El pretérito en cenizas: Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan
El tercer largometraje del director y guionista neoyorquino Kenneth Lonergan es una tragedia domestica que resuena con una intensa profundidad, con un eco hondo cuya onda sonora sigue expandiéndose a la distancia. Es el eco del dolor del alma humana, golpeada por las circunstancias hasta el punto del aturdimiento vital, quizá lo único que le impide no extinguirse consumida por la desesperación y el remordimiento.
El protagonista de Manchester junto al mar (Manchester by the Sea, 2016), Lee Chandler, es un hombre con su pasado hecho cenizas y con un presente vacío de sentido. Su conducta autodestructiva y su abulia son los signos de un trauma personal del que no puede desprenderse. Ni los kilómetros, ni el tiempo, ni su nuevo trabajo impiden que Lee supere la pena inmensa que envuelve su existir. Este filme va a descubrir para nosotros los motivos de tal dolor, en una narración que va y viene en el tiempo para mostrarnos como vivía él en Manchester, Massachusetts –una fría comunidad costera- y porque terminó en un suburbio de Boston en la más completa soledad.
No se trata de convertirnos en chismosos o en intrusos. El director Kenneth Lonergan se asoma a la vida de Lee con sutileza y enorme respeto. Lo que de él llegamos a saber se debe a que se ve obligado a regresar a Manchester para asumir una responsabilidad que sería dura para una persona emocionalmente estable, pero que para Lee se antoja casi un imposible. Es ese retorno a sus raíces el que lo hace volver sobre su vida pasada, mientras nosotros lentamente juntamos pedazos de información -casi que involuntariamente- para formarnos una idea del drama que este hombre atravesó y las repercusiones que ha dejado en él y en su familia. El manejo que esta cinta hace de los flashbacks como recurso narrativo es notable.
Es probable que supongamos lo que va a pasarle a Lee a continuación. Estamos acostumbrados a que las películas nos muestren redenciones espirituales, físicas y mentales, pero en la vida real este tipo de procesos –que cinematográficamente son vendedores- son extremadamente complejos de lograr. Kenneth Lonergan está consciente de eso y no va a hacernos concesiones facilistas ni a traicionar a su adolorido protagonista. El retorno de Lee a Manchester no va a hacerlo sanar: va a hacerle revivir sucesos que determinaron su actual insensibilidad y a mostrarnos lo difícil que es vivir con el espíritu deshecho.
Casey Affleck interpreta a Lee con absoluta suficiencia, explotando las complejidades mentales de un personaje con un trauma tan violento que le extirpó cualquier posibilidad de querer seguir viviendo. Subsiste, sobrevive apenas. El involuntario humor que este filme pueda generar se apoya en el contraste entre la indolencia de Lee y las ganas de vivir que tiene su sobrino Patrick, un joven de 16 años con el que inesperadamente deberá compartir unos días.
Tío y sobrino sufrieron pérdidas, pero cada uno las asume como mejor puede. Kenneth Lonergan no juzga a ninguno: ni a Lee por sus cicatrices imborrables ni a Patrick por su despreocupación. Ambos son seres sometidos a situaciones que pusieron a prueba su equilibrio, sin que supieran bien que hacer ni que se esperaba exactamente de ellos. El filme los acompaña, no los pone a prueba. Suficiente tienen con lo que están pasando.
Vuelvo a la palabra “cicatrices” para rematar este texto. Tras una herida, la piel cura formando una cicatriz, que puede ser casi imperceptible o, por el contrario, de protuberantes características queloideas. En ninguno de los dos casos la piel queda como antes fue. Siempre habrá una consecuencia, visible o no. Tristemente hay heridas que no dejan cicatrices cutáneas sino en el alma. Sospechábamos que no hay como deshacerse de ellas. Manchester junto al mar –con su potente y a la vez rigurosa puesta en escena- así nos lo confirmó.
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