“No me mires así”: La madre del blues, de George C. Wolfe
En 2015 se dio a conocer que Denzel Washington había llegado a un acuerdo con los herederos del dramaturgo August Wilson (1945-2005), para llevar al cine todas las diez obras que componen su “ciclo del siglo” también conocido como “ciclo de Pittsburgh”, en el que relató la experiencia de vida de los afroamericanos en Estados Unidos. Wilson ambientó cada uno de estos dramas en una década diferente del siglo XX. El primero de ellos que se convirtió en una película fue Fences (2016), dirigida, estelarizada y producida por Denzel Washington.
El segundo fue Ma Rainey’s Black Bottom, que en español se estrenó como La madre del blues (2020), un proyecto de Netflix dirigido por George C. Wolfe y también producido por Washington. Este drama teatral, cronológicamente el segundo de su “ciclo del siglo”, fue escrito en 1982 y dos años después se estrenó en Broadway. Está inspirado en la vida de Gertrude “Ma” Rainey, una legendaria cantante de blues, natural de Columbus, Georgia, que fue una de las primeras artistas de las que se hicieron grabaciones discográficas. Su personaje le sirve a Wilson para escenificar una de las sesiones de grabación en un estudio en Chicago en 1927 y así comentar lo que vivían ella y los músicos integrantes de su banda.
La película, que reproduce en detalle esa situación, tiene en Viola Davis a una Ma Rainey altiva y quisquillosa, y en Chadwick Boseman a Levee, un trompetista de su banda que quiere tener los reflectores sobre él, sin estar a la sombra de la cantante. Aunque estamos en Chicago, un prólogo de una presentación en Georgia nos indica que Ma Rainey y sus músicos fueron parte de la “gran migración” de personas de raza negra que abandonaron el sur profundamente racista y se fueron al norte del país. La primera oleada de migrantes movilizó 1.7 millones de personas entre 1915 y 1930: abandonaban un sur rural, empobrecido y segregado, para sumarse a la fuerza laboral de las ciudades industrializadas del norte. Pero el temor vivía en ellos, y la película nos lo deja ver. Hay una delgada línea entre la tolerancia y el desprecio de los blancos hacia los negros llegados del sur, una frontera que se hacía aún más endeble en la medida en que Ma Rainey y su séquito eran privilegiados sociales en su condición de artistas, algo que ellos hacían valer.
La cantante no se hace falsas ilusiones: sabe es tolerada entre los empresarios blancos por su arte, por lo que en términos económicos representa su voz. No se imagina una convivencia igualitaria, sabe que es ante todo por conveniencia y por eso exhibe la actitud dominante de quien impone sus propias condiciones y quiere hacer rabiar a los dueños del sello disquero, en la única venganza legal que alguien de su raza podría llevar a cabo contra un blanco y salir indemne. No es solo una artista “difícil”, es en realidad un símbolo de resistencia. Viola Davis se encarga de darle el brío necesario al rol, que exigía mostrar un temperamento tan calculado como indomable.
Sin embargo, la acción mayoritaria del filme deja a un lado a Ma Rainey y se centra en sus músicos, que están ensayando la sesión en el sótano del estudio. Ahí en esa habitación están Levee, el más joven y ambicioso del cuarteto, Cutler (Colman Domingo) en el trombón, Toledo (Glynn Turman) en el piano y Slow Drag (Michael Potts) a cargo del bajo. Pese a ser un grupo hay una disputa constante, avivada por Levee y su inconformismo. Él se sabe un artista con talento y no quiere hacer brillar a alguien diferente a sí mismo. No soporta el conformismo de sus compañeros (atención, sin embargo, a lo que ellos tienen para decir) y enciende todas las hogueras posibles, incluyendo seducir a Dussie Mae, la joven amante de Ma Rainey. Cuando lo provocan, responde sacando a relucir las marcas físicas y espirituales que le dejaron los blancos y mostrando un cruel escepticismo frente al interés de Dios de escuchar las plegarias de los de su raza.
Si Ma Rainey es indómita, Levee es un volcán que se destruye después de hacer erupción. August Wilson no tuvo compasión con ese personaje, un ser llevado al límite por los demonios que lo habitan. La rabia frente a la injustica lo hace enceguecer y cometer un error que destroza sus ambiciones. “No me mires así”, le dice Levee a Toledo, cuando ya es tarde. Una cosa es luchar por sus derechos, otra es ser autodestructivo y ya no servirle a nadie, parece decirnos el dramaturgo. Este fue el último rol de Chadwick Boseman, antes de fallecer el 28 de agosto de 2020, a los 43 años. Viendo la fuerza que le imprimió a ese personaje y la pasión con que lo interpretó se hace más incomprensible su prematura partida.
Hay una escena casi al final de La madre del blues que resume con una metáfora visual la situación de Levee y de tantos negros que, cansados de tanto dolor, buscaron una válvula de escape violenta en ese momento y que aún lo hacen. Hay en la habitación donde la banda ensaya una puerta cerrada que Levee insiste en que anteriormente estaba abierta. Tras un altercado con la cantante, baja por sus cosas al sótano e intenta abrir esa puerta buscando una salida para irse. Tras mucho intentarlo la empuja con fuerza y la abre por fin. Miren lo que encontró.
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