Marty, nuestro “wiseguy” favorito
Ya siente la presión del tiempo. Ya nota que los años han ido pasando y que por su manera de involucrarse con los proyectos que emprende no tendrá tiempo de llevarlos todos a cabo. No sabe si es hora de experimentar con estilos o géneros que jamás ha emprendido o si debe quedarse en la comodidad del tipo de cine que mejor le ha funcionado y por el que ha enfrentado batallas aparentemente inanes. Pese a eso, no hay nada que nos indique que Martin Scorsese va a detenerse y a dejar de exhibir su talento. Que sea de la generación de 1942 solo nos dice que el paso del tiempo es inexorable y que las antiguas promesas, los rebeldes de antaño, son ahora creadores maduros que cosechan lo que sembraron a lo largo de muchos años de errores, ensayos, experiencias y éxitos.
Desde hace sesenta años Martin Scorsese viene forjando una carrera que ha ido en ascenso constante, hasta hacer de él el referente más respetado del cine norteamericano contemporáneo. Un maestro que ya no tiene que demostrarle nada a nadie y que sin embargo sigue retándose, sigue haciendo un cine nuevo dentro de su clasicismo, un cine que nos sorprende, que nos reta a ser tan coherentes y sensibles como él.
Si uno tuviera que resumir su carrera para una cápsula biográfica enciclopédica, podría ser algo tan simple como decir: “Martin Scorsese (1942 – ). Director de cine norteamericano de origen italiano. Ganador de la Palma de Oro en Cannes por Taxi Driver (1976) y el Premio al Mejor Director en ese festival por After Hours (1985); su película Toro salvaje (1980) es considerada la mejor de su década y marca un hito en su relación profesional con el actor Robert De Niro, con quien ha hecho nueve filmes. Ganó el premio Oscar como mejor director por Los infiltrados (2006). Gran cultor de la historia del cine, creó en 1990 a The Film Foundation, para la preservación de películas que requieren restauración. En 2018 le fue otorgado el premio Princesa de Asturias a las Artes ”.
Ciento quince palabras para resumir 82 años de vida y 60 años de trayectoria se antojan absolutamente insuficientes, pero muchas veces a este tipo de información mínima nos reducimos. Datos escuetos que dejan por fuera todo el contexto de su nacimiento en una familia católica, de su infancia de niño asmático en la “Little Italy” neoyorquina, de su formación académica en la NYU, de su aprendizaje al lado de Roger Corman. Scorsese fue uno de los protagonistas del “nuevo Hollywood” de finales de los años sesenta y principios de los años setenta. Fue uno de los contagiados de esa fiebre de creación independiente y libérrima, que también traía atada adicciones y escándalos a los que él no fue ajeno.
Desde una película tan temprana en su carrera como los es Malas calles (Mean Streets, 1973), aparecen ya los temas que van a caracterizar su cine: la culpa, la dicotomía carne-espíritu, la búsqueda de salvación propia y colectiva, la redención. Scorsese ve la violencia urbana –que él conocía como testigo de primera mano en su vecindario- como una forma válida de expiación, de lavar los pecados propios y ajenos. Sus torturados personajes emprenden unas cruzadas personales que nadie más parece entender, buscando una justicia que ninguno parece estar interesado en ofrecerles, buscando -en últimas- derrotar sus fantasmas privados. Su película más radical en ese aspecto es Taxi Driver (1976), donde Robert De Niro interpreta a un veterano de Vietnam que se desempeña como taxista solitario en Nueva York. La podredumbre humana que ve lo hastía y decide convertirse en “un ejército de un solo hombre” para rescatar a una joven prostituta (Jodie Foster) de las calles. La enorme violencia de las imágenes de Taxi Driver no oculta el grito desesperado de un ser que pide auxilio y que no ve otra forma de ser oído. En la misma onda de neurosis y desesperación se mueve un filme más reciente, Vidas al límite (Bringing Out the Dead, 1999). No parece casual que ambas películas tengan un guion escrito por Paul Schrader.
Con De Niro volvería –en su tercer filme juntos- para hacer Toro salvaje (Raging Bull), una obra maestra sobre la vida del boxeador Jake La Motta, que Scorsese utiliza como una metáfora de la necesidad de expiación vía el sufrimiento humano. Y que mejor herramienta que el boxeo para expresar ese ebrio sacrificio físico. Las búsquedas espirituales de su cine se hacen más transparentes en La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988), Kundun (1997) y Silencio (Silence, 2016), no exentas de polémica.
Una rica vertiente de su filmografía tiene que ver con la descripción de las mafias locales. Desde Malas calles empieza a sentirse cómodo entre jefes mafiosos, asesinos a sueldo, narcotraficantes, corrupción, balas y sangre. Buenos muchachos (Goodfellas, 1990), Casino (1995), Los infiltrados (The Departed, 2006) y El irlandés (The Irishman, 2019) hacen parte de este grupo de filmes, donde Scorsese muestra una gran sensibilidad hacia los motivos de sus personajes y un gran control narrativo. Su capacidad para el thriller –que en estos filmes se evidencia- puede constatarse además en Cabo de miedo (Cape Fear, 1991) y en La isla siniestra (Shutter Island, 2010), uno de los seis filmes que ha hecho hasta ahora con Leonardo DiCaprio, una estrella a quien él convirtió en un verdadero actor.
¿Y sus documentales? Además de las películas de ficción, Scorsese –que fue montajista de Woodstock (1970)- viene haciendo documentales de gran factura, como Italianamerican (1974), donde entrevista a sus padres; El último vals (The Last Waltz, 1978), en el que documenta el concierto final de The Band; el bellísimo Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano (1995) hecho para la televisión y en la que nos hace un recuento, desde su óptica, de lo más relevante de la historia del cine de su país; mientras en Mi viaje a Italia (1999) recorre los hitos del cine italiano. Sumemos a estos sus documentales sobre The Rolling Stones en concierto, Bob Dylan y George Harrison, y entenderemos la importancia que la música tiene para él. Evoquemos entonces a New York, New York (1977), una fantasía musical en clave de jazz en la que juntó a Liza Minelli con De Niro.
Pero si lo notaron bien, entre los documentales mencionados hay dos sobre el cine, demostrando el enorme amor y respeto que las películas y todo el medio cinematográfico le producen. A esos hay que añadir otro que hizo sobre el director Elia Kazan (Carta a Elia, 2010) y dos películas de ficción, El aviador (2004), sobre la vida del productor y realizador Howard Hughes, y la bellísima y nostálgica La invención de Hugo Cabret (2011), su primer filme en 3D y que ganó cinco premios Oscar. Y si se quieren divertir, busquen en internet The Key to Reserva (2007), un cortometraje comercial de encargo que el transformó en un asombroso homenaje al cine de Hitchcock.
La cinefilia apasionada de Scorsese lo llevó a crear una fundación sin ánimo de Lucro, The Film Foundation, buscando restaurar películas cuyas precarias condiciones físicas las hacen susceptibles a desaparecer. Gracias a la labor de esta institución –que cuenta con el apoyo de la empresa privada- se ha logrado la restauración de clásicos como Sin novedad en el frente (1930) o Senso (1954), por solo mencionar dos. Ver y escuchar a Scorsese hablar de cine es una delicia absoluta, ¡cuánta pasión y conocimiento hay en sus palabras! De ahí que sus declaraciones sobre el tipo de películas que realiza Marvel, hechas para la revista Empire en octubre de 2019 (“No es cine de seres humanos tratando de transmitir experiencias emotivas y psicológicas a otros seres humanos”) y luego en The New York Times (“Muchos de los elementos que definen el cine tal como lo conozco están en las películas de Marvel. Lo que no hay es revelación, misterio o genuino peligro emocional. Nada está en riesgo”). hayan generado tanto revuelo, pues se trata de la opinión de un hombre para quien el cine es una apasionada vocación.
En 2018 recibió el premio Princesa de Asturias a las Artes, y hace cinco años, gracias a Netflix, hizo un segundo documental sobre Dylan – Rolling Thunder Revue– y estrenó El irlandés, con los papeles protagónicos de De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, un proyecto largamente acariciado por él. Hace dos años hizo una divertida mini serie documental también para Netflix, Supongamos que Nueva York es una ciudad (Pretend It’s a City, 2021), la segunda vez que hace homenaje a la sabiduría urbana de la inefable Fran Lebowitz. En 2023 con la producción de Apple TV+ volvió a un formato épico para adaptar la crónica periodística de David Grann y convertirla en Los asesinos de la luna (Killers of the Flower Moon), la primera vez que reúne a Leonardo DiCaprio y a Robert De Niro, una brillante denuncia del genocidio que la tribu Osage sufrió a manos de los blancos en la Oklahoma de los años veinte del siglo pasado. Ahí demostró que él tiene su poderío narrativo intacto.
Ese “él” es Martin Scorsese. Un hombre que –como todos- es mucho más que la sinopsis que cualquier intente hacer. Un autor indispensable que hace cine como quien hace una joya. Con entrega, precisión, tacto, gusto y, sobre todo, fe. Fe en el hermoso y brillante resultado que va a obtener. Por eso jamás nos defrauda. Por eso siempre, así pasé el tiempo, se quedará con nosotros.
Actualización de un artículo publicado originalmente en el suplemento “Generación”, del periódico El Colombiano (Medellín, 18/11/12). Págs. 10-11
©El Colombiano, 2012
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