Los ojos de Tom: A pleno sol, de René Clément

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“Siempre he tratado de avanzar, de evolucionar más que de repetirme. A la gente le gusta clasificarte. Después de Juegos prohibidos, hubiera sido grandioso decir, “Clément equivale a especialista en niños”. ¿Pero eso qué quiere decir? Siempre he sido humilde en la manera en que me sitúo cara a cara con los fantásticos medios de expresión del cine, de los cuales queda tanto por explorar. Siempre he querido hacer estudios de situaciones y lugares. Es el espíritu de un seminario: “Hemos estudiado eso, ahora vamos a estudiar esto”. Cada vez trato de tomar ventaja de lo que he aprendido, hacer que uno más dos lleve a tres y que el más reciente filme sea la suma de los que vinieron antes. He tratado de moverme un paso a la vez; subo las escaleras paso a paso… no sé a qué hasta que piso. Mi vida y mi destino lo decidirán” (1).

Así se expresaba René Clément en una entrevista para L’avant-scène: Cinéma publicada en 1981. Estas declaraciones, realizadas cuando ya se había retirado del cine, calzan perfecto para hablar de un momento posterior al éxito de Juegos prohibidos (Jeux Interdits, 1952) en la obra de este director. Tras ese filme vendrían otras tres películas, incluida Gervaise (1956), en la que hacía una adaptación de Zola y con la que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia. Luego llegaría para Clément una época de enorme satisfacción con el éxito de A pleno sol (Plein soleil, 1960).

A pleno sol (1960}

Pero recordemos con detenimiento la fecha. En Italia ese año Federico Fellini lanza La dolce vita, en Francia Godard estrena Sin aliento (À bout de soufflé) y Chabrol Les bonnes femmes. Truffaut viene de ganar el premio al mejor director en el Festival de Cannes de 1959 por Los cuatrocientos golpes. Los escritores de Cahiers du Cinéma se han convertido en directores de cine y quieren imponer su ley y su mirada, su nueva ola. Clément tiene ya 47 años y pese a solo ser 7 años mayor que Eric Rohmer no hace parte de esa generación. Sin embargo va a demostrarles que sigue vivo y que puede hacer un cine tan renovador como el de sus imberbes colegas.

La novela de Patricia Highsmith, The Talented Mr. Ripley, llegó a sus manos gracias al productor Robert Hakim, interesado en llevarla a la pantalla. Obstinado, Clément quiso hacer la adaptación junto a sus guionistas habituales, Aurenche y Bost, pero Hakim venía de producir Una doble vida (À double tour, 1959) para Chabrol y quería que el guionista de ese filme, Paul Gégauff -quien también había sido el escritor de El signo del león (Le signe du lion, 1959) de Rohmer y de Los primos (Les cousins, 1959) de Chabrol- hiciera la adaptación, dándole un toque moderno a una narración que exigía agilidad.

A pleno sol (1960)

Director y guionista introdujeron cambios sustanciales, incluyendo el final, a la novela de Highsmith. Al equipo de trabajo Clément añadió al cinematografista Henri Decaë –quien había hecho la cámara de El bello Sergio (1958) y de Los cuatrocientos golpes– y al compositor italiano Nino Rota –sí, el mismo de La dolce vita. Como se ve, Clément estaba aprovechándose de los recursos humanos que estaban apuntalando al cine moderno. Solo faltaba ver cómo se adaptaba él a esta nueva forma de hacer cine. Quizá lo que iba a ocurrir era lo opuesto: que pusiera esos elementos nuevos a su servicio, a su manera clásica de entender el cine.

A pleno sol es un filme frenético, tanto como su particular protagonista, un ser humano ambiguo y casi implausible llamado Tom Ripley (Alain Delon, de 25 años) de quien casi nada sabemos, excepto quizá de sus habilidades para la falsificación. Aparece en este filme sin que se nos explique cómo llegó ahí, de dónde proviene, que motivaciones reales tiene. Aparentemente su misión es clara: llevar a casa sano y salvo a Philippe Greenleaf (Maurice Ronet), el díscolo hijo de un millonario estadounidense, a cambio de cinco mil dólares de recompensa. Mientras tanto los vemos a ambos deambular por Roma, burlarse de los demás, emborracharse, hacer planes etéreos. Ambos son personajes aparentemente de la misma calaña: superficiales, botarates, insufribles. Lucen como aliados pero no lo son y la película lentamente empieza a dejarlo claro: Philippe tiene dinero y Tom no. Philippe utiliza ese dinero para mofarse de todo y de todos, y Tom quisiera tenerlo para hacer lo mismo. Incluso para conquistar a Marge (Marie Laforêt), la bella novia de Philippe.

A pleno sol (1960)

Clément se encarga de hacer de Tom un personaje terriblemente ambiguo y astutamente encantador. La ambigüedad surge de su misterio vital (¿es un enfermo mental? ¿es un fascinante embaucador?) y su encanto surge de la masculinidad que le imprime Alain Delon, en su primer rol protagónico en el cine, y que el director aprovecha para exhibir en unos prolongados primeros planos de su rostro, sus ojos y sus gestos. Fue un acierto que interpretara a Tom y no a Philippe Greenleaf, como originalmente había pensado Clément. Fue el propio Delon el que pidió al director en casa de este que se le diera ese rol, ya asignado a Jacques Charrier. Y lo logró.

El reto era que ese personaje tan complejo fuera digno de la simpatía del espectador, y para lograrlo Clément y Gégauff van a encargarse de redimirlo mediante el escarnio social, como el director lo explica en la misma entrevista ya mencionada: “Él es un tipo horrible, pero uno no hace películas con gente despreciable, eso no funciona. La gente quiere relacionarse e identificarse, estoy afirmando lo obvio. ¿Así qué cómo hago a Ripley agradable? Humillándolo. Al principio del filme, Ripley es nada” (2). Philippe se solaza burlándose abiertamente de Tom, subrayando los abismos sociales y culturales que los separan.

A pleno sol (1960)

De este modo los actos de Tom se convierten ante nuestros ojos en una venganza casi que justificada, en un plan ejecutado con precisión y que no parece tener la celeridad de algo espontáneo, sino de un detallado plan largamente diseñado y acariciado, digno de una mente criminal de alto vuelo. Subvirtiendo las premisas del film noir al que temáticamente se acerca, en A pleno sol los colores saturados del mediterráneo italiano, el sol y la luz del filme contrastan con la oscuridad de los propósitos de Tom, cuyas maniobras vemos incluso desde fuera, dándoles sentido una vez que alcanzan sus calculados propósitos y que obviamente no describiré acá.

La trama se va tensando y se va volviendo más espesa a medida que progresan los minutos y Tom parece tener, asombrosamente, todo bajo control, pese a tratarse de una elaboradísima pero a la vez frágil maquinación que va mucho más allá de una suplantación. Al principio del filme, cuando Tom se pone la ropa de Philippe e imita su voz mientras se mira al espejo -Narciso enamorado de ese reflejo- lo que vemos es a una mente desdoblándose, queriendo asumir no solo el nombre, sino además la identidad y la corporalidad de ese ser al que envidia y quizá en el fondo desea. Tan enfermizo es su accionar, tan psicopática es su personalidad que le permite esconder sus intenciones bajo una piel de oveja inicialmente sumisa. Como espectadores lo miramos en silencio, fascinados, deseando –en el fondo- que se salga con la suya. Y eso es ya un triunfo de este personaje y de su vilipendiado creador.

A pleno sol (1960)

El tremendo éxito de A pleno sol hizo que Clément fuera considerado el “Hitchcock francés” a lo que este respondió en la parte final de su carrera con un trío de thrillers de menor resonancia, Rider on the Rain (Le Passenger de la pluie, 1970), The Deadly Trap (La Maison sous les arbres, 1971) y And Hope To Die (La Course du lièvre à travers les champs, 1972), esta última película a partir de una novela de David Goodis. La carrera de René Clément trató de abarcar una gran variedad de temas y estilos, que minaron -con su irregularidad- el concepto de que se trataba de un verdadero y consistente autor, tal como obras posteriores como la muy promocionada, pero fracasada, ¿Arde París? (Paris brûle-t-il?, 1966) lo confirmaron. Clément falleció en Mónaco el 17 marzo de 1996, tras completar una filmografía de 18 largometrajes.

A pleno sol (1960)

¿Cómo es posible que un artista tan exitoso como Clément haya sido –literalmente- olvidado? Tuvo la mala fortuna de vivir en el momento equivocado. El realismo poético francés fue muy temprano para él y la nueva ola fue demasiado tarde. Le tocó ser un director enmarcado dentro del llamado “realismo psicológico” (junto a Yves Allégret y Jean Delannoy, por ejemplo), víctima de su propia fama y del éxito que tuvieron sus películas, que lo convirtieron en un blanco fácil para las críticas de Truffaut, que jamás le perdonó su asociación con los guionistas Aurenche y Bost. A esa “tradición de la calidad” Truffaut contraponía a los “autores” como Abel Gance, Jean Renoir, Robert Bresson o Jacques Tati. No hubo espacio ahí para Clément, que pese a todo siguió activo, haciendo un cine que creía válido y que perdura aún, lo que no necesariamente ocurre con algunas obras de los realizadores de la nueva ola. Ahí está A pleno sol para confirmar que estaba en lo cierto.

Referencias:

1. “The Kind of Film You Make Passionately”: René Clément on Purple Noon, sitio web: The Criterion Collection, disponible en: www.criterion.com/current/posts/2587-the-kind-of-film-you-make-passionately-rene-clement-on-purple-noon
2. Ibíd.

Publicado originalmente en la Revista Universidad de Antioquia No. 312 (Medellín, abril-junio de 2013) con el título “Dos instantes junto a René Clément”
©Editorial Universidad de Antioquia, 2013

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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