Antes que el corazón se agote: Llámame por tu nombre, de Luca Guadagnino
“«¡Luego!» Una palabra, una expresión, una actitud. Nunca había escuchado a nadie utilizar «luego» para despedirse. Me resultó arisco, seco y despectivo, dicho con la velada indiferencia de alguien a quien le daría igual no volver a verte o no saber nada de ti. Es el primer recuerdo que tengo de él y aún hoy puedo oírlo. «¡Luego!»”.
– André Aciman, Llámame por tu nombre
¿En qué se diferencia Llámame por tu nombre (Call Me by Your Name, 2017) de las demás películas sobre el coming of age que durante décadas hemos visto en el cine? Aparentemente en nada: es la historia de Elio, un muchacho de 17 años que pasa los veranos en la villa familiar en las afueras de Crema, en el norte de Italia. Es 1983 y Elio gasta sus días retozando con amigas y departiendo con sus pares jugando, montando en bicicleta, nadando o bailando. Sus padres judíos son adinerados e intelectuales y Elio es cosmopolita, poliglota, músico, lector y caprichoso. Nada precisamente que no hayamos visto ya, diferencias culturales o sociales apartes.
Cuando en la villa se instala un estudiante norteamericano que va a hacer una pasantía veraniega con el padre del joven, profesor universitario, la vida de Elio –no lo sabe aún- va a cambiar. Oliver (Armie Hammer), el recién llegado, es apuesto, alto, displicente y seductor desde su aparente indiferencia. Representa un rival para Elio, acostumbrado a ser el centro de atracción familiar y social. Sin embargo entre ambos va a terminar desarrollándose una complicidad basada en gustos comunes, en el compartir el tiempo libre, en una soterrada atracción mutua que crece con el paso de los días.
Elio (interpretado por Timothée Chalamet) representa al adolescente a punto de entrar a la adultez, con toda la confusión, dudas y preguntas sobre sí que implican el desarrollar una identidad propia. Y obviamente eso incluye la identidad sexual. La genitalidad y el deseo parecen estar a tope, pero no hay herramientas maduras para dominar lo que se siente y se experimenta. Elio disfruta relacionarse sexualmente con mujeres, pero también le atrae el cuerpo y el vigor de Oliver, un sentimiento homoerótico que lo apabulla y lo hace frágil. Presenciaremos con todo naturalismo ese despertar sexual entre jubiloso y nervioso de Elio, y en su torpeza, ganas e impulsividad es fácil verse y recordarse con cierto bochorno retrospectivo. Nunca es fácil tener 17 años.
El profesor y literato de origen egipcio André Aciman (Alejandría, 1951) publicó su primera novela Llámame por tu nombre en 2007, libro que de inmediato recibió atención y excelentes comentarios tanto por su sensibilidad como por la intensidad de los sentimientos expresados en sus palabras. Antes de su publicación los derechos de una futura adaptación al cine fueron comprados por Peter Spears y Howard Rosenman, quienes se acercaron a James Ivory –casualmente vecino suyo- para coproducir un futuro filme. Luca Guadagnino fue vinculado al proyecto como consultor de locaciones en Italia, y posteriormente se consideró que él e Ivory codirigieran el filme. Previamente Ivory había realizado Mauricie en 1987, adaptando a E.M. Forster, en el que se describe un triángulo amoroso homosexual en la Inglaterra Eduardiana, además su experiencia como autor estaba probada pese a no dirigir un filme desde 2009.
Ivory –que nunca trabajó con un codirector- exigió escribir el guion. Su nombre sin duda llamó la atención de otros productores y eso facilitó la financiación de la cinta. Los nuevos inversionistas consideraron que era mejor un solo director y optaron por Guadagnino, temerosos de la edad y condición física de Ivory, que además se involucró en la búsqueda de locaciones y en el casting. “Me gustó el ambiente del tipo de familia que esta era, una especie de familia internacional. Es lo que considero y aunque no es una película de Merchant / Ivory, tiene una gran casa Merchant / Ivory. Tiene una familia que habla varios idiomas y la servidumbre habla otros lenguajes… Todo eso fue atractivo “, expresaba el veterano guionista en entrevista con Chris Beachum. Llámame por tu nombre es el primer guion escrito por Ivory que él mismo no dirige.
En esa magnífica casa campestre que Ivory menciona, durante las noches un muchacho y un hombre joven comparten un deseo mutuo lleno de alegría y pasión adolescente, esa que ve infinitos donde solo hay instantes. La casa es vieja, el piso cruje, la cama suena y los padres de Elio son demasiado inteligentes como para no saber que es posible que esté pasando “algo” entre ambos, pero nada dicen. Es la actitud de los padres del joven lo que hace tan peculiar a este largometraje. Su comprensión frente a los sentimientos recientemente surgidos en Elio, frente a su indecisión, frente a su dolor, es absolutamente abierta, respetuosa, plural.
La conversación que padre e hijo tienen al final habla con claridad de esa actitud hacia las experiencias que Elio está teniendo. Su padre le dice -en palabras de la novela de André Aciman: “(…) En mi situación, la mayoría de los padres tendrían la esperanza de que todo se disipase o rezarían para que su hijo pusiese los pies en la tierra cuanto antes. Pero yo no soy uno de esos padres. En tu situación, si hay sufrimiento, domínalo, y si queda alguna llama, no la apagues, no seas cruel. La ausencia puede ser algo terrible si nos mantiene despiertos toda la noche y ver cómo alguien nos olvida antes de lo que hubiésemos deseado no ayuda. Nos desprendemos de tantas cosas propias para poder curarnos lo más rápido posible que a la edad de treinta ya estamos en bancarrota y cada vez tenemos menos que ofrecer cuando empezamos una nueva relación con alguien. Sin embargo, no sentir nada por miedo a sentir algo es un desperdicio” (…).
La invitación que le hacen es a no tener miedo a sentir, a no reprimir la taquicardia frente a quien se la provoque. Es cierto que tener un par de padres tan comprensivos frente a la diferencia no era la regla general en 1983 ni ahora, pero la familia de Elio tenía unas condiciones particulares que le permitían aceptar a su hijo como era, con sus ambigüedades, idealizaciones, desilusiones y soledades. Tenían claro que nada ganaban si le reprimían o demonizaban sus sentimientos. Tenían claro que amaban a su hijo. Y eso implica verlo en su complejidad, acompañar sus decisiones, mirarlo con respeto a los ojos.
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