Nuestra callada paciencia: Paciente, de Jorge Caballero
Un documental colombiano refleja el calvario que deben padecer los enfermos y su familia en medio de la actual crisis del sector de la salud. El autor de este texto es médico y crítico de cine.
Hay que esperar hasta los créditos finales de este documental para saber el nombre de la paciente. Se llama Nubia Martínez y no está enferma, pero según las dos primeras acepciones del diccionario de la Real Academia Española, ella es la auténtica “paciente” de este relato: “1. adj. Que tiene paciencia. / 2. adj. Que manifiesta o implica paciencia”. Solo la cuarta acepción de esta palabra hace referencia a la persona “que se halla bajo atención médica”. Esa es la condición de la hija de Nubia, Leidy Johana Ortegón, una joven mujer que padece un delicado tumor neuroectodérmico.
Ambas protagonizan Paciente (2015), el documental de Jorge Caballero que el mes pasado se estrenó comercialmente en el país y que aborda un drama que diariamente están padeciendo miles de colombianos, el del acceso a los servicios de salud. Un drama colectivo, cientos de veces repetido y que sin embargo parece invisible: quienes han adquirido un servicio de medicina prepagada, un plan complementario o una póliza de salud, pese a que son una minoría en este país, son a su vez la mayoría de los que tienen voz, poder y presencia en los medios de comunicación, por eso para ellos el problema no existe. Es más, los más pudientes si no logran la atención deseada toman un avión y viajan al extranjero a recibirla. Viven en el mismo mundo de los escapistas programas de farándula –llenos de modelos saludables dedicadas al fitness– que le toca a Nubia escuchar en las salas de espera de los hospitales y farmacias en este documental.
Solo quien tiene exclusivamente la cobertura que brinda el plan obligatorio de salud (POS) a través de una entidad promotora de salud (EPS), y quienes trabajamos en un hospital o clínica, sabemos del galimatías absurdo y denigrante que implica tratar de acceder dignamente a un servicio de salud, sea una consulta, unas urgencias o una cama de hospitalización. Los meses que hay que esperar para una cita con un especialista, las horas para ser atendido en unas urgencias colapsadas en su capacidad instalada y los días que se requieren para lograr una cama de hospitalización, para luego esperar por un procedimiento quirúrgico o una terapia especializada, son la radiografía bochornosa del fracaso de nuestro sistema de salud. Paciente es solo la concreción en imágenes de una realidad que debería avergonzar a cualquier ministro de salud para quien un enfermo sea más que una cifra.
Sin embargo los colombianos padecemos de resignación crónica, y Nubia Martínez es ejemplo de nuestra callada e inagotable paciencia. Esa que da la ignorancia de nuestros derechos como usuarios, esa que da una baja escolaridad, esa que resulta de sentirnos inferiores frente a un médico muchas veces displicente y frío. Nubia tiene una hija con una enfermedad grave, “de alto costo” como la tildaría nuestro sistema de salud (existe una “cuenta de alto costo” de los Ministerios de Salud y de Hacienda por si no lo sabían), pero eso no la exime de una maraña de trámites administrativos con los que las EPS buscan dilatar la prestación de los servicios –cuando no negarlos- incluyendo el suministro de medicamentos tan necesarios como aquellos que se usan para paliar el dolor derivado de un cáncer como el que sufre Leidy Johana, afiliada a la Nueva EPS.
Los Hospitales, mientras tanto, se encuentran obligados por ley a atender a los pacientes que lleguen, sin importar que las EPS los tengan al borde de la quiebra por negarse a pagar una cartera que ya suma billones de pesos. El gobierno, como gran idea, concede créditos blandos a los hospitales: la solución es entonces que se endeuden para pagar sus deudas. Las EPS, insolventes y presas de su ineptitud, se hacen las de la vista gorda. Pocas honran sus compromisos, otras prefieren declararse en quiebra antes que pagar. O pretenden cancelar sus acreencias con un lote en Urabá, como olímpicamente propuso una. Mientras eso ocurre los pacientes se acumulan en las puertas de las urgencias ante la imposibilidad de conseguir una cita médica.
“Una pequeña pregunta, o mejor dicho, es lo que pasa es que he estado varias veces solicitando este medicamento y no me lo quieren entregar porque me falta una autorización; de Cancerología me mandaron para Kennedy, de Kennedy me mandaron para aquí para Las Américas, ya me han tenido en varios lados, y mi hija no tiene medicamento ahorita y estoy pero super angustiada por este medicamento. Hoy si me han tenido pasiando [sic] con todos esos papeles, porque estuve en el hospital, después del hospital, Kennedy; después de Kennedy acá, y de aquí me voy para donde la señora a ver…”, dice en off la voz de Nubia mientras la vemos –cojeando de su pierna derecha, además– recorrer interminables y solitarios pasillos de un hospital, buscando una salida que parece imposible de encontrar, metáfora del incomprensible laberinto administrativo que ella asume con estoicismo en procura de los medicamentos que requiere su hija, que no tiene exactamente un resfriado común. Lo que debería ser un procedimiento expedito y prácticamente transparente para el usuario y sus familiares, se ha convertido en una muralla inexpugnable de autorizaciones, órdenes, tutelas, convenios, negaciones y dilaciones que muchas veces concluyen, sencillamente, con la muerte de un paciente cuyo cuerpo no puede esperar más.
Leidy Johana –cuyo cuerpo enfermo no vemos, solo su voz– está hospitalizada en el Instituto Nacional de Cancerología en Bogotá, ya ha sido sometida a quimioterapia y ahora va a recibir radioterapia. A diferencia de la indolencia de los funcionarios administrativos con los que se relaciona Nubia, los médicos tratantes se muestran cercanos con ella y le explican con palabras sencillas los riesgos y complicaciones a los que su hija se expone, además de mostrarse preocupados por la propia Nubia como cuidador primario de Leidy. Quiero creer que esa actitud del cuerpo médico es real y no una pose derivada del hecho de estar siendo filmados para un documental. Aunque, sin embargo, nadie se comporta con naturalidad cuando sabe que lo están grabando.
Voy a detenerme en este punto porque los médicos también tenemos parte de responsabilidad en esta crisis. ¿Cuántas veces nos portamos con soberbia frente a los enfermos? ¿Cuántas veces les enrostramos su ignorancia por haber consultado por algo que ante nuestros ojos no es urgente? ¿Cuántas veces nos detenemos a explicarles detalladamente y con un lenguaje comprensible lo que vamos a hacerles? ¿Siempre hacemos uso racional de los recursos técnicos a nuestro alcance? ¿Miramos a los ojos a nuestros pacientes? ¿Los llamamos por su nombre? ¿Cuándo fue la última vez que consolamos? Es cierto que el paciente oncológico despierta ante el personal de la salud una sensibilidad que quizá otro tipo de enfermo no genere, pero todos, sin distinción, necesitan un médico humano, cálido y que deje de creerse a toda hora superior a él.
Hace poco escuché una charla de un tecnócrata, miembro de la junta directiva de una EPS en liquidación, afirmando sin sonrojo alguno que “Colombia tenía uno de los mejores sistemas de salud del mundo” y que es un ejemplo a imitar en términos de cobertura. Es muy fácil pontificar desde las trincheras del poder y de la seguridad que brinda la cobertura de la medicina prepagada, pero para hablar de este tema hay que ponerse en los zapatos del ciudadano que hace fila desde la 1:00 am en plena calle para conseguir un ficho para una cita médica. Este documental nos pone en esos zapatos, y nos hace recorrer junto a Nubia un viacrucis que tendría que hacernos abrir los ojos y despertar a una situación insostenible. Deberíamos preguntarle a Nubia qué opinión tiene del sistema de salud que le tocó padecer junto a su hija. Ella sí tiene la respuesta verdadera.
Este filme del bogotano Jorge Caballero –que todos los médicos deberíamos ver– se llama Paciente, pero bien pudo haberse titulado Crónica de una muerte anunciada. Lástima que el nombre se le hubiera ocurrido antes a alguien más.
Publicado en el suplemento “Generación” del periódico El Colombiano (Medellín, 15/05/16), págs.4-5
©El Colombiano, 2016