Ocurrió donde nunca pasa nada: Fargo, de Joel Coen

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“Minnesota es Siberia con restaurantes familiares”
– Joel y Ethan Coen

Hay en Estados Unidos una América profunda, adosada a sus raíces rurales, que vive de una manera distinta, sin el tráfago y el glamour de las grandes metrópolis. Esa América está compuesta de pequeños pueblos, donde vive gente sencilla, que tiene problemas igualmente sencillos y que trata de sobrellevarlos también de manera simple.

Esa geografía humana pocas veces sale en cine, pues en esos sitios rara vez pasa algo singular que altere la tranquilidad de sus moradores y que amerite registrarlo en una película. Pues bien, los hermanos Coen decidieron poner los reflectores sobre esa nación rural y hacer una película de suspenso, un film noir poco convencional que sirviera como disculpa para, en realidad, solazarse en mostrar, cual sociólogos y antropólogos poco ortodoxos, como se vive en las entrañas de su patria. El resultado, pieza fundamental de su filmografía, es Fargo (1996).

Fargo (1996)

Fargo (1996)

Este, el sexto de los largometrajes de los hermanos Coen -Ethan y Joel- tuvo un costo de seis millones de dólares, una cifra modesta considerando que venían de hacer The Hudsucker Proxy (1994), con sus enormes platós, con sus decorados de época, con su cuidado estilo de screwball comedy. Quizá sea eso lo que hace tan especial a Fargo: los Coen dejan de lado temporalmente sus ambiciones estilísticas y de recreación de géneros fílmicos -sólo hay que ver De paseo a la muerte (Miller´s Crossing, 1990) para entender de que hablo- y obtienen frutos de la desnudez, de la pureza, del reflejo translúcido de un grupo humano en el que se reconocen, como ya veremos.

Según el censo de 2000, 90.599 personas vivían en ese momento en Fargo, al oriente de Dakota del Norte. Allí empieza el filme, pero la acción se va a mover entre dos municipios del vecino estado de Minnesota: Brainerd (13.178 habitantes) y Minneapolis (382.618 habitantes). Dakota del Norte y Minnesota están en el norte del país, limitando con la frontera canadiense. Los hermanos Coen nacieron en St. Louis Park (44.126 habitantes, según el mismo censo), suburbio localizado a seis millas de Minneapolis, en el mismo condado de Hennepin y por lo tanto conocen la idiosincrasia del lugar, pues es la suya. Este factor era crucial, pues el conocimiento de causa del color local le da verosimilitud y credibilidad a conductas humanas tan particulares, que era fácil suponer una caricatura imprecisa y no una descripción veraz. Otra cosa es que esas conductas parezcan caricaturas, y por eso el interés de los Coen de situar su película allí, en un sitio donde el clima también es protagonista.

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Fargo (1996)

Comentaba Joel Coen que “Primero que todo estabamos tratando de reflejar el sombrío aspecto de vivir en esa área durante el tiempo de invierno, lo que la luz y esta clase de paisaje produce psicológicamente a una persona. Era para nosotros muy importante filmar en días no soleados. Hablamos desde antes con Roger (Deakins, el director de cinematografía) acerca de filmar paisajes donde no pudiera verse la línea del horizonte, que el suelo cubierto de nieve fuera del mismo color del cielo, en esa clase de días ligeramente grises que uno consigue en Minnesota. Programamos el rodaje para que fuéramos capaces de evitar los cielos azules todo cuanto nos fuera posible”.

Se nos advierte al principio que vamos a ver eventos que ocurrieron en la vida real en 1987, pero se sabe que esto no es cierto y que es uno de los trucos de los Coen. Una investigación del New York Post concluyó que en Minnesota nunca ha ocurrido un crimen del tamaño del descrito. Es más, en la introducción al guion de Fargo, Ethan Coen afirma que la película ” aspira a ser a la vez hogareña y exótica, y pretende ser cierta”. Pareciera más bien que la advertencia tuviera que ver con la fauna humana descrita, antes que con los hechos de sangre que fácilmente se pueden ver en cualquier otra parte del planeta y eso lo han aclarado los realizadores cada vez que han podido.

William H. Macy en Fargo (1996).

William H. Macy en Fargo (1996).

Hecha la advertencia se nos introduce a un personaje pusilánime, Jerry Lundegaard, personificado con la precisión habitual por William H. Macy, que va a contratar dos criminales (interpretados por Steve Buscemi y el actor sueco Peter Stomare) para que secuestren a su esposa y quedarse él con parte del rescate solicitado a su millonario y tiránico suegro. Un trabajo limpio, en apariencia sencillo, pero que va a complicarse y a incluir un reguero de muertos que no estaban presupuestados. La trama criminal parecía avanzar según los cánones del género, pero eso no iban a permitirlo los hermanos Coen. Con humor negro empiezan a torcer el argumento, para desplazar de su centro los crímenes cometidos y disfrutar desbaratando todas las convenciones que teníamos en la cabeza a fuerza de ver películas con un tema similar.

A investigar los crímenes es llamada la policía de Brainerd, en cabeza de su jefe, Marge Gunderson (Frances McDormand) que, con un embarazo de siete meses a cuestas, trata de desenredar el enigma criminal. Los Coen se detienen en este personaje, sencillo y transparente, y a su alrededor hacen girar todo lo demás. Marge no es una ingenua policía pueblerina, es una mujer que vive en un sitio donde las cosas se mueven a otra velocidad, donde todos los vecinos se conocen, se saludan con cariño y se aprecian. A Marge la vemos en su cotidianeidad, muchas veces en la intimidad de su hogar, compartiendo el lecho con su esposo Norm (John Carroll Lynch), un hombre que vive como ella, sin stress ni ansias de figuración. Ambos llevan una vida descomplicada, en el que comer es la actividad que más disfrutan. Siempre están buscando que degustar y los directores les dan tiempo y espacio -algo inusual en una película de este género- para este acto tan cotidiano, que los define como pareja.

Frances McDormand en Fargo (1996)

Frances McDormand en Fargo (1996)

Meticulosos, los Coen se explayan en los habitantes de Brainerd: las dos prostitutas, el policía compañero de Marge, el dueño del bar que cree haber visto uno de los sospechosos. Sus retratos son mucho más originales y honestos que los de David Lynch, y si bien los tres comparten la ironía, los Coen tienen menos maldad y más humor en su mirada. Los personajes que habitan Brainerd se sienten vivos, parecen sacados de un documental, mientras los de David Lynch salen de una noche de insomnio de su creador.

El pasmo y la risa que producen todos estos seres en el espectador, se debe a su pureza no contaminada de taras citadinas. El desarrollo como lo conocemos no los ha convertido en esclavos de las modas y la tecnología; son como son, como fueron sus padres y sus abuelos. Y esa mirada es la que los Coen conservan a lo largo del filme. Están siempre en el precipicio de la caricatura, al borde de burlarse de ellos, pero se contienen a tiempo, temerosos de arruinar el sortilegio descriptivo. Menos respeto les merecen los de Minneapolis y el par de criminales, esos si sacados de algún resto de celuloide desechado por Tarantino (no parece casual que Steve Buscemi hiciera parte del reparto de Reservoir Dogs).

Steve Buscemi en Fargo (1996)

Steve Buscemi en Fargo (1996)

Como estudio de caracteres, la película es un logro total y eso se vio recompensado con el premio al mejor director en Cannes, el Oscar al mejor guion original, y al de mejor actriz para Frances McDormand. Su humor negro jamás se ve forzado y muchas veces la risa la produce un personaje completamente serio, que no está diciendo nada gracioso de por si. Es el “toque” Coen el que pone el énfasis sobre una voz, un acento rural, un modismo local, una expresión particular.

El retrato social que estos cineastas consiguen se facilita por su gusto por la descripción detallada de sus inusuales personajes. Su cine está poblado de personas extrañas, solitarias y al margen de los cánones sociales, lo cual no se altera en Fargo. Pero aquí -además- sumaron una introspección que los vuelve tridimensionales. Seres con sentimiento, con motivaciones y propósitos; personas con unas vidas imperfectas, porque así somos todos; seres del común, capaces de lo mejor y de lo peor, dadas las circunstancias precisas. En ellos -tan falibles- logramos vernos, somos Fargo, en su rutina y conformismo vivimos. La nieve los aísla, como a nosotros la incertidumbre.

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.

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