La verdadera historia de Arizona Jim: El crimen del señor Lange, de Jean Renoir

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“Renoir es el maestro de muchos de los más grandes: Rossellini, Bresson, Visconti, Truffaut, Rohmer, Straub, Antonioni, Buñuel; pero es también el maestro de la humanidad tolerante, de la simpatía profunda por el ser humano más allá de toda innovación estética”.
– Luis Alberto Álvarez

Vientos de inconformidad y temor político sacuden a Europa en 1935. Hitler está en el poder y sus designios empiezan a causar extrañeza y confusión. Francia no es ajena a ese clima y allí se vive con ardentía una fuerte lucha por el poder entre la extrema derecha y la izquierda socialista, representada esta última por el Frente Popular, de extracción comunista.

Jean Renoir viene de trabajar en los estudios de Marcel Pagnol en Marsella y el resultado de su estancia allí es Toni (1935), filmada en su mayoría con actores no profesionales y obreros de la región, y en la que un joven aristócrata italiano llamado Luchino Visconti ha servido de asistente: el neorrealismo italiano gestándose -sin saberlo- en Francia. Al volver a París, Renoir encuentra a sus amigos y colaboradores preocupados por la situación política, y atemorizados ante la amenaza que representan los extremistas de derecha. Queriendo aportar algo a la causa de izquierda, Renoir realiza en 25 días -entre octubre y noviembre de 1935- y a un costo de un millón de francos, El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936), a partir de una idea de Jean Castanier, el pintor y escenografista de origen español. El filme se estrenó en París el 24 de enero de 1936.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

El tratamiento original recibió varios nombres temporales, tales como Sur la Cour (que homenajea la puesta en escena del filme), L’ ascension de M. Lange o Un homme se sauve. El productor André Halley des Fontaines sugirió contar con la ayuda del escritor y poeta Jacques Prevert en el guion y los diálogos, como una manera de interesar a los distribuidores, y de esta forma el texto fue reescrito a la versión filmada como la conocemos. Como actores se obtuvo la participación de los comediantes del grupo Octubre y es gracias a estos últimos que Renoir entra en contacto con los principales miembros del Partido Comunista Francés, que le proponen la realización de un filme propagandístico y por eso surge luego La vie est à nous (1936), que estrenada en abril, no logra permiso para ser difundida y debe entonces esperar para ser vista hasta después de los comicios de mayo de ese año, cuando el Frente Popular -con Leon Blum a la cabeza- toma el poder en Francia e implanta una serie de reformas laborales que tratan de aliviar la inequidad social que vivía el país.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

Inequidades e injusticias que una cinta como El crimen del señor Lange es clara en reflejar. Sin embargo, esta película dista mucho del habitual cine político o de propaganda: el genio de Jean Renoir supo hacerla superar esos cauces estrechos y convertirla en una obra maestra del drama humano, con unos toques de inteligente comedia que la hacen exquisita e inolvidable. El compromiso y la denuncia convertidos en arte. François Truffaut afirmaba que, de todas las películas de Jean Renoir, “El crimen del señor Lange es la más espontánea, la mas rica en milagros de juegos de cámara, la mas repleta de verdad y de belleza pura. En breve, una película que uno podría decir que fue tocada por la gracia divina”. Y es imposible no estar de acuerdo. Renoir logra una concentración dramática asombrosa para un filme compuesto por una multiplicidad de personajes, que conforman un microcosmos local, rico en detalles y peculiaridades y al que él supo acercarnos, dotando a todos de unas características propias que podríamos -y no es atrevido- llamar alma.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

Para lograrlo Renoir se apoya en esta ocasión en las posibilidades dramáticas de la puesta en escena. La película transcurre en un vecindario parisino donde un grupo de edificios confluyen en un patio interior común, reproducido de manera integra (y en la forma unitaria que vemos en el filme) en el patio posterior de los estudios de Billancourt. En la película funcionan allí una lavandería, una editorial y una pensión. Para simplificar la historia, Renoir hace que los protagonistas, Amédée Lange (René Lefevre) y Valentine (Odette Florelle) vivan y trabajen en el mismo sitio: él como empleado de la editorial y ella como dueña de la lavandería. Lo que vemos entonces es la cotidianeidad y nada más: temprano el conserje de la pensión abre el acceso al patio y allí van confluyendo las empleadas de Valentine y el ruidoso personal de la editorial Batala para una nueva jornada. Lange ha pasado otra noche escribiendo historias del far west -su hobbie oculto- protagonizadas por el valeroso Arizona Jim; Valentine le lleva la ropa limpia a su habitación, mientras el señor Batala (Jules Berry) seduce a su secretaria. Esos momentos aparentemente simples son los más ricos en detalles y Renoir los dota de un singular encanto: pronto sentimos cerca a estos personajes y rápidamente podemos identificarlos e identificarnos con ellos. Añadamos a todo esto un inteligentísimo dialogo -aporte de Prevert- que captura, sin embargo, el origen popular de sus personajes, no obligándolos a decir cosas que en la vida real difícilmente serian capaces de expresar, meramente por embellecer artísticamente la cinta. Los seres que habitan El crimen del señor Lange tienen vida y esos latidos son contagiosos.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

Pero la película es la historia de un crimen y para contarnos que pasó, Renoir nos pone en antecedentes mostrándonos los hechos retrospectivamente, gracias a un flashback que se extiende prácticamente a lo largo de todo el metraje del filme. Valentine nos relata los eventos que condujeron al crimen que Lange cometió, como una forma de buscar perdón y justificación por lo que pasó. Si bien un asesinato es inexcusable, lo que intenta la película es atenuar la falta moral que condujo al mismo y explicar los motivos por los cuales ocurrió. Los clientes de una pensión fronteriza -que han reconocido al fugitivo Lange- escuchan su relato, a manera de un jurado del pueblo, y al parecer por el final del filme comprendemos que han sido absueltos.

El señor Batala (Jules Berry), uno de los villanos mejor caracterizados del cine de Renoir, es el símbolo del poder capitalista: explota a sus obreros, somete sexualmente a su secretaria y a una empleada de Valentine (y a ella misma anteriormente), tiene deudas que no tiene como saldar, obliga a Lange a publicar las aventuras de Arizona Jim con fines meramente comerciales y ante la sospecha de la presencia de la policía, desaparece dejando abandonada la empresa. El gran actor Berry logra una soberbia interpretación en el papel de Batala, sus gestos, su forma de fumar, su mirada fría, el modo en que cautiva con su voz, hablan por si mismos. El personaje contrasta ferozmente con los demás, construidos con afectuosa transparencia y algo de ingenuidad por un grupo de amigos y actores, algunos de ellos sin mayor experiencia. Renoir se solaza en ellos y si originalmente estuvieron concebidos para expresar un pensamiento político concreto, el director se enamora sinceramente de sus personajes y los eleva -afortunadamente- por encima del estereotipo.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

Pero el mensaje no deja de darse: luego de la desaparición de Batala, los empleados deciden continuar trabajando en la editorial, esta vez agrupados en una cooperativa, e impulsando la carrera de Lange como escritor. Arizona Jim se convierte entonces en un proyecto colectivo, en el que todos aportan algo para hacerlo florecer, sin estar muy seguros de como hacerlo. Y lo consiguen. La editorial prospera gracias al esfuerzo común, y los buenos tiempos parecen estar por venir. Así que la sorpresiva reaparición de Batala -considerado muerto- no sólo es irreal sino además intolerable. Que Lange lo mate es simplemente perfeccionar un hecho que ya todos habían aceptado como cierto. Cualquier otro hubiera hecho lo mismo.

Una historia como la descrita no tiene nada de novedoso, y usualmente la originalidad en el cine es artículo de lujo, pero el modo en que Renoir nos la cuenta es aquí lo fundamental. Contando con la ayuda de Jean Bachelet en la dirección de fotografía y de Marguerite Houlle y Marthe Huguet en el montaje del filme, el director se dedica a jugar libremente con la cámara intentando traducir en imágenes la unidad espacial que refleja la puesta en escena, ayudado también por los alcances de la profundidad de campo, todo en una película que tiene una longitud promedio de toma de 24 segundos (llegando hasta 40-50 segundos), bastante larga para lo que se acostumbraba en Francia en esa época, pero muy consecuente con el estilo de montaje que prefería Renoir como autor, el cual generaba cintas con una longitud de toma de aproximadamente 18 segundos.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

De esta forma la lente de Bachelet explora rincones de difícil alcance, sale al patio, busca a Valentine jugando con el perrito de Lange, se mete por la ventana de la editorial y es capaz de girar prácticamente 360 grados sin un corte para contarnos el momento del crimen, en la que se ha constituido en la secuencia más hermosa y recordada del filme. Renoir nos prepara minutos antes: es de noche, y el conserje felizmente ebrio saca los tarros de basura, haciéndolos girar por todo el patio. Con esto el director nos ubica espacialmente, y es entonces cuando Valentine y un Batala redivivo se encuentran de nuevo. La cámara los visita y sube perpendicular a ellos hasta encontrar la ventana del segundo piso donde Lange los ve y empieza a correr hacia ellos. La cámara lo sigue a través de las siete ventanas del segundo piso, moviéndose en sentido opuesto a las manecillas del reloj, lo acompaña a bajar las escaleras y el momento en que llega al patio decide no seguirlo en su desplazamiento -contradiciendo la lógica- y Lange sale de cuadro, mientras la cámara continua girando en el mismo sentido en que venia para alcanzar de nuevo a Valentine y a Batala en el preciso momento en que Lange los alcanza y dispara. Sin duda se hizo como un juego visual, pues para efectos de realismo narrativo no tiene función, pero es imposible abstraerse de su encanto. Los cortes entre las escenas del filme continúan ese mismo juego y con efectos ópticos de montaje se logra una hermosa e inesperada progresión entre secuencias.

El crimen del señor Lange (Le crime de Monsieur Lange, 1936)

¿Jean Renoir? Si claro, el autor de La gran ilusión, La regla del juego y El río. Si, pero también de El crimen del señor Lange, pieza indispensable de su filmografía y una de las cumbres más honestas y curiosas de su obra, pues con todo lo extraño que nos parezca, para lograr en esta cinta el realismo narrativo, el director crea una fábula donde los personajes mueren y resucitan para después morir de nuevo, y donde un grupo de empleados se unen en torno a una empresa que no saben administrar, para hacerla progresar a punta de aventuras del far west escritas en pleno París. Hay magia, hay magia autentica en esta cinta, en la que un director genial recurre a una cámara libérrima que parece volar, para mostrarnos pedazos de vida hechos con deleite y amor, que es algo que Jean Renoir -no lo dudamos ni un instante- tenia a manos llenas.

Publicado en la revista Kinetoscopio no. 53 (Medellín, vol.11, 2000) págs. 109-111.
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2000

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