Las piezas por fin encajan: Eli Wallach, 1915 – 2014
Es hora de escribir de Eli Wallach, un camaleón de la actuación que participó en muchos filmes, incluyendo uno de John Huston que vale la pena evocar.
Eli Wallach murió a los 98 años el 24 de junio de 2014, en su hogar de Manhattan. Todos los obituarios escritos en ese momento coincidieron en recordar, casi que exclusivamente, su papel en El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), el famoso “western spaghetti” de Sergio Leone en el que dio vida a Tuco Benedicto Pacífico Juan María Ramírez, conocido como “la rata” y alias “el feo” de esta historia, un grotesco bandido mexicano perseguido en varios estados norteamericanos por todo tipo de crimen imaginable y que logra escapar milagrosamente de la horca varias veces gracias a su “socio”, un taciturno caza recompensas innominado al que da vida un actor joven y apuesto llamado Clint Eastwood.
Wallach llegó a este papel- para el que originalmente Leone pensó en Gian Maria Volonté- después de que el director lo vio actuar en uno de los episodios de esa mega producción que fue How the West Was Won (1962), en la que interpretó a un forajido llamado Charlie Gant. Leone y Wallach se conocieron en Los Ángeles y el actor aceptó el rol con algo de reticencia; sin embargo durante el rodaje ambos se hicieron muy cercanos.
Su actuación –entre socarrona, malvada y esperpéntica- le cae de maravilla al tono de parodia de este filme, haciendo un fuerte contraste con la gravedad que le imprimen Eastwood (el bueno) y Lee Van Cleef (el malo). Leone nunca negó su simpatía por el personaje de Tuco, que es el más humano de los tres, el único del que conocemos su familia y sus antecedentes personales. La muy personal aproximación de este director al western, su estética de caricatura y la banda sonora del maestro Ennio Morricone han convertido a este largometraje en un curioso clásico que ha inspirado a autores como Quentin Tarantino, quien no duda nunca en afirmar, cuando le preguntan, que esta es la mejor película de todos los tiempos.
“Dondequiera que voy, alguien me reconoce de El bueno, el malo y el feo y empieza a silbar la canción”, dijo Eli Wallach en una entrevista en el 2003. “Puedo sentir cuándo eso va a suceder. Sonrío y saludo, y ellos devuelven el saludo.” Incluso su libro de memorias, publicado en el 2005 se llama El bueno, el malo y yo: en mi anecdotario. Parece, infortunadamente, que su presencia en el filme de Leone se hubiera devorado al resto de su extensa filmografía, que incluye obras de Elia Kazan, John Sturges, William Wyler y Stanley Donen.
Por eso hoy quiero evocar a Eli Wallach por otro motivo, por el quinto largometraje en el que participó. A esa cinta llegó por la amistad que le unía con una exitosa actriz llamada Marilyn Monroe, a quien conoció en Nueva York, cuando ella fue a visitarlo luego de verlo en una obra de teatro. Fue gracias a él que Marilyn entró a estudiar al Actor´s Studio en un intento personal por cambiar su perpetua imagen de rubia tonta. “Desarrollamos una relación de hermano-hermana, a menudo era la niñera de mis hijos. Marilyn no es una sola cosa: ella es multidimensional -es simpática, sensual, ingenua, difícil e insegura”, escribía Wallach en 1961.
Gracias a esa amistad es que Eli Wallach llega a ser parte del reparto de The Misfits (1961), la película de John Huston con guión original de Arthur Miller que juntó a Marilyn con otras dos grandes estrellas como Clark Gable y Montgomery Clift. Los cuatro actores convertirían a esta película en un mito del cine, en un auténtico réquiem. El fotógrafo Ernst Hass –que fue testigo del rodaje- lo expresó muy bien cuando dijo que “era como estar en tu propio funeral”. La cinta, que en España se conoció como Vidas rebeldes, en Latinoamérica se tradujo como Los inadaptados, un nombre que refleja con más precisión el tipo de desajuste personal que padecen cada uno de los personajes que habitan este filme. En ese momento el dramaturgo Arthur Miller era el esposo de Marilyn y entre los dos se vivía una fuerte crisis conyugal que él volcó en el guion que se estaba rodando. Algunas de las situaciones que se ven en la película son tomadas de la vida pasada y presente de la actriz, que debió asumir con dignidad y resignación la revelación de sus dolores privados.
Clark Gable, el gran actor de Lo que el viento se llevó (1939) estaba -a los 59 años- en el ocaso de su carrera. Triunfar acá era la oportunidad de demostrarles a todos que seguía vigente y con el profesionalismo de siempre. Montgomery Clift venía hacia años arrastrando pesados lastres derivados del accidente automovilístico que sufrió el 12 de mayo de 1956 y que desfiguró su rostro e hizo añicos su alma. Cirugías plásticas no satisfactorias lo llevaron a la depresión y a entregarse al alcohol y a las drogas. Aceptó este rol porque su personaje aparecía tardíamente en el guión. Eli Wallach era el más joven y el único que no tenía motivos trágicos que lo uniera a los demás.
“Marilyn Monroe, Montgomery Clift y Clark Gable eran, cuando rodaron Vidas rebeldes, tres espectros de sí mismos, tres condenados a muerte y, en lo que respecta a los dos primeros, también a ese macabro adorno adicional de la muerte que sobreviene en los alrededores de la locura. Y todo esto está allí, materialmente, visiblemente, formando parte sustancial de las imágenes, en la médula ósea de esta irrepetible película”, escribe el crítico de cine y guionista español Ángel Fernández-Santos en su libro La mirada encendida. Ahí mismo anota que Eli Wallach “se aparta del trío y hace una creación diferenciada, casi en contrapunto con sus compañeros de reparto”. Ellos se estaban apagando sin darse cuenta, él no.
Ella es Roslyn, una mujer indecisa que va a la ciudad de Reno a divorciarse. Ha sido bailarina en clubes nocturnos, ha dado clases de baile, pero ahora no sabe qué rumbo tomar. Ahí se encuentra con un vaquero llamado Gay (Clark Gable) y a su compinche Guido (Wallach). Gay vive diciendo adiós a mujeres, casi desconocidas, que se enamoran de él, mientras rumia la pena de tener lejos a sus dos hijos. Es un hombre que quiere permanecer vivo y vital pese a los años que van llegando y ve en Roslyn esa última oportunidad de ser amado.
Guido Dellini quiso ser médico, pero la Segunda Guerra Mundial se lo impidió al reclutarlo. Fue piloto, estuvo en combate en muchas misiones, bombardeó nueva ciudades y asesinó gente a la que nunca vio; cada vez que volvía a su base intentaba levantar un rancho en las afueras de Reno para vivir con su esposa. Ella murió ahí durante un parto, en esa casa campestre aún inacabada, y él no fue capaz de brindarle ayuda, de llevarla a un hospital. Había pinchado una llanta y no tenía una de repuesto. Ahora Guido trabaja ocasionalmente en un taller mecánico y vuela en un monomotor cazando águilas. Los granjeros le pagan cincuenta dólares por ave muerta. También captura caballos mustangs con ayuda de cowboys y los lleva a ser sacrificados para convertirlos en comida enlatada para perros. Pero Guido no es feliz y pide compasión a gritos. “¿Qué te preocupa? -le dice Gay. “Solo mi vida”, responde Guido.
En una secuencia posterior que funciona como una confesión, Guido le dice a Roslyn que “Eres la primera persona que vi en mi vida. ¿Cómo se hace para conocer a alguien, nena? No puedo aterrizar y tampoco puedo llegar a Dios. Ayúdame. Nunca antes había pedido ayuda. No conozco a nadie… ¿Cómo hago para aterrizar, cariño? ¿Me darás un poco de tiempo? Di que sí”, buscando en ella una salida que en el fondo sabe imposible. El rostro triste de Eli Wallach mientras pronuncia estas palabras resume al de muchos perdedores que han apostado todo a la carta equivocada.
Montgomey Clif es Perce Howland, un vaquero californiano que se gana la vida participando en rodeos suicidas tras la muerte de su padre y al sentirse traicionado por una madre que se casó rápidamente con otro hombre. Para que no queden dudas de que tanto hay del actor en su personaje, no es sino prestar atención al diálogo telefónico que Perce tiene con su madre en la primera escena en que lo vemos: ““No ma, no volví al hospital desde que hablamos, me compré unas botas… Oh no, mi cara está bien. Ya se curó. Está como nueva. Seguro que me reconocerás…”. Supongo cuan doloroso habrá sido para Montgomery Clif pronunciar esas líneas tan dicientes. El vaquero Perce también se enamora de Roslyn y encuentra en ella un alma tan perdida como la suya.
Recuerda Wallach al mencionar el rodaje de The Misfits en sus memorias que “Cada personaje masculino en la película menciona cuan hermosa y que maravillosa era ella. Y cada uno iba a ser aquel que la salvara. Siempre que ese tipo de parlamento se pronunciaba en el filme, esas palabras parecían hacer a Marilyn más infeliz. En una escena el personaje de Gable le dice “Eres la chica más triste que he conocido. ¿Qué te hace tan infeliz?” Marilyn estaba tan conmovida por la pregunta que se echó a llorar”. Los problemas entre la actriz y su esposo se traducían en serias discusiones, distanciamientos, consumo de barbitúricos, y crisis emocionales que la hacían olvidar los diálogos y llegar siempre tarde a las grabaciones para desespero de todos. Escribía el director John Huston en sus memorias que “Arthur Miller explicó que Marilyn no tenía buen aspecto al día siguiente si no dormía lo suficiente; esta idea se le había convertido en una obsesión, así que tomaba píldoras para dormir y píldoras para despertarse por la mañana. Yo estaba muy preocupado por sus actos y por su expresión. La mitad del tiempo parecía aturdida. Cuando estaba normal, sin embargo, podía ser maravillosamente eficaz. No actuaba: quiero decir que no fingía las emociones. Era algo auténtico. Se metía hasta el fondo de sí misma, encontraba esa emoción y la hacía aflorar a la conciencia. Es posible que en eso consista toda interpretación realmente buena. Era profundamente triste ver lo que le estaba ocurriendo”. El 4 de noviembre de 1960 se terminó el duro rodaje en el desierto de Nevada, tras un retraso de mes y medio. Y empezó la leyenda.
Doce días después fallecería Clark Gable víctima de un infarto, al parecer causado por los esfuerzos físicos de la filmación. No alcanzó a ver nacer a su hijo. Marilyn apareció muerta en su casa el 5 de agosto de 1962, a los 36 años. Para ambos The Misfits fue la película final. Esa misma película se exhibió en la televisión de los Estados Unidos en la madrugada del 23 de julio de 1966. El secretario personal de Montgomery Clif le propuso verla, pero el actor se negó rotundamente. Aparecería muerto esa mañana en su cama. Tenía 45 años.
Huston falleció en 1987, a los 81 años, tras una larga y prolífica carrera. Quedaba Eli Wallach. En el 2010 la Academia de Hollywod le concedió un premio Óscar honorario llamándolo “el camaleón por excelencia, habitando sin esfuerzo una gran variedad de personajes, mientras pone su sello inimitable en cada rol”. Clint Eastwood le entregó el premio. Y un emocionado Wallach lo aceptó diciendo al final que “No actúo para vivir, vivo para actuar”.
En la secuencia inicial de créditos de The Misfits vemos unas piezas de rompecabezas que no encajan. Su contorno no coincide con las otras. Son los habitantes de este filme, dentro y fuera de la pantalla. La muerte terminó rápidamente con el dolor de tres de ellos. Con la muerte de Wallach en 2014 los cuatro “inadaptados” están juntos. Ya todas las piezas encajan.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (06/07/14). Págs. 4-5
©El Colombiano, 2014
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