Más sombras que luz: París, de Cédric Klapisch

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Los múltiples personajes de París (2008) sienten que algo les falta: la salud, una ilusión, el amor, un hijo, un país, años de vida. Lo que les sobra es soledad, silencios, distancia con los demás. En el balance es más lo que no tienen y por eso lucen entre taciturnos y desesperados. El director francés  los captura en un momento crucial de la vida de cada uno y quiere que los acompañemos en la búsqueda de algo que se asemeje a la felicidad o por lo menos a un alivio para sus heridas y dolores. Ni siquiera vivir en París tiene un efecto balsámico para ellos. La hermosa capital es sólo el marco donde sus historias de vida tienen lugar. La ciudad es su casa, no su motivación existencial.

El planteamiento luce interesante pero su desarrollo dista de serlo. Se trata de una película coral donde los protagonistas no tienen en su mayoría un nexo común distinto a vivir en París y a padecer alguna o varias de las penas descritas, de ahí que el filme esté poblado de una serie de historias inconexas, algunas mejor desarrolladas que otras, que van terminando por desgastarse y tornarse aburridas (sin mencionar que en realidad le sobran varias). A eso contribuye la distancia que el director pone respecto a sus protagonistas, lo que aunada a la falta de intensidad dramática arroja una cinta habitada por unos seres cuyo devenir no nos conmueve ni nos afecta.

He ahí la importancia que tiene el reconocimiento y la identificación que los personajes protagónicos de un filme deben generar entre el público: en la medida en que este se reconozca en ellos, sus historias y sus circunstancias van a producirle aceptación e interés. Esta conexión diferencia al cine hecho con sensibilidad y verdadero conocimiento de la mecánica de los dramas humanos –algo que el cine francés desde hace décadas honra y que ha contado con maestros como Gance, Vigo, Carné, Renoir y Truffaut- del cine con manipuladoras intenciones como este filme, que sólo captura la superficie anecdótica (por ejemplo aquí tenemos al bailarín con una cardiopatía terminal, al catedrático obsesionado por una joven estudiante, al vendedor de frutas incapaz de expresar lo que siente) y aparenta estar haciendo un drama importante, apoyado en la belleza de una ciudad y en una banda sonora ampulosa.

Como ampuloso es el estilo de Klapisch, un hombre cuyos excesos melodramáticos echaron por la borda un proyecto que en manos más honestas se hubiera vuelto un filme memorable, pero que terminó convertido en un globo de brillantes colores cuyo interior sólo contiene aire. Basta con un alfiler para hacerlo estallar.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá). 06-08-09. Pág. 1-14
©Casa Editorial El Tiempo, 2009

PARIS poster

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