Francia… Ejército… Josefina: Napoleón, de Ridley Scott
“¿Es Ridley un artista? ¿Es un director de cine de arte y ensayo? ¿Es un chapucero comercial? ¿Es todo lo anterior?”
-Paul Sammon
Antes de desacreditar a Napoleón (Napoleon, 2023) por sus imprecisiones históricas hay que recordar que este no es un documental, sino una obra de ficción, dirigida por un director muy veterano y con ambiciones comerciales como es Ridley Scott. Esto último, por supuesto, no invalida su filme, por el contrario, nos pone en la perspectiva real desde la cual hay que juzgar este trabajo, pues aquí tampoco hay acreditada biografía alguna de Napoleón como fuente del guion, ni se usó el argumento sobre este personaje histórico que Stanley Kubrick no alcanzó a rodar. El guion fue escrito por David Scarpa, que ya había trabajado con Ridley Scott en Todo el dinero del mundo (All the Money in the World, 2017) y supongo que lo hizo tras una extensa búsqueda e investigación bibliográfica. El producto final es el que está a la vista, mientras Scott prepara para Apple TV una versión extendida.
Este es el largometraje número 28 de Ridley Scott y uno ya sabría que esperar del director que nos mostró a Moisés en Exodus: Dioses y reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014), al cruzado Balián de Ibelín en El reino de los cielos (Kingdom of Heaven, 2005) al emperador Cómodo en Gladiador (Gladiator, 2000) y a Cristobal Colón en 1492: La conquista del paraíso (1492: Conquest of Paradise, 1992): pura emoción a partir de una figura histórica. No entiendo entonces que les sorprende a muchos de su abordaje de la vida de Napoleón Bonaparte. Para ficciones puristas más cercanas al talante del personaje –y al de la misma Francia- están las versiones fílmicas de Abel Gance y de Sacha Guitry, incluso la de Sergey Bondarchuk. A esas son las que hay que recurrir si queremos una visión entre heroica y sublimada de su existir. Dejémosle a Ridley Scott las batallas militares que libró y su compleja relación pasional con Josefina de Beauharnais, dos aspectos que en la pantalla están casi equilibrados en importancia.
El sitio de Toulon, la campaña de Egipto, la de derrota del ejército aliado ruso-austriaco en Austerlitz, la invasión francesa a Rusia, la derrota en Waterloo… la espectacularidad épica con la que fueron recreados estos episodios históricos habla a gritos de la capacidad de Ridley Scott para cautivar al espectador. No se trata de creaciones visuales lejanas y asépticas. Está la violencia de una bala de cañón impactando sobre un caballo, están las bajas de la infantería mutiladas ante la explosión de un mortero, están los soldados de la caballería atacando y también cayendo. Hay sangre, estallidos, disparos, humo, gritos y mucha estrategia, tanto del ejército francés al mando de Napoleón, como del director Scott, capaz de involucrarnos en un conflicto bélico de desproporcionadas dimensiones e incierto resultado. Dado que la película es absolutamente episódica, estas batallas prácticamente se suceden una tras otra, sin mayor contexto, solo interrumpidas por los conflictos domésticos que Napoleón enfrentaba en casa.
Si Joaquin Phoenix interpreta con convicción al emperador francés en medio del campo de batalla, también es capaz de retratarlo frágil en el plano doméstico, seducido por Josefina de Beauharnais (Vanessa Kirby), una disoluta viuda que fue el amor de su vida, pese a los sobresaltos conyugales que padeció junto a ella y al hecho de no poder complacer su deseo de darle un heredero. Josefina es el símbolo de la humanidad de Napoleón, antes que de su flaqueza afectiva y eso se refuerza en la romántica comunicación epistolar que mantuvieron y que la narración trascribe con palabras. Sin embargo hay momentos en que Bonaparte se convierte ante nuestros ojos en una figura patética. La película prefiere centrarse en Josefina –un personaje a la vez manipulador y trágico-y no en las turbulentas crisis e intrigas políticas que afrontaba la República y de las que su marido fue protagonista y víctima. Es una decisión entendible desde lo comercial, pero minimiza el hecho de que Napoleón era no solo utilizado por ella, sino además por los políticos del momento.
Ridley Scott hizo un Napoleón a la escala de sus ambiciones artísticas y comerciales. Nadie podría acusarlo de traición a la figura de un personaje tan portentoso como este, porque la única fidelidad que este director se debe es a él mismo como autor. Y ahí no se ha traicionado. Él es su propio emperador de la filmografía que ha hecho.
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