La maldición de la montaña de los siete buitres: Ace in the Hole, de Billy Wilder
«¡Que se jodan todos! Es la mejor película que he hecho».
-Billy Wilder
Wilder y Charles Brackett parecían trabajar muy a gusto, pero la verdad era que ya no iban a escribir juntos nunca más. «No estábamos mucho de acuerdo, pero en lo que coincidíamos era más importante que la larga lista de lo que no coincidíamos. Uno tiene que saber lo que se puede discutir, el territorio seguro de las argumentaciones. Es asunto de algo sagrado. Yo quería acercarme a diferentes temas, a cuestionar las cosas. No tenía por completo una idea de que quería hacer, pero quería explorar», revela el director a Charlotte Chandler. Wilder se suelta de las restricciones conservadoras que le imponía su relación con Brackett y envalentonado por el éxito de Sunset Boulevard, libera en campo abierto a un animal feroz que es la bestia más oscura de su filmografía: se llama Chuck Tatum y es el protagonista de Ace in the Hole (1951).
Wilder lo rodea de la puesta en escena necesaria para que el personaje esparza todo su veneno sobre los que lo rodean. Los blancos a los que iba dirigida su ira -y por ende la de su creador- fueron muy inflamables y muy sensibles: la prensa y el público norteamericano. Ambos no le perdonaron al director la osadía de retratarlos con tal sevicia y la película fue destrozada por unos e ignorada por los otros, convirtiéndola en un fracaso de taquilla. Ni siquiera la decisión del jefe de producción de la Paramount, Y. Frank Freeman, de cambiarle el título y de reestrenarla como The Big Carnival logró salvarla del desastre y del injusto olvido.
La idea se la propuso al director un dramaturgo y escritor radial de apenas veinte años, Walter Newman, quien tenía un borrador de guion llamado “The Human Interest Story” acerca del caso de Floyd Collins, un explorador que en 1925 quedó atrapado por una roca en Sands Cave, una caverna en Kentucky y que pudo comunicarse inicialmente con el exterior y recibir alimentos y agua sin lograr liberarse del peso que lo aprisionaba. Durante esos días fue entrevistado por William “Skeets” Miller, un joven reportero del Louisville Courier-Journal, cuyos artículos le dieron resonancia nacional al hecho, atrayendo al sitio a muchos curiosos. El reportero ganaría el Pulitzer, pero Collins fallecería en la caverna tras dieciocho días de hambre, frío y agonía.
Wilder anticipó las bondades del tema y trajo a un antiguo dramaturgo que había ganado junto a Joseph Mankiewicz el Oscar por el guión de No Way Out el año anterior, Lesser Samuels, a ayudar a pulir el relato, que sería firmado por los tres. Ace in the Hole reproduciría un incidente similar, pero desde la óptica del periodista que descubre a una persona atrapada en una caverna, tiene acceso a ella y ve las posibilidades de explotar el hecho para su propio beneficio personal y laboral. Es Chuck Tatum (interpretado por Kirk Douglas), periodista expulsado de once medios de comunicación y que desde hace un año muere de tedio en la sala de redacción del periódico local de Albuquerque, el último refugio donde le dejan trabajar. La oportunidad llega cuando lo envían a cubrir una cacería de serpientes cascabel y por casualidad se entera en el camino de que Leo Minosa, dueño de un almacén de reliquias en un lejano poblado, quedó atrapado en una caverna de una colina mientras buscaba reliquias indias. ¿El nombre de la montaña? La montaña de los siete buitres. Tatum es el octavo.
Con una noticia de ese calibre en las manos, el periodista decide darle el ángulo más tremendista que puede -sugiriendo incluso que Minosa fue víctima de una maldición india por profanar terreno sagrado- generando la atención de los lectores y la presencia de una multitud de personas morbosas que desean ver de cerca el sitio donde se está desarrollando el rescate. Veinte años antes de que se acuñara el término “circo mediático”, Wilder proponía uno tan salvaje y loco que provoca bochorno. La caverna y sus alrededores terminan convertidos en sitio turístico: se cobra la entrada (que cada vez es más alta), los tráilers se instalan como en un camping, el tren hace una parada exclusiva, se instala un parque de diversiones (¡en los camiones que lo traen se lee “Great S&M Amusement Corp.”!), hay venta de perros calientes, baile, una carpa para periodistas y cientos de autmoviles alineados viendo como prosiguen las complejas tareas de rescate.
El director se divierte ofreciéndonos este panorama impúdico, en el que la gente da declaraciones en la radio y se disputa el honor de haber sido los primeros en llegar al lugar, buitres que huelen una presa cercana. El giro terrible que proponen Wilder y sus coguionistas es que Tatum -en complicidad con el corrupto sheriff local- hace todo lo posible para impedir un rescate oportuno, proponiendo maniobras que van a dilatar la tarea, todo esto con el fin de darle un despliegue más extenso a la noticia y conseguir así que el periodista sea de nuevo enganchado por un periódico neoyorquino y que el sheriff sea reelecto. La actitud de Tatum es fría, despiadada y abusiva. Nada le merece respeto o piedad. A todo y a todos desprecia desde la altura de su arrogancia y de su envalentonada y ciega vanidad. Kirk Douglas construye un personaje peligroso, enfermo, abyecto en su egoísta utilitarismo, que ve en el accidente simplemente un medio ideal para lograr sus fines. En una línea de diálogo dice que él no provoca los sucesos, que sólo los relata, pero aquí pasa por encima de la ética periodística para modificar a su antojo las circunstancias y tenerlas bajo su control.
Poco le ayuda a Minosa el hecho de que su esposa, Lorraine (Jan Sterling), vea en su trágico accidente la oportunidad primero de escapar de una vida monótona en el último rincón del mundo y luego la de enriquecerse y hacerse famosa y, ¿por qué no?, intentar algo con Tatum. Hay aquí un aroma inocultable a film noir, un sabor a El cartero siempre llama dos veces en esa rubia que se aburre y se desperdicia, y en ese forastero que le trae pasión y la posibilidad de deshacerse de un marido incómodo que en silencio desprecia. Pero ni Jan Sterling es Lana Turner, ni Kirk Douglas es John Garfield: a Lana la desean, a la Sterling le dan dos bofetadas en el rostro. Sin embargo la atmósfera es la misma, los diálogos son tan ásperos que se enredan en la garganta para retumbar luego en la cabeza, la sensación es de fatalidad. Todos sospechamos que esa empresa criminal tarde o temprano saldrá mal, que ese circo terminará por agotarse.
Así ocurre. En las películas de Wilder es común que el personaje protagónico, que casi todo el metraje ha sido un hombre egoísta y falto de escrúpulos, al final se redima, por lo general motivado por el amor de una mujer, mostrando unos rasgos de decencia que siempre estuvieron presentes, aunque no fueran aparentes. Aquí una redención de ese estilo no podía caber, no podía el personaje de Tatum traicionarse ni Wilder traicionarnos.
Por eso el director recurre a algo distinto: a una solución fatalista. Tatum reconoce en un momento dado que ha cometido un error, que ha ido demasiado lejos con esta apuesta, que Minosa va a morir por su culpa y que eso –a su pesar- no puede permitírselo, pues requiere un final feliz para redondear sus crónicas y no defraudar al lector. Desesperado, intenta acelerar el rescate pero ya es demasiado tarde. Para ese entonces la culpa se ha instalado en él, que no la piedad –algo que no sería capaz de reconocer. De este modo, cualquier cosa futura que le pase será un castigo por haber jugado con el destino de los demás. Por eso acepta con extraña resignación su destino también trágico, sin que intente hacer algo para cambiarlo. Cuando en la última escena del filme se va al suelo en las oficinas del periódico de Albuquerque, en realidad Tatum no cae: se desploma.
La feroz crítica que Wilder plantea no deja dudas sobre su falta de fe en el género humano. La mordacidad de su mirada cayó muy mal entre la crítica de cine –que en ese momento se sentían también periodistas y por ende también atacados- que creía exagerado y desproporcionado el retrato que se hacía de su gremio, y ante la película enarbolaron banderas éticas que supuestamente no permitirían nunca que algo así pasara y por ende, la visión del director carecía de validez. En el texto biográfico de Charlotte Chandler, recuerda Wilder que salía decaído de un preestreno del filme, caminando por Wilshire Boulevard cuando, «justo frente a mí alguien fue atropellado por un auto. Un fotógrafo sale de repente de ninguna parte. Dije “Tenemos que ayudarlo”. Y el fotógrafo me respondió, “Ayúdelo usted. Yo tengo que conseguir una foto”. Y el tipo se fue. Quizá no fui lo suficientemente cínico cuando hice Ace in the Hole».
Otros que se sintieron violentados fueron los espectadores, que en la película son retratados como una masa informe, manipulable e idiota. «Es una película sobre el periodismo sensacionalista, seguro. Pero todavía en mayor proporción es una película sobre el público que hace posible el periodismo sensacionalista», explicaba el director. El espectador se vio de repente ridiculizado y desnudado. Y una sensación así era difícil de tolerar, como el mismo Wilder concluye: «Nadie quería gastarse cinco dólares para enterarse en el cine de que era un tipo miserable».
Postdata con doble moral
Después de estrenar la película, el estudio vendió boletas para visitar los escenarios donde la película se rodó, en las afueras de Gallup, Nuevo Mexico.
No comment.
Publicado originalmente en el libro Elogio de lo imperfecto: el cine de Billy Wilder, Medellin, Editorial Universidad de Antioquia, 2008, p. 61-65
© Editorial Universidad de Antioquia, 2008
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.
Un teatro norteamericano exhibiendo Ace in the Hole (1951)