Las melodías de la vida: ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, de John Carney
En el 2006 el director irlandés John Carney sorprendió a todos con una hermosa película llamada Once, que ganó el premio Óscar a la mejor canción original por el tema Falling Slowly, compuesto e interpretado por los protagonistas del largometraje, los músicos Glen Hansard y Markéta Irglová.
Carney -bajista, cantante, compositor y guionista- hizo esta película con dos camcorders, rodando en escenarios naturales de Dublín durante diecisiete días. Once costó alrededor de ciento cincuenta mil dólares y logró en taquillas más de veinte millones. ¿El secreto? Su honestidad, la fuerza de su música y el desprevenido desparpajo de sus protagonistas. Incluso Once se convirtió hace dos años en un exitoso musical de Broadway.
Tras otras dos cintas en Irlanda, Carney siente el llamado de Hollywood. Le proponen intentar hacer una versión de Once para el público norteamericano. No se trata de un remake sino de evocar el concepto de ese filme: el de dos personas solitarias que se encuentran gracias a la música. Le ofrecen mayores valores de producción y el indispensable star power: las actuaciones de Keira Knightley, Mark Ruffalo y del vocalista de Maroon 5, Adam Levine. La receta para una película inofensiva y prescindible estaba lista.
Sin embargo ¿Puede una canción de amor salvar tu vida? (Begin Again, 2013) es mucho más que eso. Carney hizo el guión del filme y convocó al cantante de New Radicals, Gregg Alexander para crear con su ayuda una banda sonora original. Aunque la cinta no escapa a algunos clichés telegrafiados tiene a su favor tres elementos: Nueva York, la música y la frescura de Keira Knightley, quien interpretó por sí misma las canciones del filme. La historia del encuentro casual de un productor musical caído en desgracia y una compositora inglesa traicionada por su pareja se convierte en manos de Carney en un homenaje a una ciudad y a las propiedades terapéuticas y liberadoras de la música. La banda sonora es deliciosa y la presencia de Adam Levine interpretando a un cantante pop le da credibilidad al relato.
Créanme, no es este un placer cinéfilo culposo. Es la constatación que, pese a los hipnóticos cantos de sirena, algunos autores no renuncian del todo a sus principios. John Carney logró complacer a Hollywood sin traicionarse y eso hay que celebrarlo.
Publicado en la columna “Séptimo arte” del periódico El Tiempo (Bogotá, 09/11/14). Pág. 6, sección “Debes hacer”.
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