Los años maravillosos de ‘Caliwood’
Así se gestó el colectivo que puso a la ciudad en el mapa cinematográfico latinoamericano. Su huella permanece.
“La pasión de Andrés Caicedo por el cine forjó una cantidad considerable de obsesivos espectadores caleños, quienes poco a poco fueron convirtiendo las imágenes del celuloide en una parte fundamental de sus existencias. De este grupo de rebeldes, con o sin causa, se fue formando un equipo de personas que, con afinidades más o menos comunes, constituyeron un colectivo cuyo propósito central fue producir, con progresiva frecuencia, películas en las cuales se revelaba la imagen escondida y olvidada de la ciudad”, escriben Luis Ospina y Sandro Romero Rey en el prólogo del libro Ojo al cine, prolija recopilación que ellos dos hicieron de los textos cinéfilos de Caicedo. Al escribir sobre él, están también haciéndolo sobre sí mismos, pues ambos, junto a Carlos Mayolo y “unos pocos buenos amigos” más constituyeron ese colectivo fílmico, ese famoso Caliwood que puso a la ciudad en el mapa cinematográfico latinoamericano.
Andrés Caicedo fue escritor, crítico de cine, guionista y cineclubista. Padecía una ‘cinesífilis’ incurable que transmitió a los demás, esparcida sin que se dieran cuenta en las funciones del cineclub de Cali en el teatro San Fernando, a principios de los años setenta, donde convocaba a los interesados en un cine diferente al comercial y que no era fácil de encontrar.
Luis Ospina fue el académico, el que tuvo la oportunidad de estudiar cine en Estados Unidos, mientras Mayolo –que fue vecino suyo y amigo desde la infancia– había empezado a hacer cine en Bogotá y le propuso a Ospina trabajar juntos haciendo documentales. Mayolo fue quien le presentó a Caicedo: “En él encontré un espíritu afín, un amigo desconocido. Habíamos compartido lugares comunes y vivido vidas paralelas que, sin nosotros saberlo, se habían cruzado; habíamos frecuentado las mismas películas, en los mismos teatros, sin nunca habernos conocido”, evoca Ospina en su libro Palabras al viento.
El caldo de cultivo estaba listo. Junto a Hernando Guerrero y a Ramiro Arbeláez se dedican a la coordinación del cineclub, fundan entre todos la revista Ojo al cine, presencian cómo los demonios interiores arrastran a Andrés Caicedo en 1977 (el joven escritor se suicidó a los 25 años), y “cuando la crítica de cine escrita no fue suficiente, Mayolo y yo decidimos llevarla a la praxis en el cine mismo”, escribe Ospina. Empiezan juntos explorando las posibilidades dramáticas, subversivas y de denuncia del documental –Oiga vea (1972), Cali: de película (1973), Agarrando pueblo (1978)–, para luego cada uno buscar sus propios senderos creativos.
Mayolo haría los largometrajes Carne de tu carne (1983) y La mansión de Araucaima (1986), mientras Ospina realiza Pura sangre (1982) y Soplo de vida (1999), en medio de una larga carrera como documentalista que tiene en Todo comenzó por el fin (2015) su versión nostálgica y en primera persona de lo que fue Caliwood. Sandro Romero –una década menor que Ospina– aparece en este grupo como actor, ayudante de dirección, músico y cronista, para convertirse en uno de los escritores y críticos más prolíficos del país, amén de su trayectoria como docente y director de teatro.
Esa división de sus carreras era artificial, pues la verdad es que todos metían la mano en los proyectos de los demás, compartiendo recursos, personal y habilidades: eso en buena parte fue el secreto de su éxito. Un buen ejemplo es En busca de “María” (1985), un cortometraje documental que Luis Ospina codirigió con el archivista Jorge Nieto. Y quise mencionar este título porque se refiere a María (1921), de Máximo Calvo, el primer largometraje realizado en Colombia, específicamente en el Valle del Cauca.
En la escenificación que hacen de la realización de María, Carlos Mayolo interpreta a Máximo Calvo, Luis Ospina hace las veces de Alfredo del Diestro, director artístico del filme; mientras Sandro Romero asume el rol de Efraín. Ospina hizo el guion, el sonido y el montaje, contando para esta última labor con la asistencia de la artista Karen Lamassonne, quien fuese su compañera sentimental. La foto fija la hizo el infaltable Eduardo ‘la Rata’ Carvajal. Que Mayolo y Ospina personifiquen a los pioneros del cine en Colombia no es casual, era todo un símbolo. Sentían que si el cine nacional empezó en el Valle, ellos desde Cali eran los herederos, por derecho propio, de una tradición artística que querían no solo honrar, sino continuar. La presencia y la voz en En busca de “María” del respetado crítico de cine Hernando Salcedo Silva parece certificar y validar tan rica herencia cinéfila.
El grupo de Cali fue fruto de su tiempo. Las vanguardias europeas –francesas, inglesas, alemanas– buscaban un rompimiento con el cine previo, el ‘nuevo Hollywood’ afloraba a este lado del mundo, había juventud, pasión, ganas de derrumbar, construir y de nuevo derrumbar. El espíritu era contestatario, la ciudad hervía con su mezcla de calor, mujeres y rumba. No se tenían noticias del VIH, no había por qué ser políticamente correcto, se hacía el amor y no la guerra. Andrés escribía, los demás observaban, aprendían y rodaban películas. No era posible imaginar una felicidad mayor, ¿verdad?
Publicado en la revista “Carrusel” del periódico EL TIEMPO, número 1676, 14/07/16, págs. 28-29
©Casa Editorial El Tiempo, 2016
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