Mientras agonizo: Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand
Entre seres diletantes y hedonistas transcurren Las invasiones bárbaras (Les invasions barbares, 2003), la continuación de una historia que Denys Arcand había planteado diecisiete años atrás con La decadencia del imperio americano (Le déclin de I’empire américain, 1986), llevada ahora a una conclusión perfectamente viable, que une a estas dos películas en un todo coherente y lúcido, tal como ha sido la obra de su creador, mezcla inteligente de constantes preocupaciones afectivas, políticas y espirituales. La decadencia… giraba en torno al sexo. La tesis que Dominique -una de las protagonistas- sostenía, era que en tiempos de declive de los imperios, como se suponía estábamos a fines de los años ochenta, la felicidad pasaba de ser un bien colectivo a uno individual, en el que cada cual buscaba su propia gratificación, por encima de los sentimientos ajenos. Fieles a ese principio -lo conocieran o no- o los personajes de esa película, vinculados todos al departamento de Historia de la Universidad de Montreal, viven en un estado de continua búsqueda del placer derivado del sexo.
Pero no es ésta una película erótica, como no lo fueron Return of the Secaucus 7 (1980) de John Sayles, o The Big Chill (1983) de Kasdan. Sus experiencias y aventuras sexuales -de muy diversa índole, por cierto- nos son relatadas por cada uno, en unas confesiones que quien las hace está deseoso de expresar, antes que de sentir algún tipo de pudor por lo que sus palabras implican. La sexualidad se convierte en el eje de sus divertidas conversaciones, que en el lado de las protagonistas ocurren alrededor de una práctica de ejercicios en un gimnasio, y que en el lado masculino se dan alrededor de la preparación de una cena campestre a la que más tarde todos serán convocados. El cinismo de Arcand no tiene piedad en estos pasajes, mezcla ingeniosa de burla e irrespeto a la institución conyugal, adobada con infidelidades varias, experimentos grupales y sutil picardía.
Louise, Diane, Dominique, Rémy, Pierre y Claude son los diletantes de esta historia. Rémy y Louise están casados, Diane es una vecina y ex amante de Rémy, Dominique ha sido amante de Rémy y Pierre, Pierre está ahora con una joven estudiante que conoció en un burdel, mientras Claude es un homosexual afectado en secreto por una hematuria macroscópica de origen no muy claro (recordemos que cuando la película se filmó el sida empezaba apenas a considerarse como una enfermedad de potencial peligro para la salud pública y no como una entidad que afectaba exclusivamente, como se pensaba erróneamente, a minorías de riesgo). Junto a ellos, hay un hombre joven -al parecer el compañero ocasional de Claude- y un hosco invitado adicional que es la pareja de Diane.
Sentados a la mesa la conversación continúa, quizá con menos intensidad y libertad que cuando hombres y mujeres hablaban por separado, y se introducen elementos de culpa mutua y una que otra revelación a destiempo, que romperán el hilo a tensión que ha sostenido la trama y darán al traste con la velada, pues lo que parecía gracioso en los demás ya no lo es tanto cuando se vive en carne propia, tal como a Louise le toca experimentar. En ese momento la seguridad que su éxito y su gozo sexual ha brindado a sus vidas parece tambalearse y caer, desnudando a un grupo de seres humanos bastante débiles, sin introspección sobre sus actos, sin reflexión alguna frente al modo en que han llevado su existir, escudados además en la fuerza que su intelectualidad siempre les ha brindado y que parece dispensarles de toda responsabilidad. Pero en momentos en que todas las certezas se van, sólo permanece lo fundamental, lo que le da sentido a la vida: los valores más profundos, la trascendencia, el espíritu. ¿y si hemos pasado la vida jugando a ser hedonistas y nada más? El vacío entonces es más hondo, más insondable.
Quizá Arcand pensó que el sufrimiento de Lousie no había sido suficiente para hacer reflexionar a sus personajes y que requerían una prueba mayor que los hiciera sacudirse con más vigor de sus certezas y ver ese vacío existencial que se negaban a admitir, pero la película ya se acababa, ya no había tiempo de más. Los años pasan, Arcand continúa filmando y pensando en hacer una historia sobre los últimos días de un hombre, pero no quiere hacer una historia depresiva y gris sino, por lo menos, simpática. “Nunca pensé que volvería a recurrir a estos personajes, no era un sueño que tuviera. Eso fue algo que hice hace diecisiete años, funcionó bien, pero nunca pensé en hacer una segunda parte. Fue sólo que los personajes me ayudaron a resolver el problema de tener que hablar de un tema tan serio con cierta levedad”.
Donde no hubo levedad fue en la caracterización de sus personajes. Arcand fue fiel a los rasgos que de cada uno de ellos había trazado en La decadencia… y por eso Las invasiones bárbaras es la conclusión natural de una historia que ya tenía prediseñados ciertos límites -que dependían de la naturaleza de los personajes- y que el director decidió respetar. Lo que hizo fue introducir nuevos protagonistas y balancear con ellos el relato. Los hijos de Rémy y Louise sólo fueron una referencia en La decadencia…, pero ya Sébastien y Sylvaine son un par de adultos que viven lejos de sus padres, ahora divorciados. El joven se encargará de hacer más llevaderos los últimos días de su padre, abatido por un cáncer. Él se encargará de mejorar su hospitalización, completar los exámenes diagnósticos, brindarle alivio a su dolor físico proveyéndole heroína gracias a la intervención de la hija de Diane, Nathalie (Marie-Josée Croze obtuvo el premio en Cannes por esta actuación)- e intentar llegar a hacer las paces con esa figura paterna que siempre ha sentido lejana e intolerante.
Pero, aunque lo parezca, esta no es una película sobre una relación padre-hijo distantes, como sí lo fue El gran pez (Big Fish, 2003). Sébastien siente que le debe a su padre estos actos de nobleza y como tal se comporta. Su capacidad económica le permite realizarlos sin mayor dificultad y hacer incluso que algunos simulen interés en la suerte de Rémy. Pero su mérito mayor fue haber reunido a Claude, Pierre, Dominique y Diane alrededor de sus padres para un balance final, para un cara a cara con la vida que se extingue.
Convocados otra vez, ya no por el sexo, sino por la muerte -invasor no derrotado-, los diletantes y hedonistas de antaño rememoran con humor y nostalgia lo que ha sido de su existencia, las mujeres y hombres que amaron, las ideologías que abrazaron y luego abandonaron, y las preguntas cuyas respuestas siguen siendo esquivas a pesar de tanta erudición y tanto sarcasmo vital, puesto de nuevo en evidencia por un Arcand que quiere divertirnos.
¿Y ahora? El sexo y el saber no los salvan de la muerte. ¿A qué o a quién recurrir, entonces, en estos últimos instantes? Arcand, el católico desilusionado que dirigió Jesús de Montreal (Jesús de Montréal, 1989), oye el mismo silencio de Dios que apesadumbraba a Ingmar Bergman y se hace eco evidente de Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972). En un texto que escribí sobre esa película recojo una frase de Robert Lauder de su libro God, Death, Art, and Lave: the Philosophical Vision of Ingmar Bergman y que me parece resume también las intenciones de Las invasiones bárbaras: “El viaje humano es hacia la muerte. Al disolverse la presencia de Dios, el ser humano tuvo que mirar hacia otra parte buscando sentido a su existencia y alguna esperanza a la que aferrarse al enfrentar la muerte. El arte le ofrece explicaciones indirectas, pero sin la presencia animada de Dios y la superestructura de significados que la religión alguna vez le brindó al artista, las ‘respuestas’ del arte nunca pueden ser adecuadas. La única esperanza que tenemos, de acuerdo a Bergman, es el amor humano. No hay esperanza celestial. La única salvación posible para nosotros es el contacto afectivo con otro o quizá con muchos otros seres humanos”.
Rémy lo sabe, por eso mientras agoniza dirige agradecido sus ojos a sus amigos, a sus mujeres, a su hijo, a todos los que le brindaron cariño y que supieron así brindarle -por fin- sentido a su vida.
Publicado en la revista Kinetoscopio no. 69 (Medellín, vol. 14, 2004), págs. 70-71
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2004
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