La solución XX: Mejor… imposible, de James L. Brooks
Breve e irregular ha sido la filmografía de James L. Brooks, el director norteamericano nacido en 1940 que Hollywood galardonó por su ópera prima, La fuerza del cariño (Terms of Endearment, 1983), un novelón prefabricado al que no logró salvar ni la presencia de Jack Nicholson y Shirley Maclaine, perdidos en medio de la manipuladora y predecible historia. Detrás de las noticias (Broadcast News, 1987) fue un mejor esfuerzo, mostrándonos los entretelones de un noticiero televisivo, al que adornó con ironía, humor y las presencias siempre interesantes de William Hurt y Holly Hunter. Vino luego I´ll Do Anything (1994), que no fue estrenada entre nosotros, para llegar ahora a Mejor… imposible (As Good as It Gets, 1997), su mejor película hasta la fecha.
La labor de Brooks se ha expandido al campo de la producción de cine y televisión, y en el primero de los campos podemos recordar cintas como La guerra de los Roses (The War of the Roses, 1989) y Jerry Maguire (1996) y en el último -curiosamente- es el responsable de una serie de dibujos animados que polariza opiniones a su alrededor, pero de cuya originalidad nadie duda: me refiero a Los Simpsons, cruda radiografía de la sociedad y la familia norteamericana contemporánea, con su carga de idiotez mediática y su desplazamiento de valores. El humor que se maneja en esta serie no es nada superficial y, por el contrario, al burlarse de ella misma, la llena de gran ironía, convirtiéndola en una fina sátira para iniciados, mientras que para otros no es más que un desfile de caricaturas violentas nada edificantes y muy poco graciosas.
Viendo Mejor… imposible no es complicado imaginar que el humor de Los Simpsons ha influido sobre Brooks de una manera directa -aunque es posible que mecanismo opuesto también opere- y que el director ha destilado los rasgos más agudos de ese estilo de hacer reír para depositarlos en este filme, lleno de gags verbales antes que físicos, como ha sido,valga el ejemplo, la impronta del cine de Woody Allen. Pero a diferencia de los brillantes juegos intelectuales del neoyorquino, la propuesta de Brooks en Mejor… imposible es de más fácil acceso paro el común del espectador, pues concentra todo el potencial cómico en un solo personaje que, aunque caricaturizado, no pierde cierta humanidad latente detrás de una máscara de soberbia y autosuficiencia. No es fácil tenerle simpatía a un personaje cuyos actos desaprobamos, pero el mérito de Brooks y de su actor, Jack Nicholson, consiste precisamente en eso: en que aceptemos que ese ser humano altisonante y poco solidario se siente bien viviendo así y que su estilo de vida merece tanto respeto como el de cualquier otro.
El planteamiento de la película no es nada nuevo y es un tema que las novelas victorianas de Dickens ya abordaban: el del hombre conscientemente malo, cuyos actos todos reprueban y que está o punto de sufrir un cambio vital y un giro súbito de su manera de actuar, movido por factores externos a él, sean estos naturales o sobrenaturales. La película nos muestra a Melvin Udall, un hombre soltero de edad madura, lleno de desesperantes tics obsesivo-compulsivos que lo convierten en un ser asocial y completamente ofensivo en su escasa relación con sus semejantes y que, sin embargo, es un prestante escritor de novelas rosa estilo Corín Tellado.
Nicholson construye un personaje perfectamente estructurado, rebosante de manías y temores, siempre presto al insulto, al golpe antes que a la caricia, al escupitajo antes que al beso. Cuando lo conocemos está en guerra con sus vecinos de piso, uno de los cuales es Simon, un artista homosexual (Greg Kinnear), dueño de un perrito faldero y amigo de un comerciante de arte, que no sólo es también homosexual, sino que, además -para horror de Melvin- es negro. La tensa situación, que reúne varias de las fobias del protagonista, es resuelta con singular gracia por el director, que pone a cada quien, en su sitio, no sin cierto traumatismo.
Melvin también conoce a Carol (Helen Hunt), la única mesera que lo soporta en el restaurante donde suele ir a comer. Es una mujer humilde, madre soltera, cuyo hijo sufre violentos ataques de asma, que la obligan a estar en permanente atención de su salud. Helen Hunt es una actriz joven, cuya carrera se ha desarrollado sobre todo en televisión, gracias a una comedia popular, Mad About You, junto a Paul Reiser. No es exactamente una estrella, por lo menos según los cánones de Hollywood, y eso le permite desarrollar sus personajes sin ningún tipo de reserva: aquí se despoja de cualquier pose de diva y nos entrega un rol honesto, franco, absolutamente convincente. Sus ojos expresan mucho más de lo que su voz alcanza a decir; es acá una mujer necesitada de afecto, y cuando lo recibe no sabe ni cómo expresar su enorme alegría. Hay decoro y garbo en su actuación, llenando de vida y frescura un personaje adolorido y golpeado.
Tanto Simon como Carol deben -a las malas- relacionarse con nuestro peculiar protagonista y es de esa difícil relación de la que surgen los mejores momentos de la cinta, con diálogos y situaciones tan poco esquemáticos como singulares. En los años sesenta y setenta Neil Simon era el amo absoluto de este género de humor situacional urbano, que surgía del contacto entre seres improbables, puestos en comunión por un inesperado destino. Títulos como Descalzos en el parque (Barefoot in the Park, 1967), Una extraña pareja (The Odd Couple, 1968) o La chica del adiós (The Goodbye Girl, 1977) marcaron una época, al parecer reemplazada por las comedias anodinas de los ochenta, que enfatizaban el sexo y el humor burdo. Mejor… imposible recupera ese estilo clásico, salpicándolo de un venenosa y cáustico humor, que quizás hace veinticinco años no hubiera sido de buen recibo. Dardos ponzoñosos son lanzados a lo largo de todo el filme, sin que haya modo de ponerse a salvo.
A pesar de la que podría pensarse la vida de Melvin es mucha más estable que la de Simon y Carol y, sin embargo, las vicisitudes de estos últimos desestabilizan el orden de su puntilloso existir. Ayudarlos no es un acto de bondad, es un desesperado esfuerzo por recuperar su balance vital, golpeado por las dificultades de ambos. Y en ese esfuerzo, trazas de humanidad van apareciendo -muy a su pesar- sobre Melvin, perplejo ante lo que está viviendo, pero maravillado de poder relacionarse con los demás, así sea con la discreción y la decencia de un tractor. Hasta aquí, como descripción de un grupo humano característico, la película triunfa, deslizándose cómoda entre la comedia y el drama. No hay baches narrativos, no hay falsos caminos que lamentar. El guion se encuentra perfectamente definido y no permite anticipar hacia dónde se dirige la película.
En este punto Brooks y sus coproductores deciden optar por lo seguro: van a transformar la película en una historia de amor. Que sea rara, impracticable, o poco coherente es lo de menos, de todos modos, ya habían hecho La fuerza del cariño: podía esperarse cualquier cosa. Echan mano entonces de la “solución XX”: el amor de una mujer que todo lo toca y lo transforma, incluso a gente tan poco maleable como Melvin Udall. Tal manera de resolver las cosas es una salida facilista y acomodada, que le resta credibilidad y valor a la historia: no vemos un cambio tan sustancial en Melvin como para que se lance a buscar la pareja que nunca ha tenido y de la que realmente conoce muy poco. Pero este tipo de elucubraciones chocan de plano con el hecho de estar viendo una comedia, donde se supone hay licencia para este tipo de desatinos. O si no, recuerden torpezas como El beso francés (French Kiss, 1995) o Adictos al amor (Adiccted to Love, 1996). Es una lástima: a partir del momento del viaje en automóvil el filme decae y, aunque conserva vestigios de su humor, la falta del ambiente claustrofóbico inicial pesa bastante. Había material suficiente para convertirla en un clásico del género, pero se cedió frente al temor a los riesgos comerciales que esto implicaba.
La “solución XX” no es, sin embargo, un truco sin validez: el cine en general viene lucrándose de ella desde sus inicios. La mujer ha sido el catalizador de los pensamientos más nobles y de los más ocultos del género masculino, y bajo su influjo caemos todos, tarde o temprano. Hace parte de su misteriosa naturaleza el tener la capacidad de operar en el hombre cambios inesperados y el generar lo impensable: una palabra de cariño, un gesto tierno, un signo de amor. Melvin lo comprobó también y supo a qué me refiero: a las consecuencias del enamoramiento, estado inestable que todo lo empapa. Mejor… imposible termina con una promesa de tiempos mejores por venir: ojalá ocurra lo mismo para el cine futuro de James L. Brooks. Mientras tanto, nos deja entre las manos una comedia interesante y digna de ver.
Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio no. 44 (Medellín, vol. 9, 1998), págs 42-44
©Centro Colombo Americano de Medellín, 1998
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