Pequeños secretos de familia: Arsénico por compasión, de Frank Capra
“Cary fue el mejor histrión del mundo. Tenía un sentido maravilloso de la alegría del momento. Cary tomaba riesgos. Miren las cosas que hizo en Arsénico por compasión”
– Robert Wagner
Leamos este diálogo entre las hermanas Martha y Abby, dos ancianas solteronas que son coprotagonistas de Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, 1944):
-Abby, he ido a ver a la señora Schultz. Está mucho mejor. Quiere que volvamos a llevar a Junior al cine.
-Tenemos que hacerlo, mañana o pasado.
-Sí pero esta vez iremos donde nosotras queramos. Junior no me va a arrastrar a otra de esas películas de miedo.
-No deberían permitir que hagan películas solo para asustar a la gente.
Por eso, para no asustar a la gente, Arsénico por compasión prefiere ser una sátira, un cuento de Halloween y no una película de terror, aunque casi que lo es en algunos momentos. Por fortuna su tono -entre ironía, comedia física, bufonería y locura- nos libra del susto gratuito y pone en nuestro rostro una sonrisa, una que su director Frank Capra quería poner en los espectadores tras años de hacer cine social dramático como El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936), Vive como quieras (You Can’t Take It with You, 1938) o Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939). Por eso tras ver en Broadway la obra teatral Arsenic and Old Lace de Joseph Kesselring, supo que ese sería su retorno a la comedia: “Ningún gran documento social “para salvar al mundo”, ninguna preocupación acerca de si Juan Nadie tenía que saltar o no; sólo viejo y buen teatro a la antigua, una comedia en la que pasa de todo y que despierta carcajadas sin cesar acerca de asesinatos” (1), menciona el director en su autobiografía.
La obra de Kesselring se llamaba originalmente Bodies in Our Cellars, pero una vez fue comprada por los productores Howard Lindsay y Russell Crouse, recibió no solo aportes sustanciales de ellos dos, sino que además fue rebautizada como Arsenic and Old Lace. Abrió al público el 10 de enero de 1941 en el teatro Fulton en Broadway y tras 1.444 presentaciones concluyó su exitosísima temporada de estreno a mediados de 1944. Frank Capra habló con Harold Lindsay buscando quedarse con los derechos para la adaptación cinematográfica, para encontrarse que ya se los habían vendido a Jack Warner y que la película resultante solo podría exhibirse cuando la obra teatral cerrara en Broadway, y eso podía representar un lapso de dos o tres años por el modo en que estaba moviéndose positivamente la taquilla.
Capra no se desanimó. Además necesitaba hacer ese filme y hacerlo rápido, pues a mediados de 1941 la Marina de Estados Unidos le había ofrecido una posición como oficial dentro del cuerpo de transmisiones del ejército y no sabía en qué momento se le iba a exigir presentarse a filas. Capra esperaba rodar en cuatro semanas y ganar 100.000 dólares, necesarios para sostener a su familia mientras estuviera en el ejército. Así que se reunió privadamente con la gente de producción de la Warner –estudio que había acabado de distribuir su primera película como director independiente, Juan Nadie (Meet John Doe, 1941)- y con ellos hizo un plan de rodaje, un cálculo de presupuesto que se estimó en 400.000 dólares con la idea de rodar -con dos cámaras- en estudio los interiores y exteriores utilizando un único escenario, y el poder contar con parte del reparto de la obra original de Broadway, a los que se sumarian Priscilla Lane, Peter Lorre y una gran estrella como Cary Grant, al que le ofreció 160.000 dólares como salario. Previamente había considerado contratar a Bob Hope, Ronald Reagan o Jack Benny, pero con ninguno logró un acuerdo. Armado de argumentos y cifras, Capra se presentó a la oficina de Jack Warner y el 1 de agosto obtuvo el aval para dirigir Arsénico por compasión. La compañía le pagaría 5.000 dólares semanales por realizar el filme más el 10% de las ganancias cuando estas superaran el millón doscientos cincuenta mil dólares.
La película, descrita en la secuencia inicial como “Una historia de Halloween en Brooklyn, donde todo puede ocurrir y por lo general ocurre” nos cuenta de Mortimer Brewster (Grant) un crítico teatral –y autor de libros en los que se burla del matrimonio- que acaba de casarse por lo civil con una hermosa vecina, Elaine (Lane), hija de un pastor. Es un 31 de octubre y Mortimer se dirige a la casa que comparte con sus tías Martha y Abby -dos ancianas bondadosas, descritas por el policía del barrio como “pétalos de rosa prensados”- y su hermano ‘Teddy’, para contarles la noticia de su boda. Al llegar allí descubrirá casualmente un “pequeño secreto de familia” respecto a cómo sus tías ejercen la misericordia. A partir de ese momento, Mortimer vivirá una noche –literalmente hablando- de locura.
De la obra original, Capra tendría a Jean Adair y Josephine Hull, como las hermanas Martha y Abby, y a John Alexander, como su sobrino demente ‘Teddy Roosevelt’ Brewster, pero no pudo lograr que le cedieran a Boris Karloff para interpretar a Jonathan Brewster, el otro sobrino de las ancianas. Ese papel lo haría Raymond Massey en la pantalla. El rodaje se inició el 20 de octubre de 1941 y desde un principio Cary Grant se sintió incómodo con el tipo de comedia propuesto por Capra y por los guionistas, los hermanos gemelos Julius y Philip Epstein. Sobre su papel el actor recordaba que “me sentí ridículo haciéndolo. Yo sobreactué el personaje. Fue un trabajo terrible para mí, pero el filme fue un gran éxito y un hacedor de dinero, quizá debido a la reputación que tenía como drama teatral. El tipo que interpretó el rol en las tablas, Allyn Joslyn, era mucho mejor que yo. Jimmy Stewart lo habría hecho mejor en el filme” (2). Cary Grant donaría 100.000 dólares de su sueldo al fondo de guerra British War Relief. Siempre consideró que este fue su peor papel en el cine.
Capra aspiraba a hacer retomas y poder pulir mejor el humor –muchas veces desbordado- del filme, pero cuando aún faltaba por lo menos una semana de rodaje ocurrió el ataque japonés a Pearl Harbor. La producción se paralizó temporalmente y el presupuesto se disparó por encima de un millón de dólares. Capra pidió seis semanas de licencia al ejército para poder concluir, montar y ver las pruebas de Arsénico por compasión antes de sumarse a la guerra. A finales de diciembre de 1941 Capra disolvió su compañía Frank Capra Productions, debido a los malos resultados de Juan Nadie y a una prohibitiva carga de impuestos. Arsénico por compasión pudo estrenarse el 23 de septiembre de 1944 tras una première en Nueva York el 1 de septiembre, aunque ya había sido presentado ampliamente a los ejércitos en combate lejos de Estados Unidos.
12 tumbas en el sótano
La primera vez que entramos al hogar de los Brewster todo es tranquilidad y paz. El sobrino Teddy toca el piano, y la tía Abby conversa y toma el té con el pastor Harper, el padre de Elaine, la prometida (y ya para ese entonces esposa) de Mortimer. Nada nos prepara para descubrir que Teddy cree ser el presidente Roosevelt y que Abby y su hermana Martha envenenan –por piedad- a las personas solitarias que van a buscar posada a su casa. Falta además la aparición de Jonathan, el terrible tercer sobrino de las señoras, un criminal en fuga que llega en plena noche acompañado de un cirujano plástico, el Dr. Einstein (Peter Lorre). La locura corre por las venas del apellido Brewster, y por el modo frenético en que Mortimer se comporta esa noche, prácticamente deshaciéndose de su esposa en la noche de bodas para poder resolver el asunto de los muertos que las ancianas han enterrado en el sótano, uno diría que tampoco pudo escapar a la maldición de la insania.
Para demostrarlo, Frank Capra exigió de Cary Grant una actuación sobrecargada de gestos, monerías, caídas, gritos, dobles miradas, ojos saltones y expresiones de exagerada sorpresa que van terminando por saturar. Es obvio que el actor estaba preparado para ese tipo de actuación, recuérdenlo en la veloz His Girl Friday (1940), pero acá ya está un par de escalones más arriba en la escala de la bufonería. Esto puede agradar o no, el público de la época disfrutó mucho de su actuación, pero vista hoy se echa de menos la sutileza a la que nos tiene acostumbrado como comediante. Creo que Arsénico por compasión es aún interesante por su mezcla aguda de terror y comedia, y por momentos parece por eso una obra de los ingleses estudios Ealing.
La fotografía en blanco y negro, y los claroscuros nocturnos creados por la lente del cinematografista Sol Polito, alcanzan a configurar una atmósfera expresionista que en las escenas casi sin luz en la casa nos permiten imaginar entre las sombras la movilización de cadáveres a través de ese espacio y su destino final en un sótano lleno de tumbas que nunca vemos. También sirven para prefigurar la tortura, la venganza y el miedo, sensaciones que rápidamente tienen un alivio cómico, muchas veces realmente divertido, y que tiene que ver con la llegada inesperada de alguien a la casa Brewster.
Hay otro motivo para la atracción que Capra sentía por la obra teatral y por el interés de llevarla a la pantalla. Su familia tenía antecedentes de enfermedad mental (tuvo un hermano que lo atormentó cuando era niño y que creció para convertirse en un criminal) y su madre, que murió en mayo de 1941 estaba, según las propias palabras de Frank Capra, loca. El biógrafo Joseph McBride al hablar de esta película explica que “el tono vertiginoso y fuera de control de Arsénico por compasión, con su sensación de impotencia y abandono frente a impulsos irracionales hacia el sexo y la violencia, su mofa a la muerte, y su sentido último de catarsis, es quizá una celebración oscura del sentimiento de liberación de Capra hacia su madre y su familia, y su exorcismo de la culpa que surge de ese sentimiento prohibido” (3).
Por fortuna habrá salvación y redención para Mortimer y Elaine, que no tendrán que cargar con el miedo de engendrar hijos con el gen de la locura con ellos. ¿Por qué? No puedo revelarlo, es un pequeño secreto de familia, uno de tantos entre los Brewster.
Referencias:
1. Frank Capra, Frank Capra, el nombre delante del título, Madrid, T&B Editores, 2007, p. 327
2. Graham McCann, Cary Grant, a class apart, New York, Columbia University Press, 1996, p. 149
3. Joseph McBride, Frank Capra: The Catastrophe of Success, University Press of Mississippi, 2011, p. 448
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