La vida, pieza a pieza: Rompecabezas, de Natalia Smirnoff
Es impensable hablar del “nuevo cine argentino” sin tener en cuenta el papel que han jugado las mujeres en la consolidación de este proceso. Directoras como Lucrecia Martel, Albertina Carri, Anahí Berneri, Lucía Puenzo, Julia Solomonoff y Celina Murga han aportado a la vez fuerza y sensibilidad a sus historias, unos relatos inteligentes por lo general adscritos a ese realismo cotidiano que caracteriza no solo al cine argentino, sino a la mayoría del cine latinoamericano contemporáneo.
Sumemos a la lista a Natalia Smirnoff, una mujer de 39 años con educación formal en cine y que ha trabajado como asistente de dirección y de casting de realizadores como Pablo Trapero, Marco Bechis y la mencionada Martel. Su debut como directora tuvo lugar en el 2010 con Rompecabezas, sorpresivamente nominada al Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín. La película ya se estrenó –tímidamente – entre nosotros.
Hay muchos espectadores decepcionados con el cine latinoamericano, al que acusan de falto de ideas, de contar narraciones planas sin un nudo dramático o un desenlace sólidos. Acostumbrados, como estamos, al auto explicativo cine de Hollywood, las películas menos evidentes y más evocadoras como las hechas en estas latitudes pueden parecer demasiado simples y poco inspiradas. La historia de un ama casa argentina de 50 años, que casualmente se descubre hábil para hacer rompecabezas, parece encajar en esta categoría, pero este filme va más allá de la simple anécdota. María del Carmen (interpretada con excelsa sutileza por María Onetto) es una gran cocinera, tiene un esposo amoroso y dos hijos al borde de la adultez. No está subyugada, tiene un rol personal en el que se siente útil.
Sucede que en su cumpleaños le regalan un rompecabezas y eso la trastoca. Más que la historia de una obsesión, esta es la historia de un descubrimiento personal, de una pasión que hace más completo y feliz a alguien. La vida externa de María del Carmen no va a cambiar mucho, ella no va súbitamente a dejar de vivir como siempre lo ha hecho, pero pregúntenle como se siente por dentro: no cabe en el pellejo. Se siente reconocida, admirada, ha roto su círculo cotidiano, tiene éxito, tiene hasta un secreto…
¿Saben lo mejor? A esa transformación asistimos en primera fila. Esa es la mayor virtud de Rompecabezas y no es poco. La María del Carmen hacendosa y rutinizada va muy lentamente cambiando, sintiéndose de repente con un regalo inesperado entre las manos, con algo que desde su timidez y modestia no sabe bien cómo manejar. Me imagino que pensará que debería más bien dejarlo al interior de su hogar y no hacerlo público. Pero no. Mírenla cuando Roberto –un personaje aristócrata con su misma habilidad para los puzzles– le dice que es buena para esto. Ella regresa a casa absorta, llena de felicidad e ilusión. Miren su mano derecha tocando una reja de metal a medida que camina, miren su sonrisa franca, casi que podemos asomarnos a su mente confusamente dichosa. El rostro de María del Carmen se encargará siempre de mostrarnos –desde su silencio, su mirada profunda y su sonrisa discreta- los cambios que está experimentando.
El don exquisito de Natalia Smirnoff es la capacidad de plasmar ante nosotros con tanto realismo, tacto y fascinación esos cambiantes estados de ánimo de la protagonista, una mujer que al final de esta sencilla historia se siente más dueña de sí misma, con un lugar en el mundo reclamado y ganado. Con las piezas de su vida encajando –por fin- una a una.
Publicado en la revista Arcadia No. 71 (Bogotá, agosto-septiembre/11). Pág.44
©Publicaciones Semana S.A., 2011.