El final correcto: Mujercitas, de Greta Gerwig

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En la parte final de Mujercitas (Little Women, 2019), la protagonista de este relato, Jo March habla con su madre y le dice “¿Sabes? Yo solo siento, yo solo siento que las mujeres… ellas tienen mente y tienen alma, además de corazones; y tienen ambición, y tienen talento, además de belleza, y estoy harta de que la gente diga que el amor es todo para lo que una mujer es apta. ¡Estoy harta de eso! Pero… estoy tan sola”. En esas palabras contradictorias yace la bella dicotomía de este personaje, una joven escritora en la segunda mitad del siglo XIX que quiere reivindicar su derecho a ganarse la vida por sí misma, pero que a la vez siente la necesidad de ser amada por alguien. En ese monólogo se rinde a la evidencia: ella es un espíritu libre, pero también es una mujer con unas necesidades afectivas que requieren ser resueltas. Esta Jo March que interpreta Saoirse Ronan, se hace así -gracias a esta nueva adaptación que Greta Gerwig hizo de la novela clásica de Louisa May Alcott- más humana, más tridimensional y más cercana.

Mujercitas (Little Women, 2019)

Ese reconocer su soledad y su necesidad de afecto no es una capitulación. Es una valiente aceptación de su naturaleza compleja, de su capacidad de aceptarse como intelectual en busca de una luchada autonomía, en la misma medida en que se acepta como mujer con ganas de establecer una conexión afectiva auténtica con alguien más, buscando una relación, no que la valide como persona, sino que la haga crecer emocionalmente. ¿No es esa acaso la necesidad de muchas mujeres de hoy? La película puede estar basada en una novela publicada en 1868, pero hay aspectos de esa lucha interna de Jo que suenan, gracias a Greta Gerwig, indudablemente contemporáneos. La inequidad social, laboral y sexual, los estereotipos asociados a lo puramente femenino y la falta de independencia de la mujer son lastres que aún persisten, son dolores crónicos que todavía no han sido vencidos y que la película aborda con franqueza.

Mujercitas (Little Women, 2019)

Mujercitas ha sido llevada muchas veces al cine – George Cukor, Mervyn LeRoy y Gillian Armstrong firmaron las adaptaciones más populares- pero en manos de Greta Gerwig la novela se convierte en un instrumento reivindicatorio, en un inteligente memorial de agravios frente a un estado de las cosas que reducía (y aún reduce) a la mujer a una servidumbre consensuada y a un destino predeterminado por su género. Lo que en otras versiones ha sido una oda la hermandad, aquí deviene un inteligente recordatorio de que hay luchas eternas, que hay insatisfacciones que pesan demasiado y que impiden vivir con plenitud.

Mujercitas (Little Women, 2019)

Si Greta Gerwig quería que esos temas resonaran en los espectadores contemporáneos, no podía ofrecer una narración clásica que no se sintiera acorde con sus propósitos. Por eso decidió fragmentar el relato introduciendo progresivos y arriesgados flashbacks que exigen una atención absoluta por parte del espectador, pues estos van aumentando en frecuencia, hasta alcanzar un paroxismo cuando Beth –la hermana menor de Jo- se enferma primero de fiebre escarlatina y posteriormente de una carditis reumática. En esos momentos la narración va y viene en el tiempo con tal velocidad que es admirable el control que existe sobre el relato, así como el admirable trabajo de montaje que acá se realizó. Formalmente la película es un triunfo.

Mujercitas (Little Women, 2019)

Pero hay un triunfo mayor y es el que logra Greta Gerwig con el final ambiguo de su película. Sí, está bien, todos los lectores de Mujercitas y todos los espectadores de las versiones previas saben cómo concluye el anhelo romántico de Jo March. Pero la directora y guionista Gerwig no quería un final correcto para un filme disruptivo como este. Por eso opta por dos finales (no los voy a detallar, no se preocupen). “Supongo que el matrimonio siempre ha sido una propuesta económica, incluso en la ficción”, le dice Jo a su editor, el hombre que va a imprimir “Mujercitas” y que exige un final correcto para esta novela autobiográfica que ella está escribiendo. Acto seguido, lo vemos representado. Al editor le encanta, incluso sugiere llamar a ese capítulo “Bajo el paraguas”. ¿Ocurrió o Jo solo se lo contó? Lo que sí tenemos claro es que hay otro final, uno que Jo siempre anheló, uno que implica ver su nombre en letras de molde en una carátula roja. Su propio nombre, no un seudónimo, no un anónimo. Pero, pensándolo bien, este no es el final correcto, es el principio correcto de muchas cosas por venir.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A. – Instagram: @tiempodecine

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