La “otra” gran película: Cuentos de Tokio, de Yasujirô Ozu

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A principios de este mes la revista británica de cine Sight and Sound dio a conocer los resultados de la encuesta que, desde 1952, hace cada diez años entre los críticos de cine buscando establecer un canon de las mejores películas de todos los tiempos. Suficiente despliegue ha tenido el hecho de que Vértigo (1958) remplazara este año a Ciudadano Kane (1941) en la primera posición de este listado, pero nadie parece recordar que desde 1992 la misma revista añadió una encuesta adicional, realizada exclusivamente entre directores de cine, que también eligen sus favoritas.

En la encuesta actual -en la que participaron directores como Martin Scorsese, Aki Kaurismäki, Jean-Pierre & Luc Dardenne y Terence Davies- la película que seleccionaron en el primer lugar es una obra de arte japonesa, Cuentos de Tokio (Tōkyō monogatari, 1953), de Yasujirô Ozu. Esa es la otra gran película enaltecida este año, y por lo que veo y leo no parecemos dispuestos a prestarle atención, encandilados por la exaltación de Vértigo, un filme más accesible.

En 1983 Wim Wenders realizó una peregrinación visual a Tokio buscando la huella del cine de Ozu en esa ciudad. El resultado fue un documental, Tokyo-Ga, mezcla de nostalgia cinéfila y decepción cultural. Respecto al cine de Ozu, Wenders afirmaba –con razón- que “para mí nunca antes y nunca desde entonces ha estado el cine tan cercano a su esencia y a su propósito: presentar una imagen del hombre en nuestro siglo, una imagen útil, verdadera y válida en la cual él no solo se reconoce a sí mismo, sino que, sobre todo, puede aprender acerca de sí mismo”.

Wenders se refería a una filmografía rigurosa y exigente, en la que Ozu quiso plasmar el transcurrir del tiempo, desdeñando complejidades narrativas que lo alejaran de su propósito. Hizo películas en el cine mudo y en el cine sonoro y ese aprendizaje de las dos gramáticas se refleja en su obra, donde las imágenes y las voces son tan contenidas como significativas. Su estilo formal es absolutamente sorpresivo: la cámara es inmóvil y está siempre puesta a la altura de un hombre sentado en el suelo. Los personajes llegan ante su lente fija y hablan como si nos miraran de frente, como si estuviéramos con ellos.

Cuentos de Tokio es una síntesis de muchos aprendizajes. No es una película particularmente novedosa dentro de su obra, pero sí indica una clara madurez artística. En su sencillez, Ozu quería mostrarnos un fragmento de vida, un latido que fuese fuerte. Aún se sigue escuchando.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 30/08/12). Pág. 14
©Casa Editorial El Tiempo, 2012

Setsuko Hara y Chishu Ryu en el poster de Cuentos de Tokio (Tōkyō monogatari, 1953)

Setsuko Hara y Chishu Ryu en el poster de Cuentos de Tokio (Tōkyō monogatari, 1953)

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