memorias de la primera esposa de Stephen Hawking en La teoría del todo, o representar en un plano secuencia -que dura casi toda la película- los tormentos y los demonios interiores de un actor en Birdman. Además cuatro de los directores de estos filmes figuran como coproductores de sus propias realizaciones: Eastwood, González Iñárritu, Linklater y Anderson.

Whiplash, de Damien Chazelle
¿Son entonces filmes aburridos debido a su origen independiente o sus intenciones artísticas? Para nada. Esto es Hollywood, no lo olvidemos, y estos largometrajes tienen una vocación comercial, en algunos casos menos pronunciada que en otros, dando como resultado narraciones fácilmente disfrutables. No es aburrido privilegiar el espíritu humano por encima de la adversidad (Selma, La teoría del todo, El código enigma), no es aburrido mostrar el tamaño de la ambición de un autor cinematográfico (Boyhood, Birdman, El gran hotel Budapest), no es aburrido presenciar el talento de un director y guionista tan promisorio como Damien Chazelle haciendo de Whiplash una oda al esfuerzo y a la consagración más allá de cualquier límite. Este tipo de cine a escala humana ennoblece a esta industria. En cambio me parece aburrida, por lo predecible, la exposición ideológica imperialista –balas y guerra de por medio– de Francotirador. Sin embargo la veteranía de Clint Eastwood termina por aliviar un poco, gracias a ahondar en el conflicto sicológico del protagonista, las estridencias panfletarias de un filme que en Estados Unidos es un éxito grande de taquilla.

Francotirador, de Clint Eastwood
Creo que pocas veces imaginamos tener trabajos de Richard Linklater y Wes Anderson compitiendo por el Óscar a mejor película. Su nicho natural parece ser el de los festivales de cine y no este tipo de grandes escaparates mediáticos. Súmese a ellos la bienvenida presencia de filmes de novatos en estas lides como Chazelle y DuVernay, y la ya casi habitual representación latinoamericana (Alfonso Cuarón el año pasado, González Iñárritu ahora, en ambos casos secundados por el cinematografista Emmanuel Lubezki) y tendremos unos premios Óscar más atractivos de lo que parecen. Es más, no olvidemos que el más reciente trabajo de otro de los mejores representantes de esta nueva generación de autores norteamericanos, el californiano Paul Thomas Anderson, llamado Vicio propio (Inherent Vice), si bien no fue tenido en cuenta como mejor película, compite por el premio al mejor guión adaptado y al mejor vestuario: la industria está empezando a valorar el esfuerzo individual y el talento despojado de tantos efectos especiales, y apoyado más bien en la humanidad de sus protagonistas. 
Los beneficiados somos todos, pues este es el cine que habitualmente consumimos aquí. Ojalá este guiño se convierta en un gesto permanente. Hollywood tendría un mejor rostro.

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