Para escapar del destino: Azul oscuro casi negro, de Daniel Sánchez Arévalo
Con Azul oscuro casi negro (2006), el realizador madrileño Daniel Sánchez Arévalo llega por primera vez a los terrenos del largometraje y a fe que lo hace con honores. A su novel película la define la mesura: en el tratamiento audiovisual, en la descripción de los personajes, en el conflicto que los define. Se trata de mostrarnos un intento de escapar -como sea- del destino, visto este como una cárcel que limita, que asfixia y va quebrando la voluntad al punto de que lo único que queda es la resignación, esa sensación de que ya nada importa, de que nuestras limitaciones nos impiden ir más allá, volar, ser felices.
Jorge (el joven actor Quim Gutiérrez) es un hombre que no ve salidas. Portero del edificio en el que vive, tiene además que cuidar a su padre, paralizado hace siete años por una enfermedad cerebrovascular. Jorge siente que ese es el lugar que le correspondió en el mundo y que no hay sueños a su alcance. Con esfuerzos logró estudiar una carrera, pero acepta que -así lo intente- no va a conseguir empleo. Tiene una ilusión romántica, pero él sabe que esa mujer no va a entregársele nunca por completo. Tiene un hermano, pero está preso. A su alrededor sólo hay seres solitarios que buscan respuestas. Sin embargo, los días de Jorge no son tristes. Son rutinarios, son casi idénticos. No se queja. En el fondo parece reconocer que está expiando una culpa y que está cumpliendo con el deber que le fue asignado por la vida.
Tampoco espera sorpresas ni sobresaltos. Jorge sabe que eso sólo ocurre en algunas películas. Y esta no es una de ellas. Por eso, el conflicto dramático de Azul oscuro casi negro se circunscribe a una demostración de valentía. Jorge se cansa de ser títere de un destino que parece haberlo condenado y da un paso hacia lo desconocido.
Una vidriera que se quiebra señala la caída de las paredes mentales que lo acorralan. Pero aparte de ese símbolo no hay una ruptura estrambótica con su pasado. El director del filme sabe que una epifanía radical que transforme su existir no es consecuente con un hombre que lleva demasiado tiempo sometido a sus propias prisiones vitales.
La vida de Jorge puede que vuelva por los mismos cauces conocidos, pero ya por lo menos supo que era capaz de sacudirse e imaginar que algunas osadías son posibles. Daniel Sánchez Arévalo nos cuenta esto de una manera sosegada, que respeta -en su sencillez- la dignidad de unos hombres y mujeres para los que la vida viene en tonos grises oscuros, casi negros.
Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 09/08/08). Columna Cine, pág. 1-20
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