Biopics: Vidas de leyenda
“La mayoría de las películas hechas en Hollywood no se supone que sean tomadas como verdaderas”
– George Frederick Custen
Pensemos en la biografía escrita de un ser humano muy influyente, un líder social, un guía espiritual, un jefe de estado: alguien como Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Winston Churchill. Imaginemos un detallado y documentado volumen de 800 y más páginas llenas de datos, fechas, anécdotas, encuentros, retos personales, luchas, tragedias, pesares, encierros, éxitos, muerte. Ahora pensemos en adaptar todos esos hechos –que constituyen décadas enteras- a un guion cinematográfico que logre capturar el espíritu de esa vida y que encaje en la duración promedio de un largometraje. ¿Difícil, verdad? Ese es el principal reto de la biopic, la película biográfica.
Podría definirse el o la biopic (abreviatura de biographical motion picture) como un subgénero del cine dramático que relata hechos históricos desde la perspectiva de la vida de un ser notable. Las fronteras de esa definición sin difusas e híbridas: la biografía de Fanny Brice dio origen a una comedia musical (Funny Girl, 1968), la biopic de Billy The Kid a un western (The Left Handed Gun, 1958). Como sea, al tratarse de eventos y situaciones extraídas de la “vida real” de un hombre o una mujer muy reconocidos, el biopic es un tipo de cine extremadamente popular, pues no solo satisface la curiosidad del cinéfilo por las vidas ajenas, sino que le cuenta de existencias reconocidas, usualmente ejemplarizantes, utilizando marcos narrativos bastante rígidos y convencionales. En pocas palabras, la receta perfecta para lograr ganar un premio de la Academia de Hollywood. Por eso los intérpretes que los protagonizan suelen hacer con ellos literalmente el papel de sus vidas, pues de entrada cuentan con la identificación o la simpatía del público hacia el personaje que representan y el beneplácito de aquellos que otorgan los premios Oscar: le pasó a Sean Penn con Harvey Milk, a Jamie Foxx con Ray Charles, a Anne Bancroft con Anne Sullivan, a Paul Scofield con Tomas Moro, a Meryl Streep con la vida de Margaret Thatcher… La lista puede ser interminable.
Analizando las biopics de Hollywood se ve una curiosa tendencia: antes de la Segunda Guerra Mundial estas historias estaban basadas en la vida de personalidades de la política, la realeza, la medicina y el gobierno, mientras después de la guerra se centran en personajes del entretenimiento. Tal como afirma Steve Neale en su libro Genre and Hollywood (Routledge, 2000): “basado en esto podría argumentarse que las biopics pre-guerra tienden a considerar a su público como ciudadanos, mientras los de la postguerra consideran a los espectadores como consumidores de cultura popular”. Entre 1927 y 1960 Hollywood estrenó más de 300 biopics, la mayoría dedicados a hombres. Cuando el personaje era una mujer antes que resaltar logros personales individuales se analizaba su subyugación o sufrimiento.
La biopic enfrenta retos adicionales al de la concreción. Uno de ellos, como acabamos de leer es el evitar las trampas de la tendenciosidad y otro es lograr la verosimilitud. No me refiero a que el actor guarde o no semejanza física con el biografiado (Anthony Hopkins no se parecía a Nixon en su aspecto pero sí en sus manierismos y espíritu, mientras Val Kilmer literalmente se transformó y cantó como Jim Morrison), sino a que tanta objetividad y precisión histórica se le debe exigir a un filme de esta categoría en cuanto obra de ficción. No se trata de un documental biográfico, se trata de la recreación de eventos pasados mediante las licencias (poéticas o no) que da un guion basado o inspirado en hechos reales. ¿Debe la biopic ser espejo fiel de la vida del personaje? ¿Qué tanto debe alejarse de esa vida? ¿Qué posición debe asumir el director frente al biografiado? ¿Está el público en capacidad de diferenciar los eventos reales de los ficticios en la vida de un personaje que admira?
En Malcolm X (1992), uno de los personajes afirma “los actos de un gran hombre son mayores que sus debilidades”. ¿Debe la biopic presentar solo los grandes actos de un hombre y obviar sus debilidades? Recordemos que muchos espectadores no tienen un punto de referencia distinto al filme que ven y asumen los hechos que se les presentan como completamente reales, sin advertir que el realizador y su guionista pueden (y por lo general lo hacen) introducir sesgos, obviar eventos vitales, realzar otros, hacer saltos temporales grandes e inventar personajes y situaciones en pro de un mayor efecto dramático y una optimización del valioso tiempo del metraje. Para el público la vida que se le está mostrando es muy seguramente la vida que ese personaje tuvo: la biopic le está diciendo la verdad. Es difícil disuadirlo de eso. Por eso también es fácil engañarlo, si esa fuera la pretensión del realizador del filme.
De ahí que no se deba perder de vista que la biopic no es un riguroso texto académico, ni pretende serlo. Sus valores educativos son colaterales a sus pretensiones artísticas y los hechos ahí dramatizados deberían ser cotejados con biografías objetivas de los personajes en cuestión. Por supuesto que se puede aprender con ellos y utilizarlos como herramienta didáctica, pero sin olvidar que estamos frente a una recreación ficticia de situaciones pasada por el filtro del lenguaje cinematográfico. Obviamente hay filmes que se esfuerzan por ofrecer una visión objetiva y neutral del personaje, aferrándose con fidelidad a los eventos públicos de la vida de su biografiado, pero que una cinta no se ciña exactamente a esos parámetros no le quita méritos: es la visión de un director sobre una existencia ajena.
Por eso algunos optan mejor por un semibiopic: los personajes tienen nombres ficticios pero están inspirados en seres reales. Solo tras ver un documental como Cobain: Montage of Heck (2015) de Brett Morgen puede darse uno cuenta de qué tanto hay de Curt Cobain en el personaje de Blake que Gus Van Sant nos mostró en Last Days (2005). La semejanza es asombrosa, así el nombre sea otro. Esta variante de la biopic libera al director de ataduras y posibles demandas o exigencias de parte de los familiares del personaje. El espectador inteligente sabrá reconocer al personaje tras un pelaje diferente. ¿O alguno duda que el director de cine llamado John Wilson que Clint Eastwood nos presentó en Cazador blanco, corazón negro (1990) es alguien distinto a John Huston?
Dado que muchas veces se puede pecar de superficial al resumir en demasía una vida, muchos guionistas prefieren hacer un biopic “parcial” para resaltar un hecho puntual de la vida de un personaje: la práctica de derecho de Lincoln aún joven, como lo hizo Lamar Trotti en el guion de Young Mr. Lincoln (1939) de John Ford, la aventura trasatlántica de Charles Lindbergh como Wilder nos la presentó en The Spirit of St. Louis (1957) o lo que logró Paul Webb con Selma (2014) escribiendo un guion acerca de la marcha que lideró Martin Luther King entre Selma y Montgomery en 1965. Este tipo de abordaje permite ahondar mucho más un aspecto concreto de la vida del personaje, brindando un retrato quizá incompleto, pero rico de detalles referentes al evento que se nos quiere ilustrar. Es más, en ocasiones es más conocido el hecho que el personaje mismo: ¿Ustedes recuerdan el nombre del alambrista que cruzó temerariamente a través de las torres del World Trade Center neoyorquino en 1974? El director Robert Zemeckis se encarga de contarnos en la película En la cuerda floja (The Walk, 2015) que se llama Philippe Petit. He ahí un ejemplo reciente de una biopic basado en un evento y no en una vida completa.
Otra variante de esta mismo tipo de biopic es aquella en que los hechos son reales y se reproducen de manera muy precisa, pero los personajes que los protagonizan son ficticios. Es la llamada ficción basada en hechos o biopic ficticio. Los protagonistas no existieron, no fueron figuras históricas, pero sirven para ilustrarnos de sucesos reales. En este caso el evento real es el verdadero protagonista, simplemente es mirado desde la perspectiva de un personaje que sirve de eje narrativo pero que no existió. Damien O’Donovan, el medico al que Cillian Murphy dio vida en El viento que acaricia el prado (The Wind That Shakes the Barley, 2006) no es un personaje real, es una creación del guionista Paul Laverty, lo real es la lucha por la independencia de Irlanda en las primeras décadas del siglo XX que ese filme de Ken Loach nos muestra. Algo similar ocurrió en Titanic (1997): los personajes que interpretan Leonardo DiCaprio y Kate Winslet no están basados en personas que hayan existido. ¿Son las historias basadas en hechos de la Biblia una biopic? Una historia como la de Moisés en Los diez mandamientos (1956) clasifica como biopic? ¿Es la vida de Benjamin Button tal como la contó David Fincher una biopic? ¿Es una biopic cuando un personaje es interpretado por seis actores diferentes como en I’m Not There (2007)? Ya lo decíamos al empezar este texto: las fronteras de este género son difusas, híbridas y resbalosas. Por eso acá hay más preguntas que respuestas. Lo mejor es que ustedes mismos se formen su opinión sobre las biopics.
Publicado en la revista Kinetoscopio No. 112 (Medellín, octubre/diciembre 2015), págs. 11-13
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2015