Corregir el horizonte: Los Fabelmans, de Steven Spielberg
Los autores cinematográficos optan por utilizar sus propias vidas como inspiración, sea al inicio de sus carreras, o cuando llega el otoño de ellas o de su existir. Steven Spielberg ha ido dejando guiños autobiográficos a lo largo de su filmografía, pero esas son señales muy personales, dirigidas a su familia o a sus seres cercanos. Nunca había hecho un filme tan íntimo como Los Fabelmans (The Fabelmans, 2022), y le tomó mucho decidirse a hacerlo, quizá porque esperaba que sus padres fallecieran y ambos murieron a muy avanzada edad. Ahora, en plena madurez artística y tras haber ganado toda la fama y los premios imaginables, era el momento de hablar de frente sobre sí y sobre los suyos.
La película empieza por su fascinación infantil por el cine y su inclinación a hacer pequeñas películas caseras. Crece en un hogar judío de New Jersey, conformado por un padre ingeniero electrónico y una madre pianista y bailarina. Es el mayor de cuatro hermanos, tres mujeres y él. Una parte de su infancia la pasa en Phoenix, Arizona, pues a su padre –que es pionero en el desarrollo de la computación- le ofrecen un mejor empleo. Más adelante la familia se mudará, por idénticos motivos, al Norte de California. Esto que he relatado es parte de la biografía de Spielberg, y es exactamente igual en la película, solo que en la pantalla él se llama Sammy Fabelman (Gabriel LaBelle) y sus padres no son Arnold y Leah Spielberg, sino Burt y Mitzi Fabelman (intepretados por Paul Dano y Michelle Williams). Las demás diferencias son las obvias de la ficción, pero el retrato familiar es exacto.
Aunque uno podría pensar que Los Fabelmans es auto complaciente, y que va a ir mostrándonos surgir el genio de Spielberg entre sus proyectos infantiles y juveniles, la verdad es que el filme no se centra en ese aspecto, sino en el drama familiar derivado de la inestabilidad que producen las constantes mudanzas, la curiosidad y las burlas que genera el hecho de ser judíos, y la crisis personal de Mitzi, que parece no tolerar el hecho de estar lejos de Phoenix, y entra en un estado depresivo. Lo que esta mujer no revela –y que Sammy descubre- queda reservado para quienes vean la película. Hay que decir que exactamente eso mismo le pasó a Spielberg, algo que no contó mientras su madre vivió.
La interpretación de Michelle Williams es soberbia, al representar a una madre y mujer en una encrucijada afectiva, de la que Sammy aprende que por encima de lo que sea hay que ser feliz y honestos consigo mismos: corregir el horizonte para luego no arrepentirse el resto de la vida, algo que para un ama de casa de los años sesenta era toda una revolución. Esto está contado con particular sensibilidad, con el respeto que le merecen los sentimientos que esa mujer experimentó. Ese era un material dramático que él pudo haber sublimado en otro filme –aunque el hogar que acoge a E.T. (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) está partido- pero que prefirió reservar hasta que pudiera integrarlo en un relato lo más cercano posible a la realidad. Hay en Los Fabelmans una secuencia de un baile de prom que parece sacada de Volver al futuro (Back to the Future, 1985), pero que se antoja una ofrenda inversa: esas escenas de la película de Robert Zemeckis parecen un guiño a la vida de Spielberg y no al revés.
Los segmentos en los que Sammy aprende –autodidacta- a hacer cine tienen la solvencia habitual de este autor, y una película que tenga al propio cine como tema siempre será una delicia, pero Spielberg no pierde nunca la brújula. Él es quien es gracias a su familia, a lo que ellos le enseñaron, a ese padre estoico y pragmático, y a esa madre compinche, a las discusiones y crisis que presenció, al valor que sacó de ambos y de sus hermanas. Son ellos los verdaderos protagonistas de Los Fabelmans, no él. Este es su homenaje.
Postdata cinéfila:
“Cuando puedas llegar a la conclusión de que poner el horizonte en la parte inferior de la toma o en la parte superior de la toma es mucho mejor que poner el horizonte en el medio de la toma, entonces algún día podrás ser un buen director. ¡Ahora lárgate de aquí!”.
Mejor conclusión (o mejor inicio), es imposible.
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