No acepte imitaciones: El bazar de las sorpresas, de Ernst Lubitsch

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Tres meses después de terminar el rodaje de Ninotchka (1939), Lubitsch empezó a filmar El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940), un filme que concluiría en apenas veintiocho días, realizado de manera secuencial –en el orden en el que vemos la película- y con un costo inferior a quinientos mil dólares. “No es una gran cinta. Es sólo una historia pequeña y tranquila… no costó mucho considerando el reparto… Espero que tenga algún encanto” –comentaba, modesto el director días antes del estreno en Nueva York, el 25 de enero de 1940. Tras su sencillo empaque se escondía una de las joyas de Lubitsch, una comedia que representaba un cambio temático y dramático frente a lo que tenía acostumbrado a su público: era hora de una comedia sobre la gente del común, sobre la vida cotidiana, lejos del lujo decadente y del oropel tapizado de dólares que ambientaba la mayoría de su cine y que distanciaban a sus personajes de lo que el publico vivía y sentía. Sin admitirlo, en este filme Lubitsch homenajeaba al cine social de Frank Capra, tan en boga en esos momentos.

El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940)

El origen de la historia feliz de El bazar de las sorpresas –cuyo título original sugirió la segunda esposa del director- empieza en Illatszertar, un desconocido drama húngaro compuesto por Nikolaus Laszlo, se prolonga en la adaptación que de esta fuente hiciera Samson Raphaelson, el guionista habitual y mano derecha de Lubitsch desde The Smiling Lieutenant (1931), y termina con la química entre sus actores, James Stewart y Margaret Sullavan –en el tercero de los cuatro filmes que iban a protagonizar juntos- antagonistas durante prácticamente todo el metraje, debido a una confusión de identidades de la que derivará el drama central del filme. Stewart despliega, como es habitual, su magnifica y confiable presencia fílmica, mezcla sutil de seguridad varonil y del desparpajo propio de un hijo de vecino. Para Lubitsch, Stewart era “la antitesis del antiguo ídolo de matinée; el cautiva a su público con su carencia de un rostro apuesto o un estilo seductor”.

El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940)

El argumento nos cuenta de dos amigos que se contactan a través de un aviso clasificado, desarrollan una armoniosa e intensa relación epistolar sin conocerse en persona y sin presentir que trabajan bajo el mismo techo y que como compañeros de labores apenas si se toleran. Ella es Klara Novak (Sullavan), una vendedora, y él es Alfred Kralik (Stewart), el hombre de confianza de Matuschek y Compañía, un almacén dedicado a la venta de marroquinería y otros artículos importados, localizado en la lejana Budapest. Ambos son personas sencillas, empleados asalariados a las órdenes de un patrón con altibajos emocionales, el señor Matuschek (Frank Morgan). Lubitsch se sintió muy cercano a esa historia: “En Budapest conocía una tiendecita exactamente así… Las relaciones entre el jefe y los empleados son casi iguales en todas partes del mundo, me parece a mí. Todo el mundo tiene miedo de perder su trabajo y todo el mundo sabe cómo las pequeñas preocupaciones humanas pueden afectar a su trabajo Si el jefe tiene la digestión un poco pesada, es mejor tener cuidado y no buscarle las cosquillas; cuando las cosas le han ido bien, su buen humor se refleja en todos los empleados” (1).

El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940)

Los personajes del filme, nucleados alrededor del trabajo, se comportan como una familia bajo la tutela de la figura paternal de su jefe. Prácticamente nunca los vemos fuera de su sitio de trabajo, en una preocupación del director por mostrarnos uno de los pilares de la estructura social, que estaba muy acorde con la defensa de los valores democráticos que se propugnaba en los años cuarenta. El otro factor que los aglutina son sus sentimientos, su labilidad emocional que depende de un gesto, de una llamada, de una carta, de unas palabras. Por primera vez en una película de Lubitsch, el adulterio no se ve como un gesto inteligente y libérrimo, propio de seres inteligentes por encima de toda norma social, sino como un hecho que duele y conmueve. Así mismo, la decepción amorosa es mostrada como capaz de alterar la vida de alguien, de enfermarlo y debilitarlo. Son seres a merced de sus sentimientos y alrededor de sus efectos girarán, sin poder –y sin querer- hacer nada para evitarlos. El director no se burla de su fragilidad para obtener de ella un apunte gracioso. Se conmueve de ellos y los acompaña, afectuoso y sensible, en busca de la felicidad anhelada. A su alrededor pone un grupo de personajes secundarios –encabezados por los actores inmigrantes europeos Felix Bressart y Josef Schildkraut- moldeados con simpatía y gran fuerza. Ninguno es una caricatura, son seres reales que confiaron su bienestar a otras manos y que ahora sufren. Afortunadamente el destino les deparará buenas noticias.

El bazar de las sorpresas (The Shop Around the Corner, 1940)

Aunque realizada en los californianos estudios de la MGM, parte del encanto del filme surge de la mirada nostálgica sobre un estilo de vida y sobre una Europa utópica y prospera que la inminencia de la Segunda Guerra Mundial amenazaba con destruir. Ambientada alrededor de las celebraciones decembrinas, cuando los sentimientos están a flor de piel, la película puede verse como una fábula navideña inspirada en algún texto de Dickens, donde los personajes obtienen una anhelada felicidad luego de sufrir variadas penurias. Sin embargo, más que una moraleja, lo que obtenemos es la sonrisa que surge de la comedia romántica, entendida como un género que apela al ingenio festivo para exponernos un material dramático que apunta a los sentimientos.

El bazar de las sorpresas no se destaca por sus innovaciones formales o por una novedosa técnica cinematográfica. Lubitsch lo que logra con su filme es conseguir el compromiso y el interés del espectador desde el momento en el que le revela la sorpresa principal de la trama: para su asombro, Kralik se entera que Klara es su adorada y sensible corresponsal, mientras en la cotidianeidad de su vida laboral se enfrentan en una disputa permanentemente. La situación crea un lazo emocional con el público y genera un suspenso romántico que va a durar casi hasta la inteligente conclusión del filme. ¿Cómo va a terminar esto? ¿Cómo se va a enterar Klara? ¿Qué ocurrirá cuando lo sepa? Al hacernos cómplices de un secreto, el director nos tiene en sus manos, ansiosos por saber como se resolverá todo y eso hace inolvidable esta película llena de humanidad y encanto. “Y para la comedia humana, pienso que nunca fui tan bueno como en El bazar de las sorpresas. Nunca hice una película en la cual la atmósfera y los personajes fueran más sinceros que en esta cinta” -expresaba el director.

Lubitsch entre Sullavan y Stewart durante una pausa del rodaje…

La cinta fue un éxito de taquilla, obteniendo un millón trescientos mil dólares en su temporada de estreno. En 1949, sólo dos años después de la muerte de Lubitsch, se realizó un primer remake del filme, In the Good Old Summertime, un musical dirigido por Robert Z. Leonard y estelarizado por Judy Garland y Van Johnson. Luego llegaría a Broadway como She loves Me. Un segundo filme basado en El bazar de las sorpresas fue Tienes un e-mail (You´ve Got Mail, 1998) de Nora Ephron, actualizando con poca fortuna la historia hasta los tiempos del correo electrónico. Ninguna de esas versiones logró capturar la esencia del filme original, único poseedor de ese “toque” mágico, de ese secreto cautivador que Ernst Lubitsch se llevo consigo. Sencillamente no acepte imitaciones.

Referencias:
1. Scott Eyman, Ernst Lubitsch: Risas en el paraíso, Madrid, Plot Ediciones, 1999, p. 266

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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