Paul Newman, 1925 – 2008: Sus ojos (azules) se cerraron
“Un actor ha de ser realmente selecto para lograr que un personaje miserable y arribista se convierta en entrañable. Ha de poseer la aniquiladora belleza de Paul Newman y combinarla con el talento interpretativo que permita mostrar grietas humanas”.
-Miguel Ángel Palomo
El hombre que murió el 26 de septiembre de 2008 era hace muchos años una leyenda viva del cine. Era una megaestrella que no se creyó demasiado el cuento de oropeles de la fama y optó -en un otoño bien entendido- por la vida familiar, por los autos de carreras, las ideas liberales y la filantropía.
Ya tenía detrás suyo una trayectoria más que notable en la que una combinación de apostura física, talento, oportunidades bien aprovechadas y la ayuda del destino se confabularon para convertirlo en favorito del público y en un talismán para cualquier proyecto fílmico. Los directores veían en él a una apuesta segura, a una ficha infalible que les aseguraba a sus películas grandes dosis de respetabilidad, calidad y dignidad. Por ello realizadores como John Huston, Martin Ritt, Robert Rossen, Arthur Penn, Richard Brooks, Alfred Hitchcock, Otto Preminger, Robert Wise, Robert Altman, Sidney Lumet, James Ivory y Martin Scorsese lo tuvieron a sus órdenes, por eso para ellos desplegó lo mejor de su arte, lo mejor de sus habilidades como actor. Era un hombre que no temía correr riesgos dramáticos que pudieran afectar su imagen de galán: lo suyo era la actuación, no la figuración. Por esos sus personajes podían ser contradictorios, enfermizos, dubitativos, crueles, solitarios; nada de la expresión humana le era ajeno.
Había nacido el 26 de enero de 1925 en Shaker Heights, un suburbio de Cleveland. De madre húngara y católica, y de padre judío alemán, fue bautizado como Paul Leonard Newman y creció junto con su hermano Arthur en medio de una familia acomodada que administraba un almacén de artículos deportivos. Salió del colegio en 1943 y sirvió como operador de radio en misiones de bombarderos en el Pacífico Sur durante la guerra, ante la imposibilidad de ser piloto de combate: sus famosos ojos azules no distinguían los colores.
Egresado de economía del Kenyon College, donde fue miembro de grupos teatrales, se fue a vivir a Chicago donde se vinculó al Woodstock Players. Por esa época conoció y se casó con la actriz Jackie Witte, madre de su hijo Scott. Con ellos se trasladó a New Haven, Connecticut, donde ingresó al programa de artes dramáticas de Yale. Dos hijas llegaron al grupo familiar, así como la oportunidad -en 1952- de vincularse en Nueva York al Actors Studio, para estudiar allí bajo la tutela de Lee Strasberg y Elia Kazan. Tuvo fortuna rápidamente: debutó exitosamente en Broadway, y fue visto por ejecutivos de la Warner, que le ofrecerían un contrato.
Eran los tiempos en los que el cine se sentía amenazado por la televisión y proliferaron los filmes de corte épico, llenos de extras, decorados recargados y temas exóticos, por lo general del pasado europeo o de historias bíblicas. A ese Hollywood llegó Paul Newman, para debutar -por desgracia- en El cáliz de plata (The Silver Chalice, 1954), un papel que siempre lo avergonzaría. Cabizbajo, volvería a Broadway y ahora sería la televisión la que lo acogería, trabajando con éxito en varias series.
La muerte de una estrella tan joven y promisoria como James Dean, el 30 de septiembre de 1955, cambiaría muchas cosas para Paul Newman. Dean y Brando eran las dos sombras a las que debía enfrentarse para progresar como actor, y de repente un destino trágico le quitaba a una de ellas. Ese mismo destino hizo que se le ofreciera el papel -que iba a ser para James Dean- en la biografía de Rocky Graziano, El estigma del arroyo (Somebody Up There Likes Me, 1956) que preparaba Robert Wise. Paul Newman olfateó la posibilidad de darse ahora sí a conocer y se entregó en cuerpo y alma a este papel complejo, en el que un hombre acosado por sus demonios violentos logra canalizarlos y convertirse en una máquina de boxear. Su eficiencia como actor allí fue sólo comparable a la de Joseph Ruttenberg, el cinematografista que filmó las secuencias en el ring como si nosotros estuviéramos ahí con los boxeadores.
De ahí para adelante llegan nuevos papeles para este nuevo Brando (comparación que para nada le gustaba y con la que la crítica lo fustigaba, afirmando que no hacía otra cosa que imitarlo): The Helen Morgan Story (1957), Until They Sail (1957)… y El largo y cálido verano (The Long, Hot Summer, 1958), el debut del director Martin Ritt, donde además de ganar el galardón al mejor actor en Cannes, se involucraría con su coestrella, Joanne Woodward, que obtendría ese año el Oscar a mejor actriz por The Three Faces Of Eve (1957). Separado de su esposa, se casaría un año después con Woodward, que sería la madre de otras tres de sus hijas, Elinor, Melissa y Claire.
La fortuna seguía con el: como respuesta a la adaptación al cine de la obra de Tennessee Williams, Un tranvía llamado deseo, protagonizada por Brando y Vivien Leigh, se buscó adaptar otra obra del mismo dramaturgo, La gata sobre el tejado caliente (Cat On a Hot Tin Roof, 1958), en la que Newman haría pareja con Elizabeth Taylor. Inolvidable su actuación como Brick Pollitt, ese exjugador de fútbol alcohólico que odia todo a su alrededor, incluyendo su propia esposa, Maggie, la gata del título. Sería una de las películas más exitosas del año de su estreno y le daría su primera nominación al Oscar.
Otro rol pensado para James Dean llega a sus manos, el de Billy The Kid (que ya había interpretado para la televisión), en la película El zurdo (The Left Handed Gun, 1958) de Arthur Penn. Ya tenía 32 años pero podía seguir interpretando roles pensados para personas más jóvenes, en una eterna juventud que lo acompañaría muchos años. En su filmografía vienen después una comedia, Rally ‘Round The Flag, Boys! (1958) y The Young Philadelphians (1959), en la que interpreta a un abogado; fue un líder judío para Otto Preminger en Exodus (1960) y un ejecutivo que debe decidir entre dos mujeres (una de las dos era Joanne Woodward) en From The Terrace (1960). En este punto de su carrera ya no está vinculado a la Warner y puede emprender un proyecto más personal: El audaz (The Hustler, 1961) en la que interpreta al altivo, tramposo y talentoso billarista “Fast” Eddie Nelson, que va a enfrentar a un rival de su altura, Minnesota Fats, encarnado por Jackie Gleason. Robert Rossen convierte esta cinta pequeña en una obra maestra de la ambición y de los sueños sin rumbo. Lo aprendido por Paul Newman en el Actors Studio aflora aquí, en esta pieza dramática donde a pesar de convertirse en un tipo ruin, que le pega a su mujer, somos incapaces de odiarlo. De algún modo logra ponernos de su lado.
Martin Ritt lo recluta de nuevo para hacer Paris Blues (1961) y convertirlo en estrella del jazz en Francia. Lo acompañan Louis Armstrong, Diahann Carroll y Sidney Poitier, con quien en 1971 formaría -junto a Barbra Streisand y Steve McQueen- una compañía productora, First Artists, que buscaría darles la oportunidad a los actores de dirigir sus propios proyectos.
De nuevo en los Estados Unidos participaría en otra adaptación de Tennessee Williams que él ya había hecho en Broadway, Sweet Bird Of Youth (1962), en la que interpretaría a Chance Wayne. Seguía siendo un ave de perenne juventud cuyas apariciones en filmes menores amenazaban con banalizar su imagen. Del período entre 1962 y 1966 sobresale su participación en Hud (1963) -de nuevo para Martin Ritt- en la que se transforma en un cowboy arrogante y alcohólico; y su papel en Harper (1966), en el que interpreta al detective privado del título, contratado por Lauren Bacall. Ese año nos enseñaría lo difícil que es matar a un hombre en Cortina rasgada (Torn Curtain, 1966), su única participación en una película de Hitchcock.
Los buenos papeles continúan: Martin Ritt le ofrece protagonizar Hombre (1967) y luego viene Cool Hand Luke (1967) donde es un prisionero rebelde. En 1968 dirigiría a su esposa en Rachel, Rachel, filme que obtendría cuatro nominaciones al Óscar. Recordaba Luis Alberto Álvarez al reseñar en 1987 un ciclo de cine dedicado a Paul Newman que las películas que él mismo dirigió: “resultan originales temáticamente, excelentes en su concepción visual y muy apreciables en su dirección de actores”.
William Goldman -el guionista de Harper– haría el argumento de Butch Cassidy and the Sundance Kid (1969), el muy popular western de George Roy Hill que lo uniría a Robert Redford. Los tres repetirían la formula del éxito cuatro años después con El golpe (The Sting, 1973), una pícara cinta que obtuvo el Oscar a la mejor película. Entre esos años había trabajado para John Huston en dos filmes, The Life and Times of Judge Roy Bean (1972) y The Mackintosh Man (1973), y había vuelto a dirigir, esta vez a Henry Fonda y Lee Remick en Sometimes a Great Notion (1971).
Los años setenta también le trajeron el superéxito, Infierno en la torre (The Towering Inferno, 1974) en la que junto a Steve McQueen trata de salvar del desastre a un grupo de estrellas, entre ellas William Holden, Faye Dunaway, Fred Astaire y Richard Chamberlain, marcando una tendencia del cine de desastres. Vuelve luego a recrear al detective Lew Harper en The Drowning Pool (1975), acompañado en esta ocasión por su esposa. Vienen sus dos roles para Robert Altman, Buffalo Bill and the Indians (1976) y la irregular Quintet (1979), pero entre ambas sobrevino la tragedia: su hijo Scott fallece de una sobredosis, impulsándolo a crear la fundación Scott Newman, dedicada a educar sobre los riesgos del abuso de alcohol y drogas.
La nueva década le trae buena suerte: Fort Apache: The Bronx (1981), Absence Of Malice (1981), Será justicia (The Verdict, 1982) y, claro, El color del dinero (The Color of Money, 1986) con el que de la mano de Scorsese y la resurrección de su personaje de Fast Eddie Nelson obtiene el codiciado y esquivo Oscar, luego de que actores que compartieron papeles con él en otras películas lo obtuvieran previamente, como Ed Begley, Melvyn Douglas, Patricia Neal y George Kennedy. Había sido un amuleto de buena suerte: ya era hora de que se le hiciera justicia. Los veinte años que siguen lo ven consolidar su empresa de aderezos para pasta y ensalada, “Newman’s Own”, cuyas ganancias se distribuyen en proyectos de caridad, como el Hole In The Wall Camp, un campo de verano en Ashford, Connecticut, para jóvenes con cáncer, Sida y otras enfermedades hematológicas que fue fundado en 1988 y que ya tiene sedes y subsidiarias en Francia, Inglaterra, Irlanda e Italia.
Con la implacable, pero bien entendida vejez llegan las obras para Roland Joffe, Fabricantes de sombras (Fat Man and Little Boy, 1989); James Ivory, Mr and Mrs Bridge (1990) -en la que actúa con su esposa; Joel & Ethan Coen, El gran salto (The Hudsucker Proxy, 1994); Robert Benton, Nobody’s Fool (1994) y Twilight (1998), y Sam Mendes con Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002), su último papel presencial. Fue el mismo año en que volvió a las tablas -después de cuatro décadas de ausencia- para una versión de Our Town, bajo la dirección artística de su esposa.
Newman dejó toda actividad pública en el 2007, apenas unos meses antes de que se diera a conocer su grave enfermedad: padecía un cáncer de pulmón. En agosto de 2008 pidió a su familia que le llevara a casa para morir junto a ellos. Había recibido varios tratamientos de quimioterapia en Nueva York, pero ya estaba agotado y quería descansar. En ese entonces sus ojos -invariablemente azules- se cerraron para siempre.
Publicado en la revista Kinetoscopio No.84 (Vol.18, 2008) págs. 71-74
©Centro Colombo Americano de Medellín, 2008
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