De lo subjetivo y fluctuante: Monster, de Hirokazu Kore-eda
En Monster (Kaibutsu, 2023), Saori y el profesor Hori desafían el tifón que viene para buscar a dos alumnos, Minato –el hijo de Saori- y Yori. Los buscan en un antiguo túnel de la vía férrea y en un vagón de tren abandonado, cubierto de barro y agua. Logran acceder a una ventana del vagón y entreabrirla para ver allá adentro un caos de oscuridad, cosas colgantes, una manta, basura y agua. Pero ese caos que ellos ven con ojos asustados ha sido, en realidad, un oasis para los dos chicos, que tienen ahí –desde su perspectiva- un universo literalmente hablando, donde han colgado figuras de planetas, estrellas, luces, dibujos. En ese refugio para nada oscuro, esperan la implosión del universo para renacer de nuevo y poder sentirse libres de sentir lo que sienten, sin mentiras, sin culpas ni remordimientos. Ellos no quieren seguir pareciendo monstruos a los ojos de los demás.
Esa diferencia entre la mirada adulta y la infantil frente a un mismo hecho evoca la situación que René Clément planteó en esa obra maestra de la postguerra que fue Juegos prohibidos (Jeux interdits, 1952), donde la pareja de niños que hacen un primoroso e inocente cementerio para sus animales y mascotas, decorado con cruces, velas y candelabros que han ido robando, enfrentan la desaprobación y el pasmo de los adultos que ven algo sacrílego y censurable en su secreto camposanto. Es simplemente la mirada la que hace la diferencia. Eso es lo que va a enseñarnos el director japonés Hirokazu Kore-eda en Monster, filme que ganó el premio al mejor guion en el Festival de Cannes, certamen donde fue su estreno.
Como la mirada y la percepción de las cosas es un asunto subjetivo, Kore-eda va a limitar nuestro rango de información narrativo respeto a los hechos que suceden en Monster, algo que él ya mismo había hecho antes en Un asunto de familia (Manbiki kazoku, 2018). Al principio vamos a saber tanto como sabe Saori (Sakura Andô), una joven viuda que sospecha que su hijo Minato (Soya Kurokawa) es víctima de acoso en el colegio. Ese punto de vista nos da una idea de lo que ocurre en el filme y a eso damos validez. Nos iremos con Saori a padecer la rigidez de una estructura administrativa pasivo agresiva que se esfuerza en ofrecer disculpas robotizadas sin tomar medida correctiva alguna. Ahora súbitamente Kore-eda vuelve a contarnos todo, pero desde la perspectiva del profesor Hori (Eita Nagayama), un joven docente que tiene una idea diferente de Minato y de su conducta, pero que parece que va a convertirse en el chivo expiatorio necesario para salvar la dignidad del colegio. Como espectadores ampliamos la información que tenemos y al hacerlo cambiamos de idea frente a lo que suponíamos que pasaba. Al tener dos ángulos de una misma historia nuestro juicio se amplia, pero no está completo: solo hemos presenciado la versión de los adultos.
Kore-eda junta las piezas de este rompecabezas narrativo con lirismo al mostrarnos el enfoque que a los mismos hechos le dan Minato y Yori (Hinata Hiiragi), los dos jóvenes cuyos sentimientos están en el centro de la trama de Monster. Al ver cómo se comportan y el lazo que se forma entre ellos, comprendemos que estamos muy lejos de captar plenamente la mecánica del universo infantil y que solo podemos observarlo desde afuera y desde lejos, prisioneros como estamos de “la razón” adulta, esa misma que poco sentido tiene para unos niños aprendiendo a sentir algo insólito para ellos, algo que los asusta y los conmueve, algo que los lleva a aislarse para no ser heridos. Nada de eso lo comparten con los adultos, que sencillamente no entienden –desde la distancia- el motivo de su “errática” conducta.
Monster es una película sobre lo que se sabe y lo que apenas se sospecha, entre lo verdadero y lo que se rumora, entre la verdad y la apariencia. Al verla, varias veces damos crédito a cosas que son solo habladurías, prejuicios, desinformaciones. Y a eso le damos credibilidad, sencillamente porque con eso nos basta –sin empatía alguna frente los motivos ajenos- para hacer un juicio de valor que bochornosamente tenemos que desechar un par de secuencias más adelante, cuando la película nos suministra nueva información. Kore-eda es tan inteligente que eso no ocurre una sola vez: son varias las ocasiones en las que cambiamos de “monstruo”, refiriéndonos al culpable de todo lo que está ocurriendo. La estructura narrativa fragmentada y con tres distintos puntos de vista de este largometraje se asemeja a un caleidoscopio que cada vez que lo movemos refleja una forma diferente. Si eso pasa viendo una película como esta, que al final termina mostrándonos todos los ángulos de un mismo suceso, ya se imaginaran los juicios a priori que hacemos cada día frente a la conducta de los otros. Quizá solo haya que verse al espejo para ver algún monstruo. No hay que ir más lejos.
©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.