Noticias de otro mundo: Perdidos en Tokio, de Sofia Coppola

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Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes…
– Luis Cernuda

Por las venas de Sofia Coppola corre sangre de delfín.
– José Urbano

La sensación es la misma que queda tras ver Tokyo-Ga (1985), el documental de Wim Wenders: Japón no nos pertenece, Oriente es otro mundo, otro cuento. Esa realidad tan particular de allá es inaferrable para nosotros. Ellos son seres tan exóticos como sólo nosotros -imagino- lo seremos para ellos. A partir de lo que nos han mostrado, podemos concluir que Tokio es el reino de lo artificial, del reciclaje de lo occidental, de la transculturización más bochornosa. Allá nada parece autentico, todo lo hemos visto ya antes: pero lo peor es que visto delante de esta nueva luz nada es como lo recordamos, sino una versión trunca, un remedo. En uno de los países más poderosos del planeta parecen imperar el mal gusto y la banalidad, lo dudoso y lo ambiguo, lo vacuo y superficial. Wenders, desilusionado, contrastaba esta ciudad espectral con la Tokio que describía el cine de Yasujiro Ozu y se preguntaba que habían sido de la tradición, del honor y el respeto. Engolosinada con su poderío económico y por su afán de imitar a Occidente, Tokio parece un espejo capaz de reflejar todo, pero impotente para crear una imagen propia.

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Con el mismo material urbanístico y humano que Wenders encontró en su peregrinación a Japón, Sofia Coppola construye su segundo largometraje, Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003), pero en este caso la ciudad y sus circunstancias humanas ya no son las protagonistas, sino el telón de fondo para un encuentro casual entre dos soledades. En medio de una sociedad hipertecnificada, pero por lo mismo deshumanizada, dos seres humanos van a encontrarse –así mismos y uno al otro- sabiendo que la adversidad de estar allí es lo único que los une.

La directora quiso poner a sus protagonistas a habitar un sitio extremo, donde no les quedara otro remedio que acercarse. Buscando aislarlos pudo haber elegido una isla desierta o un astro de una galaxia lejana, pero lo paradójico es que logró el mismo efecto poniéndolos en medio de un hotel cinco estrellas y rodeados de gente en una de las capitales más modernas del mundo. La sensación es la misma: están tan solos como en una isla o como en el espacio exterior. No entienden nada a su alrededor, no saben que les dicen, la realidad que les circunda les embriaga y les repele, incapaces de comprenderla y de aceptarla. Están perdidos irremediablemente. Han extraviado el sentido de la realidad que los rodea, perdido en la traducción que les hacen de las cosas. Totalmente perdidos. Lost. Lost in translation.

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

De esa falta de brújula surge el encuentro, consecuencia lógica del estado de desolación en que se encuentran. Él es Bob, un actor venido a menos, cansado de su trajín de estrella y de su vida marital, que visita Tokio para grabar una bien pagada campaña publicitaria. Necesita el dinero y eso amerita el sacrificio de dejar brevemente su entorno habitual, para un trabajo tedioso pero fácil. Ella se llama Charlotte, es muy joven y está allí acompañando a su marido fotógrafo, que la deja sola en el hotel mientras se sumerge en su trabajo. El actor y la chica no duermen. Vigilan alertas el sueño de una ciudad ajena que no les permite tranquilidad alguna como para reposar en calma y los obliga a pensar sobre la vida que llevan. Bob está hastiado, Charlotte está defraudada. Era cuestión de tiempo que se encontraran. No era difícil reconocerse entre la uniformidad de ojos orientales que los rodea por los cuatro costados del hotel. Ya antes habían explorado solos la ciudad, ahora era posible hacerlo juntos y compartir la sorpresa y el pasmo de sentirse en otro mundo.

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Un extraño lazo los une y es la necesidad. Este encuentro hubiera sido imposible en su ámbito normal, pero Sofia Coppola los despoja de certezas y los transplanta a ambos a un jardín desconocido, donde solo juntos pueden intentar sobrevivir allí, aislándose cada vez más del ruido de fondo que los ahoga. Su extrañeza ante lo que viven es la misma y por eso deciden compartirla buscando comprender lo que pasa y a lo mejor comprenderse el uno al otro. Fueron puestos por el destino en ese lugar, puro presente, nada de promesas, sin pasado ni futuro. Están ahí, en un encuentro breve pero mucho más perdurable e intenso que muchos de los que duran décadas. La tensión sexual que hay entre ellos crece como un globo pero Sofia Coppola –pudorosa- se resiste a reventarlo. Mejor la mirada sutil y la palabra entredicha, que la expresión abierta de amor. No tienen posibilidades juntos, ellos lo saben, nosotros también lo sabemos. Pero se necesitan y eso justifica todo.

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

La joven directora y guionista no necesitó un argumento muy elaborado para expresarse. Le bastó un par de personajes perfectamente creíbles para construir una película que es, ante todo, descripción psicológica de sentimientos y disección física de soledades. Sus protagonistas viven el sopor de saberse en tierra extraña y reaccionan encerrándose en sí mismos. Sólo existen ellos dos, extraños en un paraíso que deciden no habitar. La directora los mira y los deja deambular, a nada los obliga, a nada los induce. No hay puntos narrativos de quiebre, ni sorpresas inesperadas. Del discurrir de su relación se nutre la película, alejándose de cualquier disquisición sobre el choque cultural que padecen. Tokio se desdibuja y se evapora a medida que Bob y Charlotte se fortalecen como aliados contra su contundencia de neón y su altisonancia medial. Como en Breve encuentro (Brief Encounter, 1945), Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995) y en Deseando amar (Fa yeung nin wa, 2000), es la imposibilidad de su unión lo que la hace aún más fuerte y más contundente: están condenados a quererse ahora, sin antes ni después, en un sentimiento que los libera y los engrandece. Después todo se va a evaporar ante sus propios ojos.

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003)

La película es un triunfo por sus actores, Bill Murray y Scarlett Johansson, una pareja inusual, que comprendió perfectamente lo que Sofia Coppola pretendía: crear para los personajes un estado de embriaguez casi permanente, catapultado por la soledad, el insomnio y la decepción frente a su existir. Es particularmente logrado el trabajo de Bill Murray, superando incluso el que hizo para Wes Anderson en Rushmore (1998). Al interpretar a un actor de Hollywood, perfectamente habría podido auto parodiarse, pero prefirió llenar su personaje –escrito específicamente para él- de cansada humanidad y de honesta melancolía. Scarlett Johansson tiene en contra su poca experiencia, de ahí que sorprenda su sensible actuación, mezcla de lenguaje corporal apropiado, miradas lánguidas y sugerente voz.

Perdidos en Tokio se constituye, como sin quererlo, en un excelente filme. Su emotividad y su ternura son autenticas, surgen de la experiencia humana, de lo que somos capaces de sentir y experimentar. Es acerca de momentos precisos que no duran, pero que siempre estarán en el recuerdo y que tendrán un perdurable efecto sobre nosotros. Como esta película.

Publicado en la revista Kinetoscopio no. 68 (Medellín, vol. 14, 2004) págs. 88-89
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2004

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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