“Más divertido que donar sangre”: Los niños están bien, de Lisa Cholodenko
La cáscara –el exterior, la anécdota visible- de Los niños están bien (The Kids Are All Right, 2010) resulta tan llamativamente distractora que casi no deja ver el centro, llamémoslo “clásico”, de este relato. La sola descripción de la dinámica familiar es compleja: Nic y Jules son una pareja formal. Ambas son mujeres, cada una es madre de un hijo, que son hermanos no solo porqué sus progenitoras viven juntas, sino además porque ambos tuvieron un mismo padre (compartieron un mismo donante anónimo de semen). Así pues, Nic (magnífica Annette Bening), Jules y sus hijos adolescentes Joni y Laser conforman la familia de esta historia. Y listo. La directora Lisa Cholodenko –partiendo de un material autobiográfico- prefiere evitarnos las muy factibles dificultades de ajuste y por eso no vamos a presenciar largas explicaciones de por qué las dos mamás viven juntas o por qué ambos hijos realmente son hermanos de sangre… en fin. Eso es ya algo asumido y por fortuna no es ese el rumbo de la película. No era difícil tender a la sobreexposición de un tema que aún es novedoso y no exento de debate, pero acá lo que primó fue el respeto de la directora y coguionista hacia sus personajes y su modo de vida. Punto a su favor.
Desde muy temprano nos enteramos hacia donde apunta el relato. Joni ya tiene 18 años y el poder legal de averiguar quién es su padre biológico. Entra entonces Paul (Mark Ruffalo) en escena. El donante del pasado ya deja de ser anónimo y es para ambos muchachos –sobre todo para Joni- todo un descubrimiento. Paul tiene la típica personalidad de “encantador de serpientes”: es el tipo buena onda, afectuoso, aparentemente sincero, con mentalidad ecológica, dueño de su propio negocio. Es soltero, sabe de vinos y de cocina, maneja responsablemente una moto de alto cilindraje… el padre perfecto que Joni y Laser no tuvieron nunca y que ahora no entienden como pudieron vivir sin él. Quiero llamar la atención a la escena donde Paul conoce a sus “hijos”. Fíjense la sutileza dramática con la que está manejada. Él está viviendo algo tan inesperado como novedoso: son biológicamente sus hijos, pero no tiene ninguna responsabilidad sobre ellos. No les debe nada, donó semen “porqué era más divertido que donar sangre”. Los muchachos experimentan sensaciones difíciles de explicar, pero que se reflejan en su mirada atenta, en sus silencios, en el interés a la voz de este hombre que surgió de la nada y que ahora parece haber llegado para quedarse en sus vidas cotidianas y llenarlas de magia.
Acá es donde está el núcleo –clásico, pero no por eso inválido- de Los niños están bien. Esta es una familia amenazada por un tercero, por alguien externo que parece haber hipnotizado a varios de sus miembros, que olvidan todo lo que han construido y se entregan –momentáneamente ciegos por el resplandor- a una aventura que puede tener, inicialmente, buenas intenciones, pero que los pone en peligro de disolución. La búsqueda de la fuerza interna que requieren para reconstruir sus lazos y hacerlos aún más fuertes es el verdadero asunto de este filme, construido a escala tan profundamente humana que no tiene héroes ni villanos, sólo seres frágiles, que temen, sienten, luchan, aman. Y eso está por encima de nuestra condición sexual. Lisa Cholodenko lo sabe y con su película logra superar de lejos los prejuicios: al contarnos de un tema que le es propio, a la vez está hablando de todos nosotros. Me pregunto qué triunfo mayor a ese pueda pretender un filme.
Publicado en la revista Arcadia No. 65 (Bogotá, febrero de 2011). Pág. 36
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