No solo se vive una vez: Mickey 17, de Bong Joon Ho

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Una sinopsis argumental muy completa de Mickey 17 (2025) la da Edward Ashton, el autor de la novela que da origen al filme. En las primeras páginas del libro –titulado Mickey 7– el propio protagonista explica el drama de su vida, que transcurre en el futuro, en una colonia espacial lejos de la Tierra: “Te propongo un experimento mental: imagina que descubres que cuando te acuestas por la noche no duermes sino que mueres, y que a la mañana siguiente es otra persona la que se despierta en tu lugar. Esa persona tiene todos tus recuerdos, tus esperanzas, tus sueños, tus miedos y tus deseos. Piensa que es tú, y todos tus amigos y las personas que quieres también lo piensan. Pero no es tú, y tú no eres la persona que se acostó la noche anterior. Solo existes desde esa mañana, y dejarás de existir cuando cierres los ojos esa noche. Pregúntate si eso supondría alguna diferencia desde el punto de vista práctico en tu vida. En todo caso, ¿sabrías siquiera que eso está ocurriendo todos los días de tu vida? Ahora sustituye «acostarse» por «ser aplastado, evaporarse o quemarse» y te harás una idea bastante aproximada de lo que es mi vida”. De eso va la película. De ser un conejillo de indias perpetuo, porque tras la muerte de este hombre, siempre va ser clonado de nuevo. Se llama Mickey Barnes y se enroló en esta expedición espacial –sin leer muy bien de qué se trataba- en la categoría de “prescindible”. Descartable, expendable. Como lo contó John Ford en They Were Expendable (1945), pero despojado de heroísmo y sacrificio: a Mickey lo rodea el absurdo, la nada derivada de su condición de ser considerado inferior a los otros colonos de la aventura espacial. Solo lo redime el amor.

Mickey 17 (2025)

En medio del cinismo y la sátira con las que Bong Joon Ho sazona a Mickey 17 hay un elemento romántico que se convierte en redención: la relación afectiva que Mickey (en sus diferentes encarnaciones) sostiene a lo largo del tiempo con Nasha (Naomi Ackie), una oficial de seguridad de la nave que transporta a los viajeros espaciales. Ese lazo está preservado del tono de farsa del resto de la narración. Ambos se tienen mutuamente, se cuidan, se desean, y es notable como ante los ojos de ella el trabajo de Mickey es tan valioso como el de todos los demás. Ese amor es el que lo salva: ser digno ante sus ojos lo redime. Ella, obviamente tiene miedo de lo que a él le pase, pero pese a su inalterable y terrible destino, siempre tiene la certeza de que él va a renacer de nuevo con sus recuerdos intactos, incluyendo el afecto que siente por ella.  Nasha, sin embargo, está enamorada de un “vampiro”, pues Mickey (al que encarna Robert Pattinson, sí, el mismo de Crepúsculo) no envejece al ritmo de los humanos. Él está atorado en un bucle del presente, en un momento que es a la vez fugaz y eterno de su existir. Este contraste subraya la paradoja de su vida: es inmortal en su capacidad de renacer, pero mortal en cada existencia efímera. Ahora estamos en su reencarnación 17. Es ese Mickey el que en primera persona nos cuenta su historia, con un tono entre resignado y abúlico.   

Mickey 17 (2025)

Pero la sátira de Mickey 17 no se detiene en la superficie de esa premisa existencial. Ahí apenas empieza: Bong Joon Ho la usa para diseccionar la lógica perversa de una sociedad que glorifica la eficiencia mientras desecha a sus engranajes humanos, como en la Metrópolis (1927) de Lang. La colonia espacial, con su jerarquía inalterable e implacable, es una alegoría grotesca del capitalismo: Mickey, el eterno “prescindible”, no es solo un cuerpo clonado, sino una metáfora de los trabajadores explotados, reciclados en un sistema que los usa y los descarta sin remordimiento. Su inmortalidad no es un privilegio, sino una condena burocrática, donde la clonación se convierte en una línea de producción más. Los colonos “superiores” -representados por un político y líder religioso y su esposa, que son meras caricaturas- con su indiferencia hacia los sacrificios de Mickey, encarnan esa arrogancia ciega que Bong ya ridiculizó en los ejecutivos de Okja (2017), en los pasajeros de primera clase de Rompenieves (Snowpiercer, 2013) —atrapados en su tren de privilegios mientras los demás luchan por sobrevivir— o en la familia Park de Parásitos (Gisaengchung, 2019).

Mickey 17 (2025)

En entrevista con Ada Enechi para BuzzFeed, Bong declaraba que “Cuando adapté el guion y lo envié a algunos de mis amigos, uno de ellos me preguntó: «Incluso en el futuro, cuando los humanos logren migrar a otro planeta, seguirán siendo igual de estúpidos, igual de patéticos e inmaduros, y cometerán los mismos errores». Este parece ser el verdadero tema de la historia y me alegró muchísimo escuchar esa reacción”. El director se ha negado a asociar al líder de la expedición –interpretado por Mark Ruffalo- a una figura política específica, pero en declaraciones para el podcast “Filmmaker Toolkit” de Indiewire, afirmaba que  “no estaba pensando en figuras históricas solemnes, sino en líderes más extravagantes, políticos payasos ridículos”. Por eso Mickey 17 es tan esperpéntica en su descripción de ese líder, pues no le merece al realizador respeto o consideración alguna. Es una amalgama de los peores vicios y taras de los políticos contemporáneos de Occidente y Oriente, llevados al extremo del ridículo.

Mickey 17 (2025)

Mickey 17 no es solo la crónica de un hombre atrapado en un ciclo de muerte y renacimiento, sino una burla descarnada a la maquinaria colonial que lo desecha y lo recicla, una sátira que desnuda con mordacidad la frialdad de un sistema que clasifica vidas en jerarquías utilitarias. Ese es un tema muy afín a la obra previa de Bong Joon Ho, simplemente que acá lo ha elevado a un nivel paródico desconcertante y que a muchos espectadores puede resultar extraño si no están acostumbrados a estos niveles de delirio, pero aun estándolo, el resultado final en realidad es más errático que provocador. Entendidas las reglas del juego de la sátira uno no espera sutileza, pero sí ingenio y ahí la película resulta menos atrevida y menos satisfactoria de lo que aparenta.  Sin embargo, en esa imperfección late la esencia del cine de Bong Jong Ho: un cineasta que no filma héroes, sino víctimas de sistemas que los trituran y los descartan, un realizador que prefiere el caos impredecible a la certeza de lo perfecto, para que así logremos mirarnos en el espejo roto de nuestra propia (in)humanidad. Mickey 17 puede que no sea su obra más lograda, pero sí una de las desmesuradas, un grito desordenado que, aun con sus tropiezos, nos confronta con la barbarie de un mundo que no sabemos cómo dejar de habitar, así estemos en el espacio exterior.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.  

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