La redención tenía las alas rotas: Kes, de Ken Loach
“Eres agobiante”, le dice Peter a su madre. “Alguien tiene que agobiar”, le responde ella. Junto a ellos está Billy Casper, el protagonista de Kes (1970). Peter y él están esperando la cita con el oficial de empleo, un funcionario estatal que desescolariza a los adolescentes y les consigue un empleo no calificado, como obreros, mineros, acaso oficinistas de bajo rango. Sí, parece absolutamente necesario que alguien tenga que agobiar, bien sea esa madre, ese oficial, los profesores, el rector, el hermano mayor de Billy, sus compañeros de clase. La idea es que no haya paz, ternura o sosiego para él o para los jóvenes como él. Kes es la crónica de ese agobio permanente de Billy, un adolescente que está creciendo entre la pobreza y el abandono en Barnsley, un pueblo minero al norte de Inglaterra.
Su padre es una ausencia, su madre lo considera un caso perdido, su hermano lo maltrata. Nada distinto le espera a trabajar en el agujero de la mina de carbón del poblado donde nació. Billy no tiene futuro, pero sin embargo un día encuentra una ilusión y eso le alivia los dolores diarios de la vida. La analgesia tiene forma y plumas de halcón, un polluelo que Billy roba de su nido e instala en un pequeño cobertizo en el patio de su casa. Lo que sigue es robarse un libro sobre cetrería y aprender juiciosamente a criar y a domesticar al ave rapaz, que va a convertirse en su motivo de orgullo. ¿Es este el mismo Billy travieso, malcriado y mal estudiante? Sí, es el mismo, pero cautivado por una pasión redentora.
Pero no se engañen, Kes no es la historia de esa redención. Ya lo expresé antes: este es el relato de las circunstancias sociales y familiares que agobian y aplastan a Billy, que lo derrotan sin remedio. Su relación con el halcón –al que bautiza “Kes” – no es la misma que uno pudiera encontrar en una película de Disney, donde el ave, por ejemplo, se convierte en su aliada, le salva literalmente la vida y se convierte en su mejor amigo, para al final recobrar su libertad. No, acá no. Esta no es una fábula escapista: acá sirve para constatar la ceguera de la familia y de los profesores de Billy, que no ven en esa pasión suya un elemento transformador a cultivar y a apoyar. Sencillamente nadie es capaz de imaginar que es posible escapar al destino de mediocridad y pobreza que ya está escrito para el muchacho.
Hay al respecto una escena conmovedora que habla a gritos de la situación angustiosa que experimenta Billy cada día. El joven ha tenido una pelea con un compañero de colegio que ha insultado a su familia, y un profesor joven, el señor Farthing (Colin Welland, el único actor profesional en todo el reparto de este filme), los separa. Luego se quedan a solas en el patio escolar. Y Farthing le pregunta porque se mete en tantos problemas, si acaso es que es un mal muchacho. Billy se desahoga frente al único profesor que parece prestarle atención y suelta un monólogo que es un memorial de agravios. La cámara lo enfoca en un primer plano, con Billy casi siempre mirando al suelo y ocasionalmente a su docente, a quien no vemos: “Puede que lo sea a veces, pero no soy tan malo, señor. Conozco a un montón de chicos que son peores que yo, pero parecen salirse con la suya. Bueno, por ejemplo esta mañana, señor. Entré y me adormecí. No estaba haciendo nada malo. Estaba levantado desde las seis, tuve que repartir los periódicos, luego tuve que ir de casa a aprisa a cuidar el pájaro y luego corriendo a la escuela. Usted estaría cansado, ¿verdad, señor? A usted no lo azotarían por eso, señor. Y eso no se le puede decir al señor Gryce. Y ese niño pequeño, señor. Solo traía una nota de una profesora y fue azotado. No es para reírse, señor. Luego se puso enfermo como un perro. Y los profesores, señor. No se preocupan por nosotros, señor. Si somos malos estudiantes piensan que somos idiotas, señor. Siempre están mirando el reloj, para ver cuanto les queda de lección. No se preocupan por nosotros, y nosotros no nos preocupamos por ellos”, le explica el muchacho. No busca ayuda, porque sabe que no va a obtenerla, pero por lo menos en esta ocasión encontró quien lo escuchara (y eso incluye a Loach, cuyo cariño por el personaje es evidente) y eso le basta por ahora. Pudo expresar por fin un desconsuelo que solo parece olvidar a la hora de cuidar de su halcón.
Kes surgió de la novela A Kestrel for a Knave del escritor socialista Barry Hines, publicada en 1968. Fue adaptada por Ken Loach, el actor y productor Tony Garnett y el propio Hines. Loach y Garnett formaron una compañía independiente para rodar la película, que costó alrededor de 175.000 libras esterlinas. La gran mayoría del reparto lo integraron actores no profesionales, empezando por David Bradley, un joven de un pueblo cercano que a sus 14 años de edad interpretó a Billy. La cámara de Chris Menges enfatiza su naturalidad y la de todos los demás –adolescentes y adultos- capturados en su espontaneidad y en su cotidianidad. Ciertas miradas y actitudes indican que la cámara era furtiva, que no estaban sintiéndose filmados, que estaban tan solo siendo ellos mismos.
La película tiene largas secuencias que exponen la opresión y el abandono de Billy, que es siempre puesto en desventaja frente a su hermano, sus compañeros grandulones, su jefe en la tienda donde reparte los periódicos, sus profesores y el rector. Son esos espacios familiares y escolares los que Loach explora y los que le interesa denunciar. Muy rápido quiere que nos deshagamos de la idea que esta cinta es algo así como “El niño y el pájaro”: por eso hay una secuencia en la que la madre de Billy y su hermano coinciden en el que probablemente sea el único pub local. Ella reconoce su fracaso como madre y se siente pesimista frente al presente y al futuro de sus hijos, además de sentir el peso de criarlos sola. Es quizá el único momento de reflexión –y de ausencia de Billy en pantalla- de un filme contado, por lo demás, desde la perspectiva de este muchacho. Es él en relación con un sistema social y económico que no desea darle oportunidades y que no se pregunta si está haciendo lo que debería. Que le arranca las alas a sabiendas que podría volar. Esa ave es el símbolo de una redención que no se dio, de una vida que se perdió.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 115 (Medellín, julio/septiembre, 2016), págs. 22-23
©Centro Colombo americano de Medellín, 2016
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.