La sustancia, de Coralie Fargeat

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Hay un diálogo en El demonio de neón (The Neon Demon, 2016) entre dos modelos, que me gustaría que recordaran. Sarah (Abbey Lee), una modelo veinteañera ya con trayectoria, fue excluida de un casting por “la nueva chica en la ciudad”, una inexperta y joven Jesse (Elle Fanning), que tiene embelesados a todos.

Tras el casting, ambas coinciden en un baño, en el que Sarah ha desahogado su frustración. Sarah le dice: -No finjas que no lo sabes. La gente te mira. Se fija en ti. ¿Sabes la suerte que tienes? Yo soy un fantasma. ¿Qué se siente?

-¿A qué te refieres? –Le responde Jesse.

-Cuando entras en un sitio y es como sí, en medio del frio invierno, tú fueras el sol. –Le dice Sarah.

-Lo es todo. –Responde Jesse triunfante.

La sustancia (The Substance, 2024)

El negocio relacionado con el espectáculo y sus celebridades –el modelaje, la televisión, el cine, la publicidad- siempre exige caras nuevas, rostros lozanos, cuerpos frescos, nuevos ídolos a quien adorar. La fecha de caducidad en esos medios es estricta, sobre todo con las mujeres que están ahí desde jóvenes. Llega un punto en que se convierten –como dice Sarah en el diálogo que transcribí- en fantasmas, en seres invisibles para la industria, que los relega a un ostracismo involuntario, sencillamente porque dejan de llamarlos para ofrecerles roles o porque son reemplazados por alguien más joven y llamativo.  El drama de La sustancia (The Substance, 2024), dirigido por Coralie Fargeat, es ese, el del declive de Elisabeth Sparkle, quien fuera una estrella del cine y luego de la televisión en un programa de ejercicios (a lo Jane Fonda) y que ahora pretenden desplazar y cambiar por alguien que ejemplifique la novedad y la belleza de la juventud. Que Demi Moore sea quien interprete a Elisabeth Sparkle le añade verosimilitud y pathos a un relato en el que ella, como actriz, puede ejemplificar perfectamente ese fenómeno. Nacida en 1962, tuvo su apogeo en el cine entre 1985 y 1997, para a partir de ahí ir mermando progresivamente su producción artística. Demi Moore interpreta a Elisabeth con la convicción de lo vivido.

La sustancia (The Substance, 2024)

Hay que tener presente que La sustancia no es un drama. Es una sátira feroz y por momentos surrealista. Esos pasillos del estudio de televisión son más un estado mental que un lugar concreto. Algo similar ocurre con el apartamento de Elizabeth, que parece contener un corredor laberíntico y que tiene un baño que se asemeja más a un anfiteatro, a una sala de operaciones. Los personajes masculinos del filme –encabezados por Dennis Quaid- son caricaturas esperpénticas, y el personaje de Elisabeth Sparkle es un ser aislado, solitario, sin ningún contacto familiar, afectivo o de amistad al que aferrarse. Su mundo es ella misma, su aspecto físico y su fama, ahora menguante. Nada más le importa. Cuando llega a sus manos una propuesta del mercado negro para una terapia que podría ofrecer una “mejor versión” de ella misma, cede a la tentación. Esa “sustancia” verde radioactiva que se va a inyectar, acompañada de unas instrucciones escuetas, parece ser la solución a su desgraciada realidad.

La sustancia (The Substance, 2024)

A partir de acá La sustancia se adentra en los terrenos del cine de terror corporal a lo Cronenberg y Lynch, con un ojo puesto en El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, y el otro en Carrie (1976) de De Palma. De Elizabeth surgirá una nueva y joven mujer, Sue (Margaret Qualley), absolutamente sexualizada para la mirada masculina, esa que es -frente a esta mujer- indefectiblemente lasciva. Si la directora francesa Coralie Fargeat recurrió a dos referentes del cine bizarro para construir su relato, también miró a su propia obra previa para darle el tono que quería: La sustancia es una simbiosis del cine que ella había hecho hasta el momento. De su cortometraje  Reality+ (2014) sacó la apetencia por la mejora artificial de la imagen física, con las restricciones temporales que la misma impone; y de su largometraje Revenge (2017) obtuvo la hipersexualización de Sue, sus movimientos, los ángulos de cámara que la exhiben: todo es extraído del personaje que Jen (Matilda Lutz) en ese filme. Todo, a la vez, es intencional. De ahí también sale la caricatura machista de los personajes masculinos. ¿Recuerdan a Dennis Quaid devorar unos langostinos frente a Elisabeth? Ese gesto desagradable ya estaba en Revenge.  Como también lo estaba la descripción anatómica y verista de los cuerpos hendidos, manando sangre, atravesados por una rama en forma de estaca o heridos de muerte por un puñal que atraviesa un ojo y se clava en el cerebro. Revenge no temía ser verista, era necesario que lo fuera.        

La sustancia (The Substance, 2024)

Con lo que tenía ya trabajado en su obra previa y con los referentes del terror ya mencionados, Coralie Fargeat construye un relato fascinante en su violencia autodestructiva, hipnótico en el obligado voyerismo al que nos somete, implacable en su crítica a la sociedad de “consumo” (la palabra queda exacta ahí: esa audiencia consume y exprime no solo el cuerpo, sino hasta la almas de los artistas), agresivo en su descripción gore de la transformación del cuerpo y el declive mental de Elisabeth, desolador en el vacío existencial de su protagonista, acosada por las exigencias de un showbiz misógino; tenso en su ritmo narrativo que no es lineal, sino en una espiral descendente y enajenada. Todo nos conduce a un clímax paroxístico demasiado explicito, una catarsis sanguinolenta totalmente punitiva y aleccionadora, una bofetada a ese público que con el rating o la taquilla exige sacrificios humanos.

La sustancia (The Substance, 2024)

En su rabiosa ansia de denuncia, La sustancia no es una película hecha para disfrutarla. La incomodidad está en su centro y a esa sensación no renuncia.  La directora Coralie Fargeat quiere hurgar en la consciencia del espectador con la sutileza de una estaca clavada en el bajo vientre.  Somos cómplices indirectos de haber causado mucho dolor, de haber sometido al ostracismo artístico a seres que no venían exactamente con fecha de expiración. Y eso es inocultablemente bochornoso.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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