La última exhalación de Buñuel

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“Buñuel fue un consumado hacedor e inventor de bromas. Con respecto a su muerte, siempre fantaseó con la de que, cuando toda la familia estuviese reunida para la lectura del testamento, llegaría el notario y leería: «Lego toda mi fortuna a Nelson Rockefeller»”
– Fernando Trueba

“A mi edad, dejo que hablen. Mi imaginación está siempre presente y me sostendrá en su inocencia inatacable hasta el fin de mis días. Horror a comprender. Felicidad de recibir lo inesperado. Estas antiguas tendencias se han acentuado en el transcurso de los años. Me retiro poco a poco. El año pasado calculé que en seis días, es decir, en 144 horas, no había tenido más que tres horas de conversación con mis amigos. El resto del tiempo, soledad, ensoñación, un vaso de agua o un café, el aperitivo dos veces al día, un recuerdo que me sorprende, una imagen que me visita y, luego, una cosa lleva a la otra, y ya es de noche” (1), escribía Luis Buñuel en su autobiografía, Mi último suspiro, publicada en 1982.

Buñuel y Angela Molina durante el rodaje de Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur objet du désir, 1977)

Sentía cerca a la muerte y esta no estaba lejos: Buñuel falleció el 29 de julio de 1983 en Ciudad de México. Tenía 83 años. Lejanos estaban ya los ecos y los aplausos de su último largometraje, Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur objet du désir), estrenado en 1977. Ese mismo año recibiría el Premio Nacional de las Artes en México. En marzo de 1980 realizó su último viaje a España con motivo de un homenaje que le preparaba en Madrid la Unión de Escritores Cinematográficos, en el marco de la Primera Semana de la Crítica. Durante su estadía recibió además la medalla de oro de la universidad Complutense de Madrid, otorgada también a otras cuatro figuras del cine español radicadas en México: Julio Alejandro, Ofelia Guilman, Miguel Moraita y Luis Alcoriza. Así mismo fue condecorado por los Ayuntamientos de Madrid y de Zaragoza, y la Diputación de Teruel. “No sé si podré venir, no sé si estaré vivo en enero”, fue la respuesta que le dio a Vian Ortuño, rector de la Universidad Complutense, cuando éste le mencionó que en enero de 1981 se le otorgaría el doctorado honoris causa.

Buñuel, Delphine Seyrig y Fernando Rey en el rodaje de El discreto encanto de la Burguesía

En ese año al que Ortuño se refería es cuando se reestrena en París, distribuida por Gaumont, La edad de oro (L’âge d’or), cinco décadas después de haber sido prohibida. Ahora llegaba de nuevo a los cines, pero ya con honores, una cinta de la que Buñuel decía -en entrevista con Manuel Michel en 1960- que “es la única película que filmé en un estado de euforia, entusiasmo y fiebre destructora. Quería atacar a los representantes del “orden” y ridiculizar sus principios “eternos”. Con toda intención quise provocar un escándalo con este filme. Jamás volví a tener el entusiasmo que me poseyó entonces, como tampoco tuve otra vez la oportunidad de expresarme con tanta libertad. Fue esa época la que produjo en mí ese estado de ánimo. No me sentía solo: todo el grupo de surrealistas estaba detrás de mí” (2). Buñuel podía descansar tranquilo, su película más subversiva ya pudo ser vista sin prevención.

Luis Buñuel, Gustavo Alatriste, Jeanne Rucar, Emilio ‘El indio’ Fernández y Silvia Pinal en el bautizo de su hija, Viridiana Alatriste en 1963.

Pero antes nos legaría su testimonio escrito. En 1982 aparecen Luis Buñuel, Obra literaria 1922-1947, con introducción y notas de Agustín Sánchez Vidal, y Mi último suspiro, su autobiografía. “Yo no soy un hombre de pluma. Tras largas conversaciones, Jean-Claude Carrière, fiel a cuanto yo le conté, me ayudó a escribir este libro” (3), declara Buñuel en el prefacio al texto, dando crédito a quien además fuese su guionista consuetudinario. Tras repasar su vida, sus exilios y sus filmes, Buñuel dedica las últimas páginas del libro a referirse a la muerte, a su propia muerte. “Mis preferencias se dirigen a una muerte más lenta, más esperada, permitiendo saludar por última vez a toda la vida que hemos conocido. Desde hace varios años, cada vez que abandono un lugar que conozco bien, donde he vivido y trabajado, que ha formado parte de mí mismo, como París, Madrid, Toledo, El Paular, San José Purúa, me detengo un instante para decir adiós a ese lugar. Me dirijo a él, digo, por ejemplo: «Adiós San José. Aquí conocí momentos felices. Sin ti, mi vida hubiera sido diferente. Ahora, me voy, no te volveré a ver, tú continuarás sin mí, te digo adiós.» Digo adiós a todo, a las montañas, a la fuente, a los árboles y a las ranas” (4).

Catherine Deneuve y Buñuel durante el rodaje de Bella de día (Belle de jour, 1967)

Parecía que publicar Mi último suspiro fuera todo lo que le faltaba para irse. Pese a ser ateo, disfrutaba las visitas de un sacerdote dominico, el padre Julián Pablo Fernández, con quien conversaba por horas. Obviamente a su lado estaba siempre su esposa, la francesa Jeanne Rucar, con quien se casó en París en 1934 y fue la madre de sus hijos Juan Luis y Rafael. Su autobiogafía, Memorias de una mujer sin piano, publicada en 1991 nos permite saber de primera mano cómo fueron esos últimos días de Buñuel: “Era diabético, su salud empeoró paulatinamente: las piernas, luego los ojos, comenzaron a fallarle, no podía leer, eso lo irritaba. Contratamos a una enfermera para que me ayudara a bañarlo y a cuidarlo. No se dejaba bañar por ella. «Vamos, don Luis, si no nací ayer…» «No.» Pobre Luis: desesperado, sin libros, sin salidas y hasta con dificultades para hablar. Sólo las visitas del padre Julián le daban la oportunidad de escapar un rato, cada tarde, de su enfermedad. Procuraba no salir, sabía que a Luis lo reconfortaba saberme cerca. Salí una vez, aprovechando la visita del padre Julián:
—Luis, tengo que ir al doctor. No tardo. En una hora estoy de vuelta.
Lo besé. Se puso a llorar. Esas lágrimas me inundaron el corazón. Fue la segunda y última vez que lo vi llorar. ¡Qué tan débil no estaría! Cuando murió nuestra perra «Tristana» él me comentó: «Es curioso, Jeanne, al enterarme de la muerte de mi hermano no lloré, en cambio por “Tristana” sí, vivió ocho años con nosotros.» Es triste la vida” (5).

Rodaje de La vía láctea

Buñuel fumó y bebió durante décadas y era consciente del daño que le había hecho a su hígado. Fue un coma hepático el que hizo que tuviera que ser internado en cuidados intensivos en el Hospital Inglés de la capital mexicana. Fue mejorando progresivamente y pasó luego a cuidados intermedios. Recordaba su esposa: “El 29 de julio de 1983, en la mañana, la enfermera lo colocó de costado para que su cuerpo descansara de la posición anterior. Yo acerqué una silla a la cabecera y tomé sus manos entre las mías. Al rato sentí que algo le molestaba:
—¿Cómo estás Luis?
—Me muero.
En ese momento noté que su pulso se detenía. Sin soltarlo, toqué el timbre y grité pidiendo ayuda” (6). A sus 28 años, el Dr. Maxwell era el Jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital. Es él quien atiende la emergencia, dispuesto a hacer la reanimación cardiopulmonar requerida. Pero al llegar a la habitación de Buñuel decide no hacer medidas extraordinarias y deja que esa vida se extinga en paz. Es como si hubiera leído Mi último suspiro y recordara las palabras de Buñuel: “Igualmente atroz, y quizá peor, me parece la muerte largo tiempo diferida por las técnicas médicas, esa muerte que no acaba. En nombre del juramento de Hipócrates, que coloca por encima de todo el respeto a la vida humana, los médicos han creado la más refinada de las torturas modernas: la supervivencia. Eso me parece criminal” (7). En la limitación del esfuerzo terapéutico que ejerció, el Dr. Maxwell parecía estar siguiendo la expresa voluntad de su ilustre paciente.

Luis Buñuel con su familia: su esposa Jeanne y sus hijos Rafael y Juan Luis

Declinando la invitación a que la velación fuese en el palacio de Bellas Artes, esta se hizo en la funeraria Gayosso, cercana a la que fue su residencia. Al otro día fue la cremación del cadáver. Sobre el destino final de sus cenizas hay muchas conjeturas. El Padre Julián afirmaba que habían sido entregadas a los dominicos y Jean Claude Carrière decía que se habían esparcido en el Parque Nacional Desierto de los Leones, al sur del Distrito Federal. Sin embargo, en 2012 sus hijos públicamente expresaron que las cenizas de su padre habían sido esparcidas desde 1997 en el cerro Tolocha, en su pueblo natal, Calanda, terminando así con las conjeturas. Buñuel volvía a España, esta vez para siempre.

Referencias:
1. Luis Buñuel, Mi último suspiro, Barcelona, Editorial Debolsillo, 2005, p. 206
2. Manuel Michel, Entrevista con Luis Buñuel, Les Lettres Françaises,12 de mayo de 1960, pág.49
3. Luis Buñuel, Op cit., p. 7
4. Ibid., 302
5. Jean Rucar de Buñuel, Memorias de una mujer sin piano, Alianza, 1991, pág 131
6. Ibid., págs. 132-33
7. Luis Buñuel, Op cit., p. 302-303

Publicado en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 29/07/18), págs 4-5
© El Colombiano, 2018

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