Fingir ser uno mismo: Phoenix, de Christian Petzold

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Christian Petzold es el más popular de los realizadores de la llamada “escuela de Berlín”, un grupo de realizadores cinematográficos que surgió en Alemania en los años noventa del siglo XX y del que también hacen parte Thomas Arslan, Angela Schanelec, Maren Ade y Christoph Hochhäusler y a los que une, ante todo, una consciencia generacional antes que los postulados formales de un movimiento artístico. Que su película Barbara (2012) le diera a Petzold el premio al mejor director en el Festival de Cine de Berlín y que ese mismo filme fuera el candidato por Alemania al premio Oscar, hicieron que este grupo de directores empezara a ser reconocido fuera de las fronteras europeas y a ser considerado como la “siguiente nueva ola”.

Una buena definición de las características la “escuela de Berlín” la dio Rajendra Roy –curador de cine del MoMA al expresar que “sus cineastas no son agresivamente políticos y sus películas no son dogmáticas temáticamente; sin embargo muchos de ellos se esfuerzan por brindar una expresión cinematográfica a la búsqueda de una nueva identidad alemana (…). Los filmes a menudo se enfocan en personajes pasivos luchando por adaptarse en una época de cambios sociales, y exploran las dificultades de esa adaptación” (1).

Phoenix (2014), de Christian Petzold

Phoenix (2014), de Christian Petzold

Pese a que otro de los rasgos comunes del grupo es utilizar el tiempo presente para sus relatos, los dos más recientes trabajos de Christian Petzold están situados en el pasado: Barbara (2012) en la RDA de los años ochenta y Phoenix (2014) en 1945, en la postguerra inmediata. Esta última cinta es una adaptación de la novela del francés Hubert Monteilhet, Le Retour des cendres, publicada en 1961, y que ya J. Lee Thompson había llevado al cine convertida en Return from the Ashes (1965).

Phoenix es además la sexta colaboración entre Petzold y la actriz Nina Hoss, que es una suerte de “musa” del grupo. Aquí interpreta a Nelly, una cantante judío alemana sobreviviente a un campo de concentración, a la que todos dan por muerta, incluido su esposo, Johnny. A ella le dieron un tiro de gracia que le desfiguró el rostro, pero no la mató; rescatada de su cautiverio y ayudada en secreto por una amiga, es sometida a cirugía plástica con la que intenta recuperar, en lo posible, su apariencia anterior. Vuelve entonces, pero en calidad de espectro, una figura que el cine de Petzold ha utilizado recurrentemente como símbolo, incluso tres de sus filmes previos constituyen lo que él mismo denominó como “trilogía de fantasmas”: The State I Am In (Die innere Sicherheit, 2000), Ghosts (Gespenster, 2005) y Yella (2007).

Phoenix (2014), de Christian Petzold

Phoenix (2014), de Christian Petzold

En su nueva condición, Nelly se enfrenta a una extraña situación que ella misma cuenta en una conversación que tiene con su amiga Lene: “No hubiera sobrevivido el campo sino fuera por Johnny. Solo pensaba en cómo volver a él. Y cuando finalmente volví simplemente tuve que buscarlo. Y cuando finalmente lo encontré, él no me reconoció. Y eso fue… Lene, fue… Yo estaba… muerta de nuevo. Y él ahora otra vez me convierte en Nelly”. La fragilidad de la identidad subyace a este filme: Nelly con su nuevo rostro no es reconocida por el ser que más ama, y él cree ver en ella a una mujer a la que puede convertir y hacer pasar por Nelly. Esta mujer enfrenta la paradoja de tener que fingir ser ella misma.

Aunque el trance de Nelly se antoja un tanto absurdo, en Phoenix funciona por estar situada la narración en un periodo histórico y en un país donde en ese momento todo era relativo, confuso, intercambiable y endeble. Los alemanes que apoyaron al nazismo ahora se camuflan entre la población y los perseguidos son ahora persecutores. Nadie es quien solía ser. Sin embargo, Nelly pese a su nuevo rostro, en el fondo siempre ha sido la misma: una mujer débil y ciega ante el amor. Por eso acepta la transformación que le piden.

Phoenix (2014), de Christian Petzold

Phoenix (2014), de Christian Petzold

Ahí la memoria cinéfila hace que Phoenix evoque dos filmes clásicos en los que se pide a una mujer interpretar –encarnar, mejor- a otra: Anastasia (1956) de Anatole Litvak y Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock. Hay en los tres filmes la misma sensación morbosa de estar asistiendo a la sumisión completa de la voluntad de una mujer, pero ella a la vez pareciera estar disfrutando la situación, porque en el fondo solo ella misma sabe la verdad sobre la identidad que le piden asumir. Como puede apreciarse hay un doble juego del cual sacar partido y el beneficiado es, sin duda, el espectador.

Phoenix concluye con una de las escenas más bien manejadas que yo recuerde en el cine reciente. Se trata de un ajuste de cuentas tan inteligente y digno que el receptor del golpe creo que aún sigue atónito. Bello y memorable final para un filme por momentos tan obsesivo y ambiguo como el estado mental de su protagonista, una mujer decidida a resurgir de las cenizas de sí misma.

Referencia:
1. Rajendra Roy, Anke Leweke (eds.), The Berlin School – Films from the Berliner Schule, New York, The Museum of Modern Art, 2013, p.11

©Todos los textos de www.tiempodecine.co son de la autoría de Juan Carlos González A.    –  Instagram: @tiempodecine

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