Inermes ante el deseo: Pasajes, de Ira Sachs
El deseo se asocia a la impulsividad, sin duda. La pasión hace confundir los sentidos y los sentimientos, llevándonos a hacer actos y a tomar decisiones que quizá no aguantarían un razonamiento más sosegado, que es exactamente lo que no aflora cuando el deseo llega, amenazando con derrumbar todo. Esos actos impulsivos y las consecuencias de los mismos son el núcleo de Pasajes (Passages, 2023), el décimo largometraje del realizador norteamericano Ira Sachs, el mismo realizador de Love is Strange (2014), quien contó de nuevo con su habitual coguionista, Mauricio Zacharias, para elaborar esta historia. El filme previo que Sachs dirigió, Frankie (2019), estaba ambientado en Sintra, Portugal, y la locación fue una mera disculpa decorativa. Pasajes se sitúa en París, pero tiene todo el sentido ubicarla ahí –no solo porque Sachs conoce bien la ciudad, pues en ella vivió y ahí se hizo cinéfilo- sino además por el ambiente cultural y bohemio parisino, que facilitaba la interacción de los personajes y el entrecruzamiento de sus vidas.
La película es sobre un triángulo amoroso que surge cuando un hombre homosexual, Tomas (el extraordinario actor alemán Franz Rogowski, en un rol que fue confeccionado para él), que tiene una relación formal con un hombre inglés, Martin (el inglés Ben Whishaw), conoce en una fiesta a una mujer francesa, Agathe (Adèle Exarchopoulos), con la que empieza una relación física que lo deslumbra y lo hace redescubrir su naturaleza bisexual, ansiando explorarla junto a ella. Esto genera, obviamente, una crisis con Martin y el comienzo de una relación con Agathe. No voy a revelar más detalles argumentales, pues hay varios giros que el espectador debe descubrir por sí mismo. Lo que ocurre en sí mismo, que un guionista mexicano podría convertir en un auténtico culebrón de doscientos capítulos para una telenovela de éxito, pasa a un segundo plano frente a las reacciones de los personajes, el modo en qué asumen la situación en la que se encuentran. Tomas, que es un director de cine que acaba de terminar un rodaje, se cree al mando de los sucesos, reverdecido además por la novedad de un nuevo amorío; Martin que se ve estoico, asume los hechos con rapidez y decide no quedarse quieto, mientras Agathe se muestra entre sorprendida y maravillada por seducir a un hombre homosexual que le responde sexualmente con el mismo ímpetu hacia ella que si no lo fuera.
Uno de los tres va a flaquear, uno de los tres va darse cuenta que estaba embelesado mirando una pompa de jabón, y cuando esta estalla, pretende reencontrar cosas que ya no estaban en el mismo lugar que las dejó: sencillamente se habían movido hacia adelante. Dejar todo tirado tras una quimera, luego sentir celos, pretender que nada pasó, abandonar ahora otra ilusión, enfrentarse a una nueva e ineludible responsabilidad, pretender darle una solución “cómoda”, fracasar, intentarlo en el otro lado del triángulo, estrellarse contra los propios e insalvables errores… Pasajes es una crónica de la inmadurez emocional de una persona que no es responsable de asumirse como adulto, que cree que es posible jugar con los sentimientos de los demás a su alrededor y darles órdenes a su antojo como si dirigiera una película, esperando que cumplan a cabalidad sus instrucciones.
Hay algo del espíritu del cine de Eric Rohmer gravitando sobre este drama: el modo en que los tres personajes se relacionan, las conversaciones que tienen, los ambientes domésticos, la intimidad, los momentos de reflexión y duda que lucen tan palpables… Rohmer por la época en la que trabajó y vivió no hubiera hecho una película tan explícitamente sexual como esta –hay una escena de sexo heterosexual y otra de sexo homosexual bastante gráficas- pero para Ira Sachs no eran escenas gratuitamente explícitas: tenía que mostrarnos la intensidad corporal del deseo que los arrastra y que los lleva al abismo. Esa pasión solo tiene explicación para quien la vive en esos instantes y en la película tales escenas se encuentran en dos momentos absolutamente contrastantes. Fassbinder también hubiera estado orgulloso.
Pasajes solo deja víctimas en el camino, agotadas y hastiadas de tanta indecisión, dudas e inmadurez. La confusión sentimental las rodea y el director quiere que esa sensación sea aural para nosotros como público. La última escena del filme nos muestra a Tomas andando en su bicicleta a toda velocidad, huyendo de sí mismo, que cabe duda, mientras en la banda sonora Albert Ayler toca “Spirits Rejoice” en su saxofón, ese sonido que parece a veces con acordes de The Star-Spangled Banner, a veces una sirena, unos ruidos industriales, de nuevo un himno… free jazz para un alma atrapada, free jazz para capturar con nuestros sentidos el vértigo y las náuseas de estar a la deriva.
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