Los lazos no atados: Los amores imaginarios, de Xavier Dolan
El objeto de deseo se llama Nicolas. Es inalcanzable, inasible e indiferente, o sea que es imposible resistirse a él. Así piensan Francis y Marie, dos amigos que ven en Nicolas la perfección, el ideal romántico y sexual que, sencillamente, no pueden dejar escapar. Así que van a tratar de seducirlo, cada uno con sus herramientas. Aunque parecen trabajar unidos, en realidad cada uno lo quiere para sí. Nicolas –efebo ambiguo- pareciera interesarse tanto en Marie como en Francis, o por lo menos eso creen ellos.
La clave está en una escena en que los tres están en una biblioteca y desprevenidamente Nicolas lee en voz alta un poema de un libro: “Cuando enamorado te pido una mirada, siempre es inútil y causa profunda insatisfacción que nunca me mires… como yo te veo”. Lo que tienen Francis y Marie es el anhelo de ser querido por alguien que no los ve. Esa “insatisfacción profunda” del poema es la impotencia de no poder lograr que una persona que nos gusta y por quien nos sentimos atraídos sienta lo mismo, vibre en nuestra misma longitud de onda, nos vea también con ojos enamorados y deje de considerarnos un amigo más. Ese es el drama de Los amores imaginarios (Les amours imaginaires, 2010), el segundo largometraje de Xavier Dolan.
Como el espectro de esa insatisfacción es grande, Dolan puebla su filme de testimonios –no narrativos- de jóvenes que nos relatan sus malas experiencias afectivas, sus desencuentros, sus soledades, todo lo que hacen para conquistar a quien los ignora. Dispersos a lo largo de la historia de Francis, Marie y Nicolas, esos testimonios en primera persona nos recuerdan que el rompecabezas del amor no siempre tiene las piezas completas, y que el juego de la seducción requiere un receptor dispuesto a ser conquistado. Es un asunto de ensayo y error, pero que duele profundamente cuando se fracasa, pues el golpeado es un ego que puso lo mejor de sí y que ahora es rechazado.
Dolan siente compasión por Marie (la actriz Monia Chokri) y Francis (a quien el propio Dolan interpreta) y por eso disfraza con humor el patetismo de sus intentos por lograr la atención de Nicolas (el parisino Niels Schneider), atenuando la tragedia que para cada uno representa fracasar y hacer el ridículo, una y otra vez, frente a un hombre por el que sienten una pasión febril que no atenúan los amantes ocasionales que cada uno tiene. Los hombres con los que Marie se acuesta y las parejas homosexuales de Francis no logran sacarles de la cabeza el imperecedero –y ciego- ideal romántico que Nicolas es para cada uno. “No hay más verdad en el mundo que el delirio amoroso”, nos dice en palabras de Alfred De Musset, el prólogo de este filme, y para ellos ese delirio lo es todo, así tengan que dejar la dignidad a un lado.
Lo mejor es que Dolan está describiendo con certeza sentimientos y sensaciones que son universales. El rechazo es más común que la aceptación y él quiere mostrarnos lo que eso implica, la enorme carga que ese dolor significa, la inutilidad de todos nuestros esfuerzos, el paraíso que nos es negado. En los casos de Los amores imaginarios nos vemos reflejados, hacemos parte de ese catálogo de la derrota.
Xavier Dolan dota su filme de un particular formalismo cercano a la afectación. Marie siempre se viste de manera formal como si fuera una mujer del siglo XX –de los años cincuenta o sesenta- haciendo un hermoso contraste con la despreocupación juvenil de Francis y Nicolas. La paleta de colores de su ropa y de los escenarios –y una banda sonora muy bien escogida- hacen pensar en el cine de Pedro Almodóvar, en uno de esos melodramas que él tan bien sabe armar, y que Dolan parece haber visto y admirado. Quizá pensó que ese era el tono que necesitaba para su filme. Pensó bien.
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