Mover montañas: El ocaso de un amor, de Neil Jordan

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¡Ah, pobre la gente que nunca comprende
un milagro de éstos y que sólo entiende
que no nacen rosas más que en los rosales
y que no hay más trigo que el de los trigales!
-Juana de Ibarbourou

Hay la tendencia a contemplar y analizar las películas de Neil Jordan dividiéndolas entre las realizadas en Europa y aquellas elaboradas en Estados Unidos. Esta clasificación “geográfica” es artificial y tiene unos límites difíciles de discernir, toda vez que el capital de Hollywood -y por ende su sistema de producción- cruza el Atlántico y toca ya hace mucho al cine europeo. Pensemos mejor en las películas que el propio director ha adaptado o escrito para la pantalla y encontraremos allí sus mejores realizaciones, entre ellas, El milagro (The Miracle, 1991), El juego de las lágrimas (The Crying Game, 1992), The Butcher Boy (1997) y, permítanme añadirla, El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999).

Una novela autobiográfica de Graham Greene escrita en 1951 y ambientada en la segunda guerra mundial, le sirve a Jordan para construir una película menor, intimista -con sólo tres personajes- casi una película de “cámara”, una pequeña sonata que, sin embargo, resuena con enorme intensidad. El director ha decidido adornar su relato, que en últimas nos refiere un episodio simple, con un juego argumental donde la narración debe armarse como un rompecabezas y donde caben el suspenso y la sorpresa, recursos que él sabe aprovechar con habilidad característica, según nos lo ha mostrado su cine previo.

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

La historia de la película nos relata el encuentro entre dos personas, Maurice Bendrix (Ralph Fiennes) -un escritor, y Sarah Miles (Julianne Moore) la esposa de un empleado y activista del gobierno inglés, que tienen a partir de ese momento un apasionado romance, con el atronador fondo de las bombas que caen sobre Londres en plena guerra. Tras unos años de esta relación secreta, esta termina abruptamente. Dos años después, Maurice reencuentra a Sarah y a su esposo, e intentan reiniciar su vida juntos, con variados tropiezos vitales y algunas revelaciones que darán al traste con sus intenciones. Al final, Maurice decide relatar estos acontecimientos, como una manera de exorcizar sus apesadumbrados sentimientos.

Pero si esta es la historia, el argumento de El ocaso de un amor es otra cosa: la película empieza por sus momentos finales, cuando Maurice escribe su diario -una declaración sería más acertado llamarla- en el que va a relatarnos los momentos de su vida que compartió junto a Sarah. Sin embargo, al momento de presentarnos en flashback por primera vez a la mujer y a su esposo, la trama no nos lleva al momento más extremo de la historia (vg. cuando Mauricie y ella se conocieron) sino unos años después, cuando ya habían terminado su relación y de nuevo se encuentran. De esta manera, el argumento va y viene en el tiempo, retrocede un poco, avanza, vuelve más atrás todavía, reitera un evento desde otro punto de vista, luego otro: esto desconcierta al espectador, pero así mismo tan intrincada mecánica narrativa le permite ir descubriendo por si mismo las claves de la película, que poco a poco le irán siendo reveladas en progresivas dosis.

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

Jordan no se queda en la anécdota romántica: para él el hecho volcánico que llevó a que este par de seres se unieran es lo de menos. La pasión es aquí tan inexplicable y urgente como en la vida real. Reflexionar aquí no sirve, y menos llegar a cuestionar si el hecho de ser una relación adultera le quita fuerza y valor a lo que sienten. Hay ciertas cosas que no necesitan –ni piden- explicación. Pero en el punto donde Jordan insiste en ser reiterativo y persistente es en el de la renuncia amorosa, en el adiós que un día llega para ellos, dejándolos mudos, incapaces de decir nada más, aceptando –sí, esa es la terrible palabra- que su tiempo ya terminó, que es hora de separar en dos un rumbo que fue uno y donde, por un tiempo definido, un par de desconocidos pretendieron que no podría haber nada distinto a ellos mismos y el enorme gozo de estar juntos.

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

¿Por qué la renuncia? ¿Por qué termina una relación? A veces la decisión es mutua, reflexiva, conveniente como un negocio: quizás hay dolor a bordo, incomprensión, desencuentros, soledad no solicitada. Pero a veces –muchas- es uno quien decide por el otro y entonces para uno de los dos se trata de una decisión a acatar, sin posibilidad de hacer nada distinto a tratar que la soledad duela menos, que el frío de la primera noche no lo acabe de fulminar, que el tiempo vaya cerrando heridas. ¿Y los motivos? Son tan variados como las parejas que renuncian al próximo beso, a ver esos ojos que ayer te susurraban enamorados cosas que sólo tú entendías. Es lo que les pasó a Robert y a Francesca en Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995) y claro, a Alec y Laura, en el clásico que dijo la última palabra en cuanto a despedidas se trata, Breve encuentro (Brief Encounter, 1945) de David Lean.

Pero en ambos casos lo que los llevo a rendirse fue el hecho que su sentimiento -demandante, febril- había llegado en un momento inconveniente, cuando ya cada uno tenía una pareja con la que habían decidido permanecer. En El ocaso de un amor no ocurre esto. La renuncia que Sarah decide hacer no tiene nada que ver con la fidelidad a su esposo, un hombre pusilánime e incapaz de verla, sino con la fidelidad a una promesa espiritual mucho más fuerte que el amor humano. A veces pedimos un milagro, y obtenemos más de lo que habíamos pedido: ella pidió un milagro, le fue concedido. Es hora de dar algo a cambio.

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

Y la situación se antoja más compleja todavía, porque Sarah y Maurice representan polos opuestos del ideal romántico, muy unidos a una idea de género que no resiste mayor análisis. Para él “ser, es ser percibido”, esto es, en consonancia con la idea masculina del amor físico, del encanto de los cuerpos que se tocan por primera vez y que harán a partir de allí todo lo posible para propiciar un próximo encuentro. Para ella -como lo es para muchas mujeres- el amor va más allá, y es posible estar enamorado de un ideal, de un recuerdo, de alguien que vive allende las fronteras cercanas, y del que sólo oyes su voz por el teléfono o sus mensajes vía e-mail. Por eso la renuncia física a Mauricie era menos dura: ella lo sigue amando, su despedida fue el máximo acto de amor que pudo ofrecerle. Una fuerza movió montañas, ella tenía que estar a la altura del prodigio.

La reacción de Maurice pasa por los celos, la incredulidad, la indecisión y por último la resignación asombrada ante hechos tan difíciles de evidenciar como de poner en duda. Para él, el rival que le quitó a su amante tenía que ser un hombre y por eso los celos, la persecución detectivesca de sus pasos, la mirada desconfiada hacia esa Sarah reencontrada que quizás ya no es la misma que un día amó. Al momento de las últimas revelaciones, el director toca fibras metafísicas demasiado complejas para un episodio vital que fue básicamente una anécdota romántica y allí es posible que la película desentone, aspirando a pontificar y a impresionar en una materia tan inefable como etérea. Neil Jordan no es Robert Bresson, para su infortunio.

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

El ocaso de un amor (The End of the Affair, 1999)

No es la primera vez que el cine adapta esta novela de Graham Greene. En 1955 Edward Dmytryk realizó una versión donde un error de reparto enfrentó al pelirrojo Van Johnson con la belleza mundana de Deborah Kerr, impidiéndole establecer la química necesaria entre sus protagonistas, que es uno de los aciertos de la versión del irlandés Jordan. Ralph Fiennes se viene sintiendo cómodo en su papel de amante trágico, pero es Julianne Moore la que ilumina esta película. Su presencia transmite seguridad y, sobre todo, entrega a un rol sobre el que se apoyaba el filme. Si la expresión de sus sentimientos y de su compromiso vital no eran convincentes, El ocaso de un amor no pasaba de ser una opereta visualmente bella, pero su actuación le puso el peso y la gravedad que la película requería. No era esta la narración de un evento de trascendencia mundial, pero era la crónica del momento en que una llama se apaga y eso requería seriedad. Hay en esos instantes una ligera resistencia, pero el viento la supera y el fuego se extingue como con una queja. Quedan unas cenizas y algo de hollín, como testigos del resplandor que agonizaba unos segundos antes. Luego el viento las esparce también. Y nada queda, excepto el silencio, un silencio que a gritos llora por esa luz y ese calor que ahora extraña.

Publicado originalmente en la revista Kinetoscopio no. 54 (Medellín, vol. 11, 2000) págs. 58-59
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2000

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