¿Nos veremos en Marienbad?
Empezamos marzo con la noticia de la muerte de Alain Resnais, uno de los directores de cine más importantes de Francia y que a lo largo de 66 años de carrera –que se extendió desde su cortometraje Van Gogh (1948) hasta su película final Amar, beber, cantar (2014)- hizo un cine personalísimo, intelectualmente retador y vanguardista en lo formal.
De su extensa y muy variada filmografía hay un largometraje que vale la pena recordar en estos momentos en los que evocamos su vida y su legado. Se trata de su segundo filme, El año pasado en Marienbad (L’Annee Derniere A Marienbad, 1961), la más críptica de sus realizaciones y por eso mismo la más fascinante e hipnótica. Resnais convocó al escritor Alain Robbe-Grillet, gestor e impulsor de la nouveau roman, para que escribiera el guión de una película que va a acabar de enterrar el clasicismo cinematográfico y a darle la bienvenida al cine moderno. Es la época de La dolce vita (1960), de Sin aliento (1960), de La noche (1961), de Como en un espejo (1961), filmes que reflejaban un crónico malestar existencial y que marcaban un rompimiento temático y narrativo con el cine previo.
Pero ninguna película fue tan exigente para el espectador y tan abierta a interpretaciones como El año pasado en Marienbad. Resnais había jugado con la memoria en su película debut, Hiroshima mon amour (1959) y acá da continuidad a la misma idea, pero llevándola por caminos más laberínticos, los de un hotel barroco que parece un refugio de espectros, de figuras de cera, de maniquíes que se han tornado vivos. Entre ellos un hombre innominado recuerda a una bella mujer que conoció allí mismo hace un año, pero ella, pese a los esfuerzos de él, no logra recordar nada. La película se encarga de entrelazar ese pretérito imperfecto con ese presente amnésico y el resultado es un filme repetitivo donde no sabemos si lo que se nos relata y se nos muestra es verdad o una invención del narrador.
Sugerentes y misteriosas, las imágenes de El año pasado en Marienbad se resisten a dejarse atrapar. Solo nos queda rendirnos a su embrujo y despedir a Resnais con la frase con la que termina esta película: “A lo largo de rectos senderos entre las inmutables estatuas, estabas, ya entonces, perdiéndote para siempre en la noche tranquila. A solas conmigo”.
Publicado en la columna Séptimo arte del periódico El Tiempo (Bogotá, 13/03/14). Pág. 18
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