Piel roja color sangre: Los asesinos de la luna, de Martin Scorsese
“La verdad tiene estructura de ficción”
-Jacques Lacan
La película que ganó la Cámara de oro –otorgada a la mejor ópera prima- en el Festival de Cannes de 2022 fue War Pony, un largometraje codirigido por Gina Gammell y Riley Keough, esta última también conocida por su faceta de actriz. La película, de un tono casi documental e interpretada por actores naturales, nos muestra las precarias condiciones de vida de los indígenas Oglala Lakota de la reserva de Pine Ridge, en Dakota del Sur, un lugar donde la pobreza, la falta de oportunidades laborales, el alcoholismo y el tráfico ilegal de drogas constituyen el día a día de una comunidad cuyas tradiciones indígenas marchitan entre la marginación absoluta y la adherencia a unos modelos heredados del white trash y que en ellos se antojan particularmente dolorosos. War Pony es impresionante en su capacidad de denuncia, sin que medie condescendencia alguna. Sin embargo, hubo alguien antes que estas dos realizadoras que fue consciente de esa situación, alguien que estuvo por allá en 1974 -aunque seguramente no vio unas condiciones no tan extremas como las de ahora- y que intentó hacer una película ahí, una adaptación del libro Bury My Heart at Wounded Knee, de Dee Brown, publicado en 1970. Ese proyecto – en el que incluso se pensaba contar con Marlon Brando como protagonista- fracasó, pero la impresión que le causó conocer la miseria de Pine Ridge se quedó con él para siempre. Ese hombre era Martin Scorsese.
“Me impactó ver las condiciones y comprender lo que estaba ocurriendo, y resultó ser una experiencia muy difícil. Nunca la he olvidado. Existía la posibilidad de que hiciera algo en el cine, sobre la historia de Wounded Knee. Pero acababa de hacer Calles peligrosas, y no estaba preparado para nada de esto. No lo entendía y no sabía cómo reaccionar. Así que no funcionó. Fue una situación muy, muy triste para mí… cómo me sentí al respecto, y cómo me despertó, de una manera diferente” (1), recuerda Scorsese en entrevista con Philip Horne para la revista Sight and Sound. “Descubrí que había mucho más detrás la mitología en que había crecido en torno a los nativos. Me perturbó ese lugar lleno de pobreza y de ira. Fue un shock para mí” (2). Ese trauma persistió durante décadas en Scorsese y por eso existe Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon, 2023), como una reivindicación personal, como un exorcismo propio y uno colectivo por los muchos pecados cometidos por los blancos de su país contra los nativo americanos.
Los escandalosos hechos de violencia ocurridos entre los miembros de la nación Osage en Okahoma en la primera mitad de los años veinte del siglo pasado en Estados Unidos fueron documentados en una crónica minuciosa, Los asesinos de la luna de las flores, escrita por David Grann y publicada en 2017 para convertirse luego en un bestseller del periodismo investigativo. El libro, de una rigurosidad documental y archivística notables, relata “la segunda fiebre del oro”, que supuso el hallazgo de enormes yacimientos de petróleo en el terreno otorgado por el gobierno a los Osage, que repentinamente se vieron convertidos en inesperados (y derrochadores) millonarios, pero que también fueron sometidos a todas las formas de engaño, codicia y violencia que el dinero atrae: pronto los bandidos y estafadores vieron presa fácil en estos indígenas, demasiado confiados e ingenuos para su propio bien. La crónica de David Grann describe con calidad forense los asesinatos continuos de los que fueron víctimas y por eso Los asesinos de la luna de las flores se lee como si fuera un thriller policial, sobre todo porque este episodio dio pie a la gestación de lo que hoy conocemos como el FBI, del que en ese momento se encargaba un joven llamado J. Edgar Hoover.
Los asesinos de la luna de las flores está lleno de detalles, sucesos, personajes, anécdotas, declaraciones, perfiles biográficos, indagaciones, pistas, fotos, intrigas judiciales… una maraña de hechos, paradójicamente bien estructurada y organizada, que permite una lectura fluida y que, pese a algunos indicios, no revela demasiado pronto a los culpables de estos crímenes, convirtiéndolo en un whodunit de elaborada factura. No era una tarea fácil enfrentarse a un texto tan ambicioso y tan comprehensivo buscando convertirlo en un guion. Obviamente quienes no hayan leído el libro no van a logran captar la dimensión formidable que tuvo esta adaptación que hicieron Eric Roth y Martin Scorsese. Se requiere mucho olfato dramático para realzar y convertir en una escena algo que el libro de Grann despacha con una mención, se requiere de mucho oficio para fusionar situaciones, simplificarlas o darles un hilo temporal consecutivo, descartar personajes, darle más importancia a otros, y, sobre todo, cambiar el enfoque, que otorgaba el peso heroico del relato a Tom White, el agente del Bureau de investigaciones a cargo del caso.
A Scorsese el crimen organizado siempre le ha interesado, la comunión del mal que une fuerzas como una empresa, y en el libro de Grann encontró una conspiración digna de su prestigio. Por eso para poder contarnos los entretelones de esa “maquinaria”, decidió contarnos desde el principio quienes eran los responsables de esta masacre y quien era el cerebro criminal encargado de orquestar todo. Así –a diferencia del libro- nos revela “sus cartas” para que, desvelado el misterio, suframos junto con las víctimas los ardides, engaños y trampas que padecen a manos de personas que parecen honorables e inofensivas. El director nos tiene atrapados en un tipo de suspenso diferente: no somos capaces de advertirles a los protagonistas lo que va a ocurrirles. Y de alguna forma eso nos hace cómplices. Por supuesto que esta estrategia no es nueva en el cine. Alfred Hitchcock fue uno de sus mejores cultores en muchos de los thrillers que dirigió y Los asesinos de la luna le hace un par de guiños a Sospecha (Suspicion, 1941) y a Notorious (1946), con la estrategia de la inducción del declive físico y mental progresivos de la protagonista.
Puesto que la mencioné, hablemos de la auténtica protagonista del filme, Mollie Burkhart (Lily Gladstone), una Osage de pura raza que ve como su familia es literalmente exterminada por fuerzas inexplicables. Scorsese y Roth le dan un vuelo que en el libro no tiene, convirtiéndola en un símbolo de resistencia y dignidad, en una figura trágica llena de entereza frente al dolor, que cuenta con el apoyo incondicional de su esposo, Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), un veterano de la Primera Guerra Mundial que llegó a Oklahoma a buscar fortuna y la encontró convertida en esta mujer india. En ese momento y lugar eran comunes las uniones maritales entre las dos razas. Para los Osage era todo un gusto jactarse de su esposa o marido blancos (y de contar con chofer y servidumbre doméstica blanca), y para los blancos era un negocio redondo volverse parte de estas familias millonarias y llegar a heredar los derechos patrimoniales sobre la tierra (los headrights). El amor no era necesariamente tenido en cuenta, exceptuando –por supuesto- el amor al dinero. Sin embargo, en el caso de Ernest, su unión con Mollie se veía sincera y no forzada, él era demasiado simplón y débil de carácter como para intentar jugar con los sentimientos de ella. Esas uniones por conveniencia mutua partían de la base de que ambos sabían lo que querían del otro. No había lugar a decepciones, por más ingenuos que fueran los Osage.
Si acaso alguien impulsó a Ernest a fijarse en Mollie por motivos pragmáticos fue su tío, William Hale (Robert De Niro), el patriarca blanco de la región, el “rey de las colinas Osage”, el paterfamilias por antonomasia, un hombre hecho a pulso y que es respetado y admirado por la comunidad nativa y que ha prosperado sin abusar de los Osage, sino junto con ellos. El consejero y benefactor que toda comunidad necesita. Cuando Ernest llega a Oklahoma su tío le entrega un libro infantil para que lea algo acerca de los Osage, Lilly’s Wild Tales Among the Indians, que fue creado a propósito por Scorsese y la productora ejecutiva del filme, Marianne Bower. En una de las ilustraciones hay una leyenda en la parte inferior que dice “¿Puedes encontrar los lobos en esta imagen?” que en inglés es “Can you find the wolves in this picture?” y “picture” no solo significa imagen o ilustración, también película. Y sí, por supuesto que podemos encontrar los lobos en la imagen y en la película: están a simple vista, la piel de oveja que tienen apenas los disimula.
Scorsese no siente esta vez la pulsión de ser tan gráfico en los actos de violencia, como sí en las maquinaciones que llevaron a que se hicieran de forma tan sistemática. Con el fondo de los padecimientos de Mollie y su familia lo que vemos es la ejecución de un “concierto para delinquir” movido por la codicia y la falta de escrúpulos, que acerca a Los asesinos de la luna a El padrino (The Godfather, 1972) y a Los intocables (The Untouchables, 1987) donde, si señores, Robert De Niro interpreta a Al Capone, para que la memoria cinéfila haga la asociación correspondiente entre ambos personajes. El gran valor del guion de Scorsese y Roth fue convertir datos dispersos en el libro y volverlos una secuencia de hechos criminales que van in crescendo con la aparición de los agentes federales, relegados acá a personajes secundarios que inquietan y convulsionan las actividades ilegales de esta “organización”, que no siente compasión alguna por sus víctimas, quizá por el desprecio que les generan. Un jefe Osage durante el juicio que se llevó a cabo contra uno de los implicados mencionó algo contundente: “Una pregunta me ronda por la cabeza y es si este jurado está deliberando sobre un asesinato o no; lo que tienen que decidir es si el hecho de que una blanco mate a un osage es asesinato… o simple crueldad con los animales” (3).
He ahí expuesta la “supremacía blanca”, tiñendo de sangre todo lo que en esos años ocurrió. La película no es ajena al Ku Klux Klan, que es mencionado y uno de cuyos desfiles públicos vemos. No tiene nada de clandestino, en ese momento era incluso un grupo con gran poder político. Además en un noticiero cinematográfico se hace referencia a los disturbios raciales de Tulsa, cuando una turba de blancos atacó y destruyó el distrito de Greenwood, dejando un número desproporcionado de muertos y propiedades incendiadas y echadas abajo. Se calcula que más de 10.000 afroamericanos perdieron su hogar en medio de esa asonada sin control. Tulsa y el condado Osage están ambos en Oklahoma, separados por 90 kilómetros de distancia. Anna Brown, la primera hermana de Mollie asesinada violentamente, fue vista por última vez con vida el 21 de mayo de 1921, diez días antes del inicio de la masacre racial de Tulsa. Los asesinos de la luna está situada en un momento histórico concreto que no evade ni tampoco subraya, pero que es necesario considerar.
Este filme no pretende ser didáctico ni aleccionador, pero los hechos que ocurrieron entre los Osage tienen tanto peso que es imposible no abochornarse ante tanta crueldad. Scorsese busca que su nación –y el mundo- conozcan y recuerden esta ignominia, una de las tantas heridas que Estados Unidos tiene sin cicatrizar. Él mismo, con su presencia y su voz nos advierte, hablándonos desde la pantalla, que hay hechos que la historia oficial se niega a recordar, pero que no podemos darnos ese lujo. Hay situaciones en que un obituario incompleto es una afrenta. Como el de Mollie.
Referencias y citas:
1.Philip Horne, Shooting for the Moon”, Sight and Sound, Londres, British Film Institute, octubre 2023, vol 23 no. 8, pag. 37
2. Pepa Blanes, Martin Scorsese: “El wéstern tiene sus problemas, algunos han humillado a los pueblos nativos” El cine en la SER, 16/10/2023.
Publicado online en
https://cadenaser.com/nacional/2023/10/16/martin-scorsese-el-western-tiene-sus-problemas-algunos-han-humillado-a-los-pueblos-nativos-cadena-ser/
3. David Grann, Los asesinos de la luna de las flores, Nueva York, Vintage Español, 2019, pags. 222 -223
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