La vida sin Bernadette
Recordemos la vida y la carrera de la actriz Bernadette Lafont, la primera musa de los directores de la nueva ola del cine francés. .
“La hermana de Jouve era increíblemente hermosa, siempre iba en bicicleta con su falda ondeando al viento. Bernadette nos hizo descubrir muchos de nuestros sueños más ocultos y despertó en nosotros la luminosa primavera de la sensualidad”. Con estas palabras involuntariamente proféticas empieza la narración de Les Mistons (1957), el primer cortometraje que François Truffaut se atrevió a mostrar y que se convirtió, a la vez, en la primera vez que los cinéfilos vieron a Bernadette Lafont, para caer -sin remedio- enfermos de amor, no solo hacia esa chica de dieciocho años, sino hacia el cine de este promisorio director francés.
Ella es quien inaugura la filmografía de Truffaut: una joven de pelo corto, montando alegre una bicicleta. Esta descalza, tiene una falda larga, una blusa blanca y se mueve con velocidad y seguridad. Su personaje se llama como ella –Bernadette- y es un símbolo precoz de lo que la mujer representará para Truffaut en sus películas: fascinación, magia, misterio, sensualidad, amor. Les Mistons es un corto donde cinco niños transforman el embeleso que ella les genera en agresividad y burlas frente a al enamorado de Bernadette, un profesor de gimnasia. La pareja no puede estar nunca en paz, los niños se encargarán de arruinarles el día, envidiosos de ese amor que no poseen. Mujeres, obsesión romántica y niños: los tres temas del cine de Truffaut se anuncian desde ya. El resto de su carrera se dedicaría a desarrollarlos, ampliarlos y convertirlos en esos filmes que tanta admiración causan.
Truffaut y Bernadette se conocieron, precisamente, gracias al cine. Su esposo era el actor Gérard Blain, a quién Truffaut elogió desde las páginas de la revista Arts por su actuación en el filme Voici le temps des assassins… (1956): “es perfecto en el papel más difícil”, escribía. Dado que Truffaut como crítico de cine era singularmente parco para las alabanzas, el actor lo contactó y le agradeció sus palabras. Pronto se hicieron amigos y Truffaut conoció a Bernadette en el hogar de la pareja. La joven había nacido en Nîmes el 26 de octubre de 1938, hija de un químico farmacéutico protestante y de una ama de casa católica. Recibió clases de ballet y como adolescente apareció como bailarina en la Opera local. Conoció a su futuro esposo en el Festival de Arte Dramático de Nîmes en el verano de 1955.
Impresionado por la belleza y la naturalidad de esta mujer no tardó en proponerles a ambos que protagonizaran su futuro cortometraje, pero Blain estaba renuente a aceptar que su esposa se embarcara en una carrera como actriz. Al final se decidió, al parecer no muy convencido de que Bernadette se diera a conocer. “Yo era más bien tímida, hablaba muy poco y estaba avergonzada de mi acento. Cuando le pregunté a Truffaut porqué me había escogido, él respondió que sentía que yo quería trabajar en el cine tanto como él. Y era verdad”, evocaba la actriz.
En agosto de 1957 se rodó Les Mistons en la propia Nîmes. Truffaut le fue dando cada vez más atención y preponderancia al rol de Bernadette, lo que provocó los celos y la distancia de Blain, que abandonó el plató días antes de terminar el rodaje. En carta a su amigo Charles Bitsch, recogida en el volumen Correspondencia 1945-1984, Truffaut le escribe sobre la conducta del actor: “se ha dado cuenta que Bernadette se siente completamente a gusto frente a la cámara y le hace una escena a diario: ‘Si haces la película de Chabrol voy a dejarte, etc’. Hay que decir que él encuentra embarazoso rodar con ella, pero a ella le pasa lo mismo. El se va de Nîmes hoy y las cosas van a mejorar; es una bendición de la que tomaré ventaja haciendo o rehaciendo todo tipo de cosas con ella”. Y así fue. A partir de ahí el rodaje fluyó sin dificultades. Truffaut y la futura “nueva ola” francesa habían encontrado su primera musa. “Lo mejor de todo es Bernadette; luego de cada toma, el estribillo es ‘Brigitte Bardot no sabe lo qué la ha golpeado’”, le escribe el novel director a Bitsch.
Como se lee en la carta, ya la actriz había sido observada por Claude Chabrol, que la incluyó junto a su inseparable esposo en el reparto protagónico de su opera prima El bello Sergio (Le Beau Serge, 1958), en la que interpreta a Marie, cuñada de Sergio -el protagonista- y amante de François, un hombre que regresa a su pueblo para recuperarse de una tuberculosis y enfrentarse con el pasado. Marie es indomable, misteriosa y sensual, tres palabras que definen muy bien el espíritu de Bernadette Lafont y que Chabrol se encargaría de explotar a cabalidad en su tercer largometraje, Una doble vida (À double tour, 1959), donde es Julie, la desenfadada mucama que sus patrones desean. A ese thriller le seguirían dos filmes donde Chabrol la haría coprotagonista, Les bonnes femmes (1960) y Les Godelureaux (1961). En 1959 la actriz se había divorciado de Gérard Blain. Su segundo esposo fue el escultor húngaro Diourka Medvecsky, con quien tuvo tres hijos.
Su imagen rebelde, actitud audaz y falta de ingenuidad la ponían en el punto medio entre las actrices intelectuales y serias que en ese momento representaban Emmanuele Riva y Jeanne Moreau; y el desparpajo callejero de las “gaminas” de Godard encarnadas por Jean Seberg y Anna Karina. La insolencia fue su marca personal. Tres películas son paradigmáticas de su manera de entender la actuación y la vida: La novia del pirata (La fiancée du pirate, 1969), de Nelly Kaplan, Una chica tan decente como yo (Une belle fille comme moi, 1972) de Truffaut y La mamá y la puta (La maman et la putain, 1973) de Jean Eustache.
En La novia del pirata es una joven del pueblo de Tellier, que a la muerte de su madre decide vender sus favores sexuales mientras urde una calculada venganza que va desenmascarar la hipocresía de los pueblerinos. Para Truffaut, su “niña salvaje” interpreta a Camille Bliss en una de las películas más singulares de este autor. Una chica tan decente como yo, relato en primera persona de la vida de una avispada criminal, está contada como una farsa para aprovechar al máximo el talento histriónico de Bernadette, que roza casi con un trastorno maniaco. En ambos filmes la capacidad de manipulación del personaje está centrada en el fervor sexual que despierta entre sus víctimas, incapaces de darse cuenta que hacen parte de un elaborado juego de seducción.
La mamá y la puta es una obra compleja que representa con precisión una época y un país. Película verbal como pocas, sus personajes hablan y reflexionan mientras pasan el tiempo entre cafés, restaurantes y habitaciones. Pero lo que dicen no es retórica trasnochada ni diálogos falsamente novelescos: sus palabras reflejan los sentimientos de una generación desencantada y defraudada, y son tan sinceras que siguen siendo válidas cuarenta años después de su estreno en Cannes en mayo de 1973. Sin duda la película es recordada por su alto contenido erótico y por abordar el tema del sexo sin prevención ni mordaza alguna. Bernadette tiene el papel de Marie -la supuesta figura materna del filme- la dueña de una boutique que convive con Alexandre (nada menos que Jean-Pierre Léaud, el actor símbolo de la nueva ola), un hombre joven cuyo oficio parece ser deambular por París, tratar de reconquistar viejos amores, engarzarse en nuevos romances y contarle su filosofía de la vida a quien quiera oírlo en un café. Entre charlas cinéfilas, canciones, sexo grupal, discusiones por celos y una confusión afectiva generalizada La mamá y la puta ofrece un panorama generacional sin duda fascinante. Aunque Marie parece tener siempre el control de sus sentimientos, en varias ocasiones su fragilidad sale a flote. Quiero recordarla siempre –y con ella, por supuesto a Bernadette Lafont- en la última escena en que aparece en esta película. Acostada en su improvisada cama mientras escucha a Edith Piaf cantar Les amants de Paris se siente sola (en su cuarto y en la vida) y rompe a llorar con las manos en el rostro. No volveremos a verla.
Bernadette Lafont ganaría el premio César a la mejor actriz de reparto por L’effrontée (1985), de Claude Miller. Tres años después tendría la enorme pena de perder a su hija Pauline, fallecida en un accidente en 1988. “El cine y el teatro me salvaron por completo”, afirmaba al preguntársele como había hecho para aliviar su profundo dolor. En el 2003 se le otorgaría un César honorífico por toda su carrera, que incluyó créditos en más de cien filmes.
Al momento de su muerte seguía activa. En el 2011 fue la alegre abuela Amandine en El Skylab (Le Skylab) de la actriz y directora Julie Delpy, un filme coral en el que compartió créditos con otra leyenda, Emmanuelle Riva. Curiosamente ambas –y supongo que no fue casual- seguían interpretando, pese a los años, un papel acorde a la personalidad fílmica que definieron hace más de cinco décadas. Después Bernadette protagonizó la exitosa Paulette (2012) de Jérôme Enrico, en donde hace el rol de una viuda jubilada con dificultades económicas que decide empezar a vender marihuana.
El jueves 25 de julio de 2013, tras tres días internada por problemas cardíacos en el Hospital Universitario de Nîmes, Bernadette Lafont falleció. En una carta que hizo pública al momento de enterase de su fallecimiento, Brigitte Bardot escribía que Bernadette “tenía chispa, era divertida, con una pizca de insolencia pero nunca vulgar, llena de espontaneidad, encanto y una belleza que mantuvo hasta el final de su vida”. Lo que siguió a partir de ese momento es la vida sin Bernadette. Y eso es otra cosa.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 11 de agosto de 2013). Págs. 4-5
©El Colombiano, 2013
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