Recuerdos ajenos: Memoria, de Apichatpong Weerasethakul
El cine rigurosamente conceptual del director y guionista tailandés Apichatpong Weerasethakul demanda una conexión completa con su manera de narrar y con sus temas recurrentes, que por lo general van más allá de este mundo y sus fronteras lógicas. Weerasethakul es un autor exigente, su cine es meditativo, parsimonioso, introspectivo, muchas veces haciéndose preguntas que en pocas ocasiones alcanzan a ser respondidas. Es un cine que se deleita en sí mismo, en su belleza interna, en sus largos planos estáticos, en sus silencios y rumores, más que en sus parlamentos explícitos.
En Apichatpong Weerasethakul hay un diálogo constante entre el hombre, la naturaleza y las fuerzas sobrenaturales que este director invoca permanentemente, como parte de su tradición cultural ancestral, esa que le da la certeza y el convencimiento absoluto de la existencia de un plano espiritual del que todos hacemos parte y que él no adscribe exactamente a una religión determinada. El misterio, el animismo, lo paranormal y lo no perceptual integran su cosmogonía personal, derramada para nosotros en sus diversos proyectos fílmicos. Apichatpong Weerasethakul es ese “misterioso objeto al mediodía” que se observa en el ápice del firmamento fílmico contemporáneo.
Si bien Memoria (2021) tiene la particularidad de haber sido rodada en Colombia, ser protagonizada por una actriz de renombre como Tilda Swinton y contar con el mayor presupuesto de su filmografía hasta la fecha, la verdad es que eso no altera para nada las intenciones y propósitos narrativos y estilísticos de su autor, simplemente él los adapta al entorno geográfico en un país tan tropical y lleno de realismo mágico como el suyo, y convierte a la actriz en su alter ego: una extranjera que observa y escucha desde la distancia un entorno distinto al suyo que la perturba, a la vez que la maravilla.
El filme no se detiene en muchas explicaciones de contexto: Jessica (Tilda Swinton) ha enviudado recientemente y vive en Medellín, donde tiene un criadero de orquídeas, pero ahora está en Bogotá visitando y cuidando a su hermana que se encuentra hospitalizada. Jessica padece de insomnio y en una de sus eternas noches escucha un “boom” que ella describe como “una bola de concreto que cae en un fondo de metal rodeado de agua salada” para añadir después que es “como un estruendo que proviene del núcleo de la tierra”.
Ese ruido –similar a una explosión- está solo en su cabeza y Memoria traza la búsqueda del origen de ese ruido, que primero ella trata de volver audible para los demás gracias a la ayuda del “retrato hablado” que hace de él a un ingeniero de sonido, luego intenta buscar una inútil explicación médica que incluye una irónica alusión religiosa; al final esa particular búsqueda terminará llevándola a explorar sus propias fronteras personales y espirituales, y a coincidir con un hombre del campo que quizá tenga la explicación a ese ruido.
Jessica va de un sitio a otro en una especie de vagabundeo exploratorio aparentemente errático, pero por intermedio de una arqueóloga ese deambular la va a ir conectando con el pasado del ser humano y con la memoria primigenia del mundo. Los planos generales del filme, con la cámara fija, permiten que nos concentremos en lo que Jessica observa, sea un libro sobre los hongos y las bacterias que atacan las orquídeas (la preeminencia de un mundo microscópico que ya estaba antes que nosotros y que va a sobrevivirnos), una galería de un museo, un cuarteto universitario de jazz o una excavación arqueológica en las profundidades de la tierra (metafóricamente ella desciende a ese núcleo terráqueo en el que sitúa el origen del ruido que escucha). La película es sobre el acto de mirar y sobre todo de escuchar(se). De sintonizarse con uno mismo y con aquello que está ahí dispuesto para ser visto y oído, así no lo parezca a simple vista.
Sin saber cómo, ese vagabundeo que Weerasethakul se niega a justificar, como si cada escena fuera un fin en sí misma, la lleva al campo colombiano, cerca de un rio y a las montañas andinas, para conocer a Hernán (Elkin Díaz), un pescador de la región que le cuenta de una característica suya relacionada con su capacidad de recordar y la hace consciente que cada objeto porta las vibraciones de los seres que estuvieron en contacto con ellos. Y que la memoria de la Tierra es la suma de los recuerdos de todos los seres que la han colonizado y habitado.
En ese segmento final la película pasa del realismo al entorno mágico y surreal que siempre adorna al cine de este realizador, pero en esta ocasión con una sutileza y una economía de recursos que favorecen un relato que no por ello deja de ser críptico en su evocación profunda del pasado que nos une a través de los recuerdos propios y ajenos. Memoria es la historia de un ruido, pero también la historia de un trascendental eco milenario, uno que no terminará de resonar mientras haya alguien que lo escuche con atención. Así sea en medio de una noche de desvelo.
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