“Yo rezaré por usted”: La mujer del animal, de Víctor Gaviria
“Yo rezaré por usted”, le dice –palabras más o menos- una tía de “el animal” a Amparo, la mujer que este hombre tomó por la fuerza tras intoxicarla con alcohol, para luego secuestrarla, violarla y convertirla en su esclava. La tía de Libardo rezará por Amparo, como quien ora ya por un difunto: sabe que está condenada. No es el siglo XVIII. Es Colombia el siglo pasado. La mujer del animal (2016), el cuarto largometraje de Víctor Gaviria, empieza en 1975 y se inspira, según se nos dice, en hechos reales. De nuevo este realizador antioqueño recurre a actores naturales para interpretar a unos personajes de extracción popular que funcionan acá más como estereotipos que como protagonistas autónomos.
Libardo, “el animal”, es el macho alfa de un barrio estrato 1 en las laderas de Medellín. Es fruto de la ignorancia, de la prepotencia, del suponer que por ser hombre, ser fuerte y gritar, tiene derecho a imponer su voluntad sobre cualquiera, cosificando en el camino a las mujeres, a quien solo ve como meros objetos para saciar su lujuria, sin que le importe lo que ellas piensen, deseen o sientan. Libardo, entre borracheras, y peleas, impone siempre su voluntad mediante una continua y sistemática intimidación. Su personalidad psicopática lo protege de culpa o remordimiento alguno; no hay introspección frente a ninguno de sus actos criminales. Este personaje –interpretado con toda propiedad por Tito Alexander Gómez- es una bestia humana llevada al extremo de lo inverosímil. Es el mal, uno que llevamos profundamente arraigado. Tristemente no es un rezago de un pasado ya superado. Hay Libardos en todas partes y estratos, acosando, asustando, mirando con lascivia, chantajeando, victimizando.
Me he detenido en este personaje porque es fruto genuino de nuestra sociedad machista y cómplice. Aunque el título del filme se refiere a la mujer –sumisa y resignada- que fue sometida a sus inenarrables abusos, me parece que “el animal” merece ser visto de cerca. Repudiarlo es sencillo, entender de dónde surge es complejo y yo no pretendo pasar por sociólogo. Me basta con anotar, así suene a obviedad, que somos una sociedad muy retrograda, donde aún el hombre se siente –y en algunos ámbitos se le hace sentir- superior a la mujer y por ende en capacidad de abusar de ese “poder” que despersonaliza al sexo femenino, reduciéndolo a un objeto a su servicio.
Y esto ocurre a lo largo de toda la escala social y cultural, desde el troglodita que embaraza repetidamente a su compañera, prácticamente violándola en cada ocasión so pena de molerla a golpes; pasando por el hombre “inofensivo” que hace comentarios sexistas, misóginos y obscenos cada cinco palabras, hasta el jefe que exige favores sexuales a sus empleadas para darles una promoción laboral o impedir que pierdan su empleo. Eso somos. Así somos.
Por eso La mujer del animal es tan punitiva con el espectador. Porque quiere –si somos hombres- que nos veamos en un espejo brutal y sádico, y entendamos que mientras no sepamos nuestros límites y responsabilidades sociales, seguiremos abusando y creyéndonos con unos derechos que no tenemos. Y si el espectador es una mujer, verá aquí lo que ocurre cuando la ignorancia, la pobreza y la falta de oportunidades de alguien como Amparo hacen que un hombre, a punta de violencia, siembre miedo en su alma. Y ese miedo paraliza, encierra, obnubila. Amparo más que encerrada entre barrotes físicos estaba en una cárcel mental, completamente vulnerable, sola, sin una familia y sin un estado que la protegieran, sin un sitio seguro a donde huir, orando apenas para sentirse y mantenerse viva.
Estoy seguro que hoy hay menos Amparos. Estoy convencido que ya una mujer no permite con tanta pasividad una ignominia como la que presenciamos –casi a punto de cerrar los ojos del dolor- en esta película. Entiendo la incomodidad manifiesta que las imágenes de este filme hacen sentir a las espectadoras, no es sencillo permanecer impávido ante semejantes humillaciones. Hay toda una intención de perturbar, de aguijonear la conciencia.
La medicina que Víctor Gaviria quiere que tomemos mediante La mujer del animal es muy amarga. Tiene lo bilioso de lo criminal, tiene lo abominable de lo que es sabido, tolerado y no denunciado, tiene lo acerbo de lo que sabemos que –en gran parte- es culpa nuestra.