Una postal francesa: París puede esperar , de Eleanor Coppola

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Cuando París puede esperar (Paris Can Wait) debutó en el Festival de Cine de Toronto en septiembre de 2016, su directora Eleanor Coppola tenía ya 80 años. Antes había hecho un documental sobre uno de los filmes de su marido, Hearts of Darkness: A Filmmaker’s Apocalypse (1991) y escrito un libro de memorias, Notes on a Life, pero realmente era ante todo la esposa de Francis, la madre de Sofia y la abuela de Gia. Sin embargo estar en medio del ambiente artístico familiar terminó por contagiarla y decidirla a escribir un guion autobiográfico y a dirigir posteriormente ella misma el proyecto. Un notable reto personal cuyos frutos están ante nuestros ojos.

Ver el logo original de la compañía American Zoetrope en la pantalla da emoción, pero sobre todo nostalgia de una productora que Francis Coppola, lleno de ambición, fundó junto a George Lucas en 1969, cuando ya llevaba casado seis años con Eleanor. Pero eso es todo lo que remite al pasado, de ahí en adelante estaremos en un filme contemporáneo, una road movie que va a llevarnos en auto desde Cannes hasta París, haciendo muchas estaciones en el camino. En el automóvil estarán Anne (Diane Lane), la esposa de un ocupadísimo productor de Hollywood, y Jacques (Arnaud Viard) un socio del marido de ella, quien se ofreció a llevarla.

París puede esperar (Paris Can Wait, 2016)

Más allá del anecdotario del viaje y de la seducción implícita que hay en esta inesperada pareja, lo que hay es un contraste entre el modo de vivir norteamericano –pragmático, apurado y directo– y el francés –romántico, apasionado y sin afanes– y cómo Jacques va lentamente transformando la perspectiva vital de Anne, sin que eso implique una improbable y casi milagrosa transformación. Él solo le presenta lo que en su país se come, se bebe y se disfruta, y ella va dejándose llevar, a veces olvidando que su destino es simplemente llegar a París.

La película en su levedad y en su gusto por mostrarnos la gastronomía local corre el riesgo de transformarse en una extensión de la Oficina de Turismo de Francia, sin que medie disculpa alguna para la exhibición de platos, vinos y lugares, cada uno más delicioso, fragante o hermoso que el otro. Casi como lo que ocurrió con Woody Allen y su Vicky Cristina Barcelona (2008), un filme bochornoso en sus intenciones propagandísticas de las bondades turísticas catalanas. Es muy probable que Eleanor Coppola sea una francófila declarada y que París puede esperar sea, sencillamente, su carta de amor a este país. Solamente eso.

Publicado en el periódico El Tiempo (Bogotá, 02/07/17), sección “debes hacer” pág. 5, con el título “Una postal francesa”.
©Casa Editorial El Tiempo, 2017

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