La pieza faltante del rompecabezas: Magical Girl, de Carlos Vermut
Cuando Damián está a punto de concluir el gigantesco y elaborado rompecabezas paisajístico que le regalaron, descubre -para su sorpresa y desazón- que le falta una pieza. Pese a buscar a su alrededor no logra encontrarla. Ese rompecabezas nunca va a ser finalizado, siempre estará inconcluso. Imperfecto. Inválido.
Eso mismo podría pasarnos con Magical Girl (2014): desconcertarnos ante la falta de una o varias piezas del rompecabezas narrativo que su director y guionista, Carlos Vermut, nos ofrece. Sin embargo él pretende retarnos a que infiramos la imagen faltante y atemos los cabos sueltos que este film deja adrede. Nuestra imaginación –supone Vermut- terminará de completar el paisaje y deducir los motivos ocultos que mueven a los protagonistas de este drama, que es un ejercicio muy estructurado de imágenes, acciones y antecedentes personales fuera de campo. Y eso se ve desde las primera imágenes, cuando Damián, un profesor de aritmética, reprende en clase a Bárbara, una alumna adolescente. Nunca vemos el salón de clase. Solo a él en un plano medio, a ella que llega a ese plano, a las manos de ambos que cruzan sobre el escritorio del profesor. Otro alumno es expulsado de clase en ese mismo episodio y nunca lo vemos. Solo oímos su voz. La mayoría de la acción de esta escena solo tiene lugar en nuestra cabeza.
Y así ocurre con el resto de Magical Girl, una cinta donde el destino de cuatro personajes se cruza en un episodio tan casual como absurdo. Carlos Vermut parte de ese presente para hacer mover la acción, pero la enorme carga del pasado de cada uno de los protagonistas queda en nuestras manos. ¿Dónde está la mujer de Luis y a la vez madre de Alicia? ¿Qué pensamientos hay en la mente de ese hombre taciturno? ¿Desde cuándo está enferma la niña, que pronóstico tiene? ¿Qué son las marcas en el cuerpo de Bárbara? ¿Son cicatrices de heridas autoinfringidas? ¿Cuál era la ocupación previa de ella? ¿Cuál es su estado mental? ¿Qué actos ocurren dentro de ese salón presidido por la imagen de una salamandra? ¿Por qué Damián estuvo preso? ¿Qué relación obsesiva lo une a su exalumna? Preguntas, preguntas, preguntas… solo preguntas surgen de un relato con pocas certezas, pero que pretende despertar la curiosidad y mantener el interés de un espectador que está seguro que este encuentro –demasiado calculado, diría yo- de vidas desesperadas tendrá malas consecuencias.
El desespero de esas existencias surge del tamaño del contendor que deben enfrentar y que Vermut anticipa con unos intertítulos que los describen. Al “mundo” se enfrenta Luis con su desempleo, su soledad y su falta de oportunidades; Alicia también lo padece con su enfermedad y su abandono; El “demonio” de la lujuria y del deseo vampirizan la vida de Bárbara, mientras la obsesión por la “carne” (probablemente de la que fuera su alumna) preside los otoñales días de Damián. Vistos así, los personajes están pensados en función de la estructura narrativa de una historia que depende de los azares y encuentros determinados por un guión que no pretende imitar la vida. En realidad es que a Carlos Vermut le importan menos los protagonistas que el rol que estos mismos cumplen en la dinámica fatalista del relato.
Quizá por esto al finalizar el visionado de Magical Girl es probable que ocurra que, pese a la fría inteligencia del filme (o debido a ello), algunos espectadores decidan simplemente que no vale la pena completar el rompecabezas. Y que cuando piensen en este filme, recordarán simplemente que algo faltó.
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