La memoria agradecida: Luis Alberto Álvarez, 1945-1996
“Se llega a ser crítico de cine por azar, tras haber fracasado en la literatura, en la enseñanza, en la publicidad o en la soldadura autógena”, escribía François Truffaut con no poca ironía: él mismo había sido crítico de cine y esa fue su escuela para pasar a la realización.
El sacerdote claretiano Luis Alberto Álvarez no fracasó en ninguna de esas actividades que mencionaba Truffaut para convertirse en crítico de cine. Encontró en este arte un complemento perfecto a su vocación religiosa y se entregó a escribir de cine con la misma autoridad con la que difundía el evangelio católico. Sus artículos dominicales en el periódico El Colombiano (una página entera) y luego en la revista Kinetoscopio –de la que fue cofundador- se constituían en cátedra documentada y rigurosa.
Me considero privilegiado por haber podido beber de sus conocimientos y haber aprendido a captar la belleza de este arte audiovisual gracias a sus palabras. Yo soy médico, no asistí a ninguna escuela formal de cine. Todo me lo enseñó el padre Luis Alberto a través de su prosa, textos ya amarillentos por el tiempo que conservo como un tesoro y de los cuales todavía aprendo. Su vigencia es asombrosa.
Luis Alberto falleció el jueves 23 de mayo de 1996 en Medellín. La manera de hacer critica de cine ya no es la misma que en esa época: internet y las redes sociales han masificado no solo el acceso a la información, sino que han permitido que una pluralidad de voces se expresen, sin requerir de un medio de comunicación tradicional que les de acceso y las valide. El lector tiene ahora más opciones, pero así mismo debe ser más cuidadoso a la hora de seleccionar las fuentes que consulta, no todas son confiables ni han pasado por el filtro de un editor.
En medio de este mar agitado de comentarios sobre cine, añoro con frecuencia el ancla segura de la opinión de Luis Alberto, su fe en los autores humanistas, su amor por el cine clásico, su capacidad de enlazar este arte con las demás manifestaciones culturales. Décadas después de su partida sigue siendo mi maestro, el hombre cuyo ejemplo hizo más feliz mi vida, al llenarla de imágenes infinitas e historias inagotables. Somos muchos los beneficiarios de su legado, así que honrar su recuerdo hoy es apenas un mínimo acto de agradecimiento y justicia.
Publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo con el tíitulo “20 años después” (22/05/16), sección “debes hacer”, p. 5.
©Casa Editorial El Tiempo, 2016
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