La melodía de la vida: Todos dicen te quiero, de Woody Allen

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“Debería ir a París y tirarme de la torre Eiffel. Si tomara el Concorde, podría estar muerto tres horas antes”
– Joe (Woody Allen) en Todos dicen te quiero

Recordemos el final de una película: estamos en Nueva York, en plena época de la Depresión. Cecilia ha vivido una sorprendente aventura con un galán que -literalmente- se salió de la pantalla y se fue con ella. Pero ese galán de y del celuloide ha regresado a su mundo, y el actor que lo interpretaba vuela ya rumbo a Hollywood. Cecilia se queda sola. Pero sólo un instante: el cine todavía está con ella. Y la vemos entrar a una sala en penumbras, donde cinco personas ven Top Hat (1935). En ese momento Fred Astaire le canta a Ginger Rogers las notas iniciales de Cheek to cheek, la hermosa y ya eterna melodía de Irving Berlin. La rubia Rogers le escucha atenta mientras Fred le canta muy de cerca, mientras bailan girando. Heaven, I´m in heaven and my heart beats so that I can hardly speak… Cecilia no mira la pantalla buscando acomodarse, mientras carga su maleta en un brazo y su ukulele en el otro. Sentada, aún no mira la película y su rostro refleja una desolada tristeza. Ginger se apoya ahora en un pilar, mientras su pareja continúa cantándole… and to reach the highest peak, but it doesn´t thrill me half as much as dancing cheek to cheek. En ese momento Cecilia alza la Mirada y los ve. Sus ojos se abren. Ginger y Fred bailan juntos, dan vueltas, sus cuerpos se necesitan, se atraen, se buscan elegantes y sinuosos. Cecilia no deja de mirarlos impávida, mientras su expresión se transforma despacio. La pareja continúa bailando, pero no los vemos más. Sólo nos queda la música y el rostro de Cecilia, en el que ha nacido -tímida, sí, pero vívida- una sonrisa. La misma que florece, discreta, en nuestros corazones.

La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985)

Termina entonces La rosa púrpura del Cairo (The Purple Rose of Cairo, 1985) con una invitación a la esperanza, con una pequeña ilusión encendida -¿despertada?- por una película musical. No he visto un homenaje más hermoso al efecto terapeuta de estos filmes mágicos y sorpresivos que éste que les hace Woody Allen, cinéfilo y músico imbatible. Pero once años más tarde, Woody se lanza, talento en ristre, a un homenaje más directo, al atreverse -valiente- a dirigir un musical, al que llama Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You, 1997). Sus películas siempre le han dado preeminencia a la música, pero si exceptuamos algunos momentos de Días de radio (Radio Days, 1987), ésta es la primera ocasión en que ha puesto el género musical como centro.

La comedia musical reunió a su alrededor, durante sus años de apogeo, a una de las constelaciones de talento más grandes y auténticas que Hollywood produjera jamás. La tutela de la Metro Goldwyn Mayer acogió a un equipo de ensueño irrepetible que, encabezado por el productor Arthur Freed, contaba con directores como Vincente Minnelli, Stanley Donen y Charles Walters; compositores y músicos tan virtuosos como Irving Berlin, Cole Porter, Richard Rodgers, George & Ira Gershwin; escritores como Adolph Green y Betty Comden; actores y bailarines de la altura de Fred Astaire, Ginger Rogers, Judy Garland, Gene Kelly, Cyd Charisse, Leslie Caron, June Allyson y Oscar Levant; un escenógrafo como Cedric Gibbons; o coreógrafos como Michael Kidd o Busby Berkeley. ¿Y las películas? Cualquier antología se queda corta: Meet me in St. Louis, The Pirate, The Barkleys of Broadway, Swing Time, On the Town, Royal Wedding, An American in Paris, Singin´in the Rain, The Band Wagon o It´s Always Fair Weather, para mencionar tan solo algunas de las más populares.

Todas magníficas, todas construidas un centímetro por encima de la realidad, volando mágicas por un mundo muy distinto al nuestro. La comedia musical quería devolver un optimismo que la guerra había robado, y el mensaje era claro: distracción, abstracción, diversión. Por eso allá, en la pantalla, hombres apuestos y mujeres hermosas cantaban para expresar sus sentimientos y se lanzaban luego a bailar en una catarsis rítmica, contagiosa y envidiable, que solucionaba los problemas y henchía los corazones. Y la gente salía de cine feliz, riendo y confiando en un porvenir a lo mejor más justo. La música aún los envolvía y los protegía en su camino a casa. Quizás alguno se aventuraba a improvisar unos pasos de tap mientras recordaba a Gene Kelly. Un poste del alumbrado y la calle eran sus candilejas…

Pero el tiempo pasó y la comedia musical fue lentamente desplazada del gusto popular, deseoso ahora de encontrar en el cine menos quimeras y más peso y realidad, por dura que ésta fuera. Y aunque siguieron haciéndose musicales -adaptados a nuevas condiciones estéticas y temáticas- los directores de cine le perdieron el paso a este género, relegado desde entonces a meros homenajes nostálgicos. Por eso una comedia musical contemporánea se antoja fuera de lugar, vestigio incómodo de un pasado ya superado. Por eso Todos dicen te quiero era un reto y ha sido un doble triunfo, al funcionar como sincero y nostálgico homenaje al género, y como auténtica película de Woody Allen, sin traicionarse nunca en ambos propósitos.

Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You, 1997)

La comedia musical clásica tenía un argumento ambientado en algún lugar exótico o lujoso, al que arribaban personajes simpáticos e idealistas, para quienes trabajar o conseguir dinero era algo secundario, y donde por lo general tenía lugar una confusión romántica que llevaba a acercar a alguna pareja improbable. Las secuencias de bailes se salían momentáneamente de la realidad del filme, pero tenían vida por sí mismas, convertidas ya sea en empresa coral donde repentinamente todos se transformaban en bailarines, o en tour de force reservado a la pareja principal. Todos dicen te quiero prolonga el mismo esquema: sus personajes han resuelto hace mucho su situación económica y pueden darse el lujo de dedicarse a la beneficencia y de recorrer -cosmopolitas- el mundo entero. Su ámbito y sus pequeños conflictos son muy diferentes a los de nuestro día a día pero esto no impide que podamos asomarnos a sus vidas y a compartir brevemente esa vivencia con ellos. Éste es probablemente uno de los filmes más sencillos de Woody Allen en cuanto a su guion, pero para sus propósitos musicales es apenas justo.

Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You, 1997)

La historia, narrada por una chica llamada Dj, nos cuenta de una familia neoyorquina de clase alta conformada por Bob (Alan Alda), su esposa Steffie (Goldie Hawn) y sus hijos adolescentes Scott, Lane y Laura. Steffie tiene dos hijas mayores de su matrimonio previo con Joe (Woody Allen): la propia Dj (Natasha Lyonne) y Skylar (Drew Barrymore). Aunque la multiplicidad de personajes complica un poco la historia, realmente ésta tiene dos ejes principales: uno concierne al compromiso de Skylar con Holden (Edward Norton) y otro dedicado a las desventuras amorosas de Joe, que incluyen la seducción -en Venecia- de Von (Julia Roberts), una joven norteamericana. Todo el cine “típico” de Allen está aquí: narrador omnisciente, reflexión sobre las relaciones humanas, encuentros y desencuentro amorosos, intercambios afectivos, neurosis, fantasía y su inconfundible humor. El elemento nuevo es la música, interpretada por los mismos actores, realmente con más voluntad que talento.

Pero el asunto es más de sentimiento que de virtuosismo y eso hace que esta película sea irresistible, aún para el espíritu más duro. La música original estuvo a cargo de Dick Hyman, en su sexta colaboración con este director, en una relación profesional que se remonta a Recuerdos (Stardust Memories, 1980), mientras las coreografías tuvieron la coordinación de Graciela Daniele. Desde el principio hay canto -pareciera que hay cosas que sólo pueden expresarse con canciones- y más adelante encontramos escenas corales de baile y un romántico interludio final entre Steffie y Joe al lado del Sena, que trae ecos de Gene Kelly y Leslie Caron interpretando My love is here to stay en An American in Paris. Si alguien duda de que Woody Allen admira a Gershwin, es mejor que vea Manhattan (1979).

Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You, 1997)

Una queja frecuente respecto a los musicales de la MGM en su época dorada estaba relacionada con su excesiva falta de fondo y de solidez argumental: casi todas las películas eran una disculpa para enseñarnos los números musicales. Todos dicen te quiero evita esa trampa, pues el director la ha llenado con las dosis usuales de su reflexivo estilo de hacer comedia, logrando un acertado balance entre las piezas musicales y las partes dramáticas que, aunque corales, tienen en su personaje de Joe a un catalizador de neurosis, tics y miedos. Woody Allen lleva muchos años interpretando, bajo distintos ropajes y nombres, a ese mismo personaje y no es hora todavía de cambiarlo. Su público se lo reclama y él lo sabe.

Todos dicen te quiero (Everyone Says I Love You, 1997)

Todos dicen te quiero es, como toda comedia musical que se respete, una historia de amor. Y más precisamente dos. La de Skylar y Holden termina bien, a pesar de un curioso y momentáneo desencuentro que llevó a la chica a otros brazos., quizás menos recomendables. La segunda historia es la de Steffie y Joe, que había concluido cuando -ya separados- ella reorganizó su vida con Bob. Pero el destino y la vida les dio otro momento juntos, quizás para que se dieran cuenta de que se debían todavía algo como pareja. Son los instantes más afortunados de la película y en ellos Woody Allen nos enseña su maestría rotunda para contarnos un episodio auténtico, fresco y emotivo en medio de una película a la que estos adjetivos describen con precisión. Su arte sigue ahí, incólume, para fortuna nuestra.

¿Sabes? Todos dicen te quiero. Yo también.

Publicado en la revista Kinetoscopio No. 45 (vol. 9, 1998) págs. 50-53
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1998

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