Las cartas sobre la mesa: Recuerdos, de Woody Allen

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La apuesta era arriesgada. Woody Allen venía de hacer Manhattan (1979) y era obvio que el público esperaba una película que constituyera una suerte de trilogía con esta última y con Annie Hall (1977). La aparición de Interiores (1978) se había sentido como una pausa curiosa, una muestra de su versatilidad a la que los espectadores respondieron haciendo una suerte de única concesión. Por eso la presencia de Recuerdos (Stardust Memories, 1980) fue tan sorpresiva y tan frustrante para ese puñado de fanáticos que tenían fe en el estreno de otra divertida comedia humana.

Recuerdos (Stardust Memories, 1980)

Woody interpreta a un director de cine, Sandy Bates, que ha adquirido cierta resonancia haciendo comedias y que ahora se enfrenta a una crisis existencial: quiere hacer películas que reflejen el sufrimiento humano, cosa que sus productores y representantes ven como una locura. Él tiene la formula para hacer reír y vender boletas en las taquillas, ¿Cómo es posible que pretenda hacer dramas? Pero para Sandy es un asunto moral. Para él no es posible darle la espalda a la realidad, al dolor de los que lo rodean. No puede permitirse seguir utilizando el cine como un escape, mientras podría estar contribuyendo a mitigar la pena de sus semejantes. ¿Está Woody hablando a través de Sandy? Las fronteras entre realidad y ficción se pulverizan y a primera vista es obvio que el filme se antoja por completo autobiográfico, pero realmente nunca sabremos que tanto quiso descubrirse el director por medio de este personaje. Woody = Sandy es una ecuación difícil de resolver.

Recuerdos (Stardust Memories, 1980)

Para el público fue transparente: ese era él, ese quien sin ningún pudor se construía una película alrededor de sus dilemas. Lo que ese público no fue capaz de ver fue que Woody Allen, con las armas de la ficción, quería enseñarles su declaración de principios como autor, que cosas le dolían, con que soñaba, hacia donde aspiraba que se desarrollara su carrera. Y lo mejor fue que lo hizo en un momento aún precoz de su propia obra, cuando todavía obras maestras estaban por llegar. Woody puso las cartas sobre la mesa y el resultado es un filme arriesgado, sí, pero inteligentísimo en su concepción, en su discurso, en sus recursos narrativos. Revisitarlo cada tanto es una delicia, una constatación -si cabe alguna duda- del tamaño de su genio.

Recuerdos (Stardust Memories, 1980)

Recuerdos es lo más cercano que Woody ha estado a Fellini, a esa melancolía angustiosa de 8 1/2, a esa galería inaudita de rostros entre exóticos y conmovedores, a esas playas ventosas, a ese abandono en que nos ha sumido la gracia divina. Las dudas de Guido Anselmi, el director de cine sin inspiración que Fellini crea para 8 1/2, son similares a las de Sandy. Ambos desean reorientar su carrera, pues el cine que hacen ya no los satisface. La película que Guido desea rodar recibe este comentario de un crítico de cine: “En una primera lectura, es evidente que el filme carece de una premisa problemática o filosófica, haciendo de la película una serie de episodios gratuitos, quizá divertidos por su realismo ambiguo. Uno se pregunta que están tratando los autores de decir, ¿Están tratando de hacernos pensar? ¿De asustarnos? Desde el principio la acción revela una pobreza de inspiración poética… Perdóneme, pero esto podría ser la prueba definitiva de que el cine está cincuenta años detrás de todas las otras artes. El tema incluso no tiene los méritos de una cinta “avant garde”, pero sí todos sus defectos” Pareciera referirse directamente a 8 1/2, pareciera referirse, más bien, a Recuerdos. Ambos filmes presentan un tipo de narración no lineal, donde sin previo aviso se nos presentan secuencias oníricas o que corresponden a una película en rodaje o ya hecha, donde aparentemente creemos estar viendo hechos reales. El espectador tiene que estar atento, ni Fellini ni Woody nos dan muchas pistas para saber en que plano de la realidad estamos, solo sabemos –él, sobre todo- que a su exnovia Dorrie (Charlotte Rampling) es a quien verdaderamente añora. Esta proximidad a 8 1/2 no perjudica a Recuerdos, más bien se sirve de ese referente cinéfilo para aclararle las cosas a quienes aún dudaban del carácter de ficción de su filme. Así como Fellini no es exactamente Guido, Sandy no es exactamente Woody. Hay una relación más de principios (estoy tentado a escribir “de atmósfera”), que biográfica entre los cuatro personajes.

Recuerdos (Stardust Memories, 1980)

En muchas declaraciones Woody Allen ha expresado que el tema último de Recuerdos es el temor a la muerte, a la necesidad de abordar el hecho mismo de morir. Sandy teme a la muerte y quiere trascender por intermedio de su obra, por eso siente la necesidad de que su cine sea útil, que haga reflexionar, que exprese el dolor de sus semejantes, buscando -acaso- servir, en el sentido más trascendente del término. ¿Será que se obtiene más fácil la salvación con un drama que con una comedia? Alguna vez Woody Allen expresó que “Uno entiende que el arte no lo salva a uno, no me salva a mi”. Ya logró entenderlo. Bien lo cantó Serrat, “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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