Con el sendero por empezar: Licorice Pizza, de Paul Thomas Anderson
Licorice pizza: (jerga) término para un disco de vinilo de 12″, de larga duración o ‘LP’. Llamado así porque es negro y tiene aproximadamente el mismo tamaño que una pizza.
-Urban Dictionary
Paul Thomas Anderson cumplió tres años de edad a mediados de 1973, el año en que se desarrolla Licorice Pizza (2021). Él no era un adolescente en ese momento como lo son los protagonistas de su filme, pero sin embargo llenó a esta película de una nostalgia que se siente propia y auténtica y eso es un logro enorme. ¿Cómo hizo para recrear con la honestidad que tiene la propia vivencia algo que no vivió? Si bien los años setenta parecen ser una de sus épocas favoritas para situar sus filmes –Boogie Nights (1997), Vicio propio (Inherent Vice, 2014)- y la conoce al detalle, nunca una película suya se había sentido tan autobiográfica. Lo curioso es que es no se trató de sus experiencias, sino las de un amigo suyo, Gary Goetzman, que fue un niño actor que trabajó con Lucille Ball en la película Yours, Mine and Ours (1968) y después se involucró en el negocio de las camas de agua. Estas son sus experiencias, destiladas por la ficción y situadas en el californiano Valle de San Fernando, donde tanto Goetzman como Anderson crecieron. Se rodó ahí donde él se siente cómodo, en su antiguo vecindario, rodeado de la añoranza de la época de su infancia. Eso es lo que transpira la bella Licorice Pizza.
Para conseguir esa autenticidad, tenía que recurrir a dos protagonistas que no fueran actores reconocidos, sino rostros tan frescos como comunes, dos chicos con los que cualquiera se identificaría. Escogió a Alana Haim (nacida en 1991), una de las tres hermanas integrantes del trío musical Haim, y a Cooper Hoffman (nacido en 2003), hijo de Philip Seymour Hoffman, quien fue uno de los actores que Anderson más quiso. Ellos son desde su imperfección física, perfectos para interpretar a Gary y a Alana, los personajes protagónicos del filme: un chico de 15 años y una chica de 25 años. Él está estudiando en una secundaria, ella trabaja como asistente en una empresa de fotografía. Ambos se conocen cuando Alana va al colegio de Gary como parte del equipo que va a tomar las fotos para el anuario escolar. Lo que sigue es su historia (juntos y no).
Pienso que la mecánica interna de la relación que se desarrolla entre ambos surge de que Alana es de corazón toda una groupie, alguien fácilmente deslumbrada por la fama y él éxito. E inesperadamente Gary Valentine es famoso: actuó en la película “Under One Roof,” junto a Lucille Doolittle (Christine Ebersole). No es un quinceañero fanfarrón, es un chico con logros y aspiraciones artísticas, con contactos, con talento para los negocios. Mientras tanto Alana está estancada y se siente menospreciada por su familia (por cierto, sus dos hermanas y sus padres se interpretan a sí mismos en la película). Sin embargo es ese espíritu de groupie suyo el que la lleva a buscar otros hombres más prometedores que Gary y de ahí surge el drama del filme: el del enamoramiento irresoluto.
No tiene sentido revelar más detalles argumentales de un largometraje tan entrañable como este, teñido de aventuras románticas juveniles de ensayo y error, con toda la torpeza, la franqueza, las dudas y la curiosidad de esos años. Pese a que hay temas sexuales, esta es una película candorosa más que pícara, y más sensible que explícita. Acá lo que prima es la camaradería, los amigos de Gary que brotan como de la nada a ayudarle en sus “emprendimientos”, por locos que parezcan y que convierten todo en una fiesta; la búsqueda de Alana por darle sentido a sus días, las circunstancias que la separan y la unen con Gary. Todo en medio de un filme episódico, filmado en una película de 35 mm que parece tener el tinte que esa década tienen en nuestra memoria cinéfila.
Licorice Pizza es también un homenaje constante al cine: si tiene lugar en Los Ángeles al inicio de los años setenta, ahí va a aparecer el Hollywood clásico que ya decía adiós (las comedias de Lucille Ball, el retardado ocaso de un William Holden aún conquistador, el “Kane” que es el apellido de Alana, Jon Peters el peluquero que se volvió productor y pareja de Barbra Streisand, las películas de James Bond). Paul Thomas Anderson utiliza acá a estrellas de alto perfil cuando quiere contrastar al mundo del cine con el de la realidad: Sean Penn es Holden y Bradley Cooper es Peters. Que no quepa duda que una cosa es el mundo “real” que habitan Gary y Alana, y otra es la ficción que Hollywood propone con sus actores y su polvo de estrellas. Ambos universos no se confunden acá por más que confluyan.
Apoyado en una banda sonora evocadora llena de temas a atesorar, Licorice Pizza discurre sutil, pero no frívola. Paul Thomas Anderson no pierde el tiempo buscando humor barato y anécdotas pueriles. Lo suyo es tocarnos las fibras del recuerdo emocionado, de la memoria que quizá ya olvidó –entre tanta vida, luchas y precipicios- lo que es sentir el alma agitada, la garganta cerrada y el corazón desbordado al ver los ojos de ese ser del que nos enamoramos esa primera vez, cuando el sendero estaba apenas empezando a ser recorrido. Gracias por esta película, Paul.
Colofón cinéfilo
En los créditos iniciales de la película Picardías estudiantiles (Fast Times at Ridgemont High, 1982), de Amy Heckerling -que contó con guion de Cameron Crowe- vemos a los personajes del filme, que aún no conocemos, confluir de noche en el Ridgemont Mall y cuando por la pantalla aparece el nombre del editor del filme, Eric Jenkins, y vemos al actor Robert Romanus deambular por un pasillo, al fondo a la izquierda se lee claramente “Licorice Pizza”, que no solo era una forma popular de llamar a los long plays, sino también el nombre de una cadena de venta de discos, cassetes y video. Paul Thomas Anderson la conoció de niño y le pareció que el nombre se vería bien en el afiche del filme. Por eso la película se llama de esa forma. The End.
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