Mi vecino es un señor muy viejo con unas alas enormes: El principito, de Mark Osborne
Lo peor que le pudo pasar a El principito (Le Petit Prince, 2015) fue haberse encontrado en su premiere en el Festival de Cannes con el debut de Intensa Mente (Inside Out, 2015), pues el éxito de esta última la eclipsó indebidamente. Ambas se presentaron fuera de competencia, como un abrebocas a su posterior estreno mundial, incluso El principito se exhibió tanto en versión francesa (con las voces de André Dussollier y Florence Foresti) como doblada al inglés (Jeff Bridges y Rachel McAdams encabezan el reparto), pero la película de Disney-Pixar partía ya con un voz a voz que la convertía en un éxito de taquilla anticipado.
Pero los retos de El principito eran mayores que el de superar la sombra que le hacía Intensa Mente: debía honrar el libro de Antoine de Saint-Exupéry –un best seller idolatrado por muchas generaciones de lectores, una obra amada más con la memoria que con la razón- y debía ser atractiva para la exigente audiencia infantil del siglo XXI, acostumbrada a la pirotecnia audiovisual en 2D y 3D y a la que pocas cosas les sorprende ya. Un libro publicado en 1942 no parecía exactamente una de esas cosas.
El principito (Le Petit Prince, 2015), de Mark Osborne
Lo que hicieron entonces los guionistas Irena Brignull y Bob Persichetti fue algo arriesgado: crearle al relato un marco narrativo contemporáneo en el que los niños se sintieran en terreno conocido (la animación generada por computador utilizada le debe mucho al estilo de Pixar) y a partir de ahí empezar a introducir –en una segunda línea argumental- la historia del principito utilizando animación stop motion y figuras en papel y cartón.
Tenemos a una niña, a su madre controladora, a su padre ausente y a un anciano vecino que rompe con la monotonía del nuevo vecindario a donde se ha mudado la joven. Las casas idénticas parecen sacadas de un filme de Tim Burton, mientras la vetusta casa del anciano respira vida y misterio: incluso el hombre tiene un destartalado avión de hélice en el patio. Los niños no tienen que saber que Antoine de Saint-Exupéry desapareció en una misión de reconocimiento sobre suelo francés el 31 de julio de 1944 y el filme juega entonces con la idea de que ese anciano es el autor real de unos avioncitos de papel que le llegan a la niña a través de la ventana, donde en letra manuscrita y con unos dibujos que todos reconocemos, le va contando la historia de su aterrizaje en el desierto y del encuentro que tuvo ahí con un pequeño ser de otro planeta que le pidió que le dibujara una oveja…
El principito (Le Petit Prince, 2015), de Mark Osborne
El cuento que el anciano le hace llegar “por entregas” transforma a la niña (tan innominada como su madre para restarles innecesario protagonismo), reivindicando el poder de la literatura para iluminar nuestras vidas y hacernos escapar hacia otros universos. No importa que el relato original de El principito pierda algo de relevancia y de pureza si su mensaje llega a este público y lo sensibiliza ante la diferencia, ante la tolerancia, ante lo que representa dejar partir a alguien. Y, sobre, todo a no olvidar lo que representa la infancia. El lenguaje simbólico de Antoine de Saint-Exupéry encuentra aquí un equivalente fílmico conmovedor y emotivo.
Fui a ver El principito con Luisa, mi hija, que tiene cinco años. Se sentó en su silla y estuvo espabilada durante todo el largometraje, totalmente metida en el relato. Esa noche yo debía acompañarla a dormirse y el cuento que escogimos para leer, a petición de ella, fue –ya lo adivinaron- El principito. Misión cumplida y parte de victoria para la película.
Photocall en Cannes para El principito: Mackenzie Foy (voz en inglés de la niña), el director Mark Osborne y Riley Osborne (voz en inglés del principito)
